Doblepensar

El blog favorito de la mamá de Olavia Kite.


Nihonbunkashuukan



Cosas del país del cerezo en el país de la orquídea...
  1. Me fue imposible comprender lo que me decía Himura por culpa de una simplísima u. Si así soy acá, ¿cómo seré en Japón? ¿Llegaré a Japón algún día?
  2. Posiblemente nunca llegue a saber cómo se organiza una semana de la cultura japonesa en japonés porque a Minori no le hizo gracia el verbo empleado y la conversación tomó un giro inesperado justo cuando le pedía una explicación detallada.
  3. Sin embargo, sí pude preguntar hace unas horas por el 'toriatte' de Teo Toriatte.
  4. Con bombos y platillos —o sin ellos —se anuncia la semana cultural japonesa en varias universidades... ¿Y la mía? En receso. Qué bonito.
  5. No quiero hablar del concurso de oratoria en japonés.
  6. Necesito convencer a alguien de que vaya a algún taller conmigo esta semana. Única condición: nada de manga/anime.
  7. Hace poco me enteré de la existencia de una fiesta cosplay acá en Bogotá. Creo que si yo asistiera al evento y se enteraran, tanto Minori como Kotaro me dejarían de hablar.
  8. Alguna vez le pregunté a Minori si en su casa se hacía la ceremonia del té. La respuesta fue tajante: NO. "Entonces, ¿cómo sirven el té en tu casa?" insistí ingenuamente. "Así", dijo, levantando la tetera y llenando mi vaso con la cotidianidad de cualquier rincón del mundo.

SUENA: Rosa Rosa — Sandro de América




Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma...

... y si Olavia no pudo ir a Perú en julio, el Perú vino a Olavia en septiembre. Francisco, ¡eres mi héroe!



Frunas D'Onofrio para comer hasta reventar.


¡Qué sublime es el sabor del Sublime!


Y al fin, un alucinante momento para la posteridad: el primer sorbo de la legendaria Inca Kola. Sí, señores, ¡la bebida del Perú!


SUENA: La vie en rose — Edith Piaf




Gripe, gripa, catarro, coriza o resfriado común

Soy la mano por la cual las demás huyen de las varillas,
la boca que contagia el aire de infectas explosiones,
la respiración hipada que bombardea el silencio.
Soy la voz de un ser poseso por débiles grillos ancianos,
la lámpara carmín de un Rudolph sin cáscara,
el cañón de balas irremediablemente atascadas.
En mí se conjugan los recetarios de todas las abuelas,
las lanas de todas las madres desveladas,
las muecas agrias de todos los hermanos asqueados.
En mí se halla el deseo de un caracol,
del oso primaveral en invierno,
de los parques abandonados.
Ojos de pez de cueva,
mi cuerpo es roca sumergida
dentro de un negro pantano de miel, de limo, de fango,
Confinado anaerobio forzado
en un Ártico personal dentro del trópico—
una muestra gratis del Hades en la última esquina lluviosa.


SUENA: Colors of the Wind — Pocahontas




Papel de arroz

Ésta ha sido la segunda vez que salimos corriendo al sótano de Terraza Pasteur a comprar papel de arroz. La primera hicimos una parada en una tienda de arte para equiparnos de tubitos de acuarela ocre y azul de Prusia. Supimos, en cuanto desenrollamos el supuesto pliego que nos fue entregado entre los chillones anuncios de descuentos de algún supermercado, que no tendríamos sino una oportunidad para plasmar aquello que constituiría la entrega final de cada sección de nuestra clase. Aún así, volvimos a comprarle el precioso producto al solitario señor que no entiende mucho español.

Lo primero que aprendí acerca de este singular papel, fuera de que no está hecho de arroz, es que la gente lo compra más que todo para partirlo en cuadritos diminutos y enrollar no propiamente grama. Lo segundo, que tiene una capacidad asombrosa de absorción. Lo segundo vino a mí a medianoche, en el silencio de un vidrio del cual desaparecieron mágicamente un par de charquitos verdosos. Lo primero, en cambio, no nos lo dijo el señor de la tiendita ni constituía una entrada de nuestro banco de datos; lo supe por las risitas sospechosas de mis amigas, quienes sólo saben que no acepté su compañía cuando me dirigía al sótano de uno de los peores centros comerciales de Bogotá con el fin de comprar el dichoso implemento. Ahora aseguran que el propósito final de estas jornadas es caer en un extraño estado de gozo dando nombre a las manchas descoloridas que fluyen desde nuestras mentes sosegadas.

No es cierto que nuestros pequeños pliegos se achiquen aún más. Sin embargo, puede que en cierto modo, tengan razón en sus burlones rumores. Si vieran la felicidad que da sacar, de un solo borrón aguado, las hojas de un crisantemo...


