Doblepensar

El blog favorito de la mamá de Olavia Kite.


Beograd

Cuánto tiempo hacía que se había decidido ir a ver Guadalupe años sin cuenta en ese teatro. La noche debía transcurrir de acuerdo al programa, ¿o no?

Cuesta arriba mencioné la existencia de un restaurante serbo-yugoslavo que no había visto antes. Seguimos subiendo. Un taxista y una señora peleaban en la mitad de la calle. La señora estaba dispuesta a cotizar el daño y pagarlo, pero no a entregarle "ni un televisor ni un cheque".

Llegamos y quedaban cinco boletas para siete espectadores, de los cuales éramos él y yo los dos últimos. Salimos. El taxista y la señora seguían peleando. A la vuelta de una esquina casi hay otro accidente, pero de dos personas cruzando perpendicularmente. Todo esto es visualmente cómico, pero no tengo mucho ánimo de escribirlo con cuidado. Estoy tomando el blog de cuaderno de notas, de memorias a la carrera.

Nos detuvimos ante la puerta del restaurante serbio-yugoeslavo. Nos miramos. Nos encogimos de hombros. Entramos.

La chef nos invitó a sentarnos más cerca de la chimenea, al lado de donde ella y sus amigos departían. Había fotos de sitios bonitos en las paredes, con explicaciones en alfabeto cirílico. Prepararon la comida rapidísimo. El pan serbio resultó muy rico, es como almojábana sin queso pero con hierbas. Los nombres de los platos son impronunciables; sólo podría decir que comimos arroz con atún y algo más y berenjena rellena de carne, papa, cebolla y algo más. Parece como si en Serbia-Yugoslavia sólo existieran las berenjenas y los pimentones. Nos sirvió de tal manera que compartiéramos ambos platos y así —dijo ella —probáramos de todo. Nos ofreció postre o café turco pero nos advirtió que no teníamos que irnos del restaurante si no queríamos, que podíamos quedarnos a charlar. Después de pensarlo brevemente pedimos postre y la chef nos explicó hasta cómo comerlo. Exquisito. Mientras charlábamos, bailó música de Kosovo para sus amigos enfrente de nosotros; se veía bastante alegre. "Gracias por visitarnos", dijo con un tono bastante cálido cuando nos fuimos.

Me pregunto dónde terminaremos la próxima vez que tengamos un plan establecido. ¿Qué sitios insólitos nos esperan?


[ Dead Bodies — Air ]




Todo el mundo va a Crepes & Waffles

Nosotros también.

Entramos a Crepes de la Zona T, tomamos la revista GO que está colgada a la entrada y nos sentamos a examinarla mientras (como es de esperarse) nadie nos atiende. Al cabo de un par de páginas encontramos el nombre de un lugar interesante para comer. Dejamos la revista en la mesa, nos paramos y nos vamos.


[ Carambita — Spanish Fly Company ]




Le Petit Himura, 2



Entre nuestros planes se encuentran las charlas de Yu Takeuchi, la pizza por metro y la nieve de dos sabores compartida. Con ustedes, el pequeño Himura.


[ la voz del gran Himura ]




Le petit Himura


El pequeño Himura tiene abundante cabello negro pulcramente cortado, los ojos cafés oscuros y la mirada imperturbable, tan característica de los de su familia. Dice frente a la cámara que no le gusta sonreír... sino reír, así que estalla en risas una vez hemos trascendido la barrera inicial de los saludos en voz queda. No se puede estar triste en su presencia, a no ser que se lo esté ignorando, y eso es bastante difícil. El pequeño Himura habla con una elocuencia inusual para su edad y pregunta de todo. Me encanta responder sus largos cuestionarios, oírlo emplear palabras de adulto de otra época para retornar a los pocos segundos a un abrir de ojos que aún no lo decepciona demasiado. Su entorno, tan rico y tan encapsulado al mismo tiempo, me remite inmediatamente a mi infancia y me hace pensar en lo bien que se pasa cuando se es como él. Se divierte tan fácilmente que me gustaría llevarlo a todas partes. El pequeño Himura extiende la mano para despedirse, pero es demasiado bonito para limitarse con él a esa formalidad. Si tuviera un hijo, quisiera que fuera como él y así llenarlo de besos, darle nieve de mandarina y limón, llevarlo de la mano por las tardes soleadas y contestarle todas, todas, todas, todas sus preguntas.


[ Automatic Imperfection — Marlango ]




Escala de valores