SUENA: Por un instante, la voz de un curioso pero simpático ser deseándome buena suerte en mi parcial de Historia de la Ciencia




Kyoushitsu

Ese día llegamos al salón con un sinfín de preguntas anotadas en nuestros cuadernos. Nos sentamos en nuestros puestos, puestos sobre los cuales el sol de los martes y jueves era reemplazado por la débil luz de los faroles públicos. Estábamos acostumbrados a la impuntualidad del profesor, pero le teníamos tanta fé que lo esperábamos pacientemente hasta que, con una faz que denotaba la ausencia total de culpa, llegaba balanceando en su hombro el peso de una maleta cuyo contenido eventualmente nos haría poseedores del —según nosotros —magnífico y siempre envidiable conocimiento de una lengua que sólo se hablaba en un país del planeta, en series animadas incomprensibles y aparatos electrónicos.

Sin embargo, esa tarde el profesor no llegó. Los jóvenes de todo el resto de la ciudad estaban tomando cerveza o café, haciendo tareas, visitando a sus amistades y amores, viviendo mientras nosotros nos manteníamos quietos en nuestros puestos, esperando. Alguien hizo un comentario sobre lo caras que estaban las clases como para faltar a ellas. Asentimos. Volvimos a nuestros hogares con la esperanza de su pronta recuperación (en caso de enfermedad) o del pronto arreglo de su carro (en caso de haber quedado varado en el camino).

Nuestros buenos deseos no bastaron para que el profesor asistiera a la siguiente cita. Ni a la otra. Ni a la otra. Ni a la otra. Desesperados, empezamos a recopilar libros de todas las bibliotecas para enseñarnos los unos a los otros. No podíamos abandonar las clases. No teníamos adónde ir durante esas tres horas. Pronto pudimos sostener conversaciones largas en japonés, y en el calor del triunfo empezamos a ir en kimono, hakama, yukata o cualquier cosa que se les pareciera. Uno de nosotros consiguió una botella de sake, para salir todos cantando Shima Uta haciendo de nuestras manos micrófonos de karaoke. En la academia no se habían enterado de la ausencia de uno de sus empleados, dado que nosotros ya casi habíamos erradicado el español de nuestra vida diaria.

Fue la noche que no salimos de la academia para deshacernos de los pupitres con el fin de cubrir el suelo con tatami que supimos que habíamos perdido el control de nuestra afición. Adormilados en nuestros futones nos vimos en un cómodo abismo acuático— Habíamos empezado a vadear para luego cerrar los ojos y hundirnos hasta el fondo del agua, allí donde los sonidos de la superficie se distorsionan, ahogados por un continuo rugir de olas, de litros clorados, caldeados, salados acariciando nuestros oídos.

Comprendimos entonces que el profesor de japonés, consciente de lo que sucedería con el paso de nuestro progreso y aterrorizado por el mundo paralelo que eventualmente emergería al interior del salón de clases, había escapado a algún sitio donde pudiera ser un hombre normal rodeado de gente normal, de ésa que vitorea el fútbol y toma cerveza los viernes. No contó con el ímpetu que rodeaba a sus escapistas alumnos. En cuanto a nosotros, nos fue devuelto el dinero de la matrícula y de inmediato fuimos despedidos de la academia. Estoicamente cogimos nuestros libros, abanicos, juegos de sake, cajas lacadas y rectángulos de tatami e hicimos un último claqué arrítmico en las baldosas con nuestras sandalias geta. A la salida de la academia, en medio del vacío que nos provocaba el reconocimiento de un mundo que nos empeñamos en negar, alguien se dirigió al resto de rostros apesadumbrados:

—¿Les gustan los juegos de rol?


SUENA: Move Your Feet — Junior Senior




Déjà Vu

Llegué algo cansada después de la caminata. Quería decir mil cosas sobre el par de horas que apenas pasaron. El día soleado, café, música de plancha, acentos, anécdotas disparatadísimas, borradores de mensajes increíbles... Pero pensándolo bien, éste no era un primer encuentro. No hubo un saludo especial, ni nervios, ni silencios embarazosos. Ya nos conocíamos, éramos viejos amigos y no nos veíamos desde hacía un tiempito; apenas había que actualizarnos.

Queda entonces un espacio para hablar de lo especial que ha sido verlo, pero uno no habla demasiado de aquellos encuentros que toman lugar frecuentemente y generalmente salen bien. Es precisamente la falta de palabras que sufro ahora, la sensación de que todo esto ya había sucedido y habrá de suceder varias veces más, lo que convierte en la tarde de hoy en un suceso digno de ser recordado. Definitivamente me alegro de su llegada a la fría y seca sabana. Quedan mil razones para repetir las tardes ya repetidas.


SUENA: You're the First, the Last, My Everything — Barry White




Aviso clasificado

Damisela en apuros



busca:

escolta para TOLM 5.0 , el sábado 11 de septiembre.

El gentilhombre que se embarque en esta empresa deberá:
  • Pertenecer a TOL (like duh!)
  • Rescatar a la susodicha en algún punto estratégico de la ciudad antes de la puesta de sol y acompañarla al lugar donde se realizará TOLM posteriormente
  • Estar dispuesto a tomar un café/agua de panela/té/jugo/aromática/helado/chicha 'e mamoncillo y platicar un rato con la suscrita en inmediaciones del punto de encuentro
Caballeros interesados, favor dejar un mensaje justo bajo este aviso. No se preocupen, que la disputa está lejos de ser feroz. La anunciadora garantiza una tarde amena.


SUENA: The Stranger — Billy Joel







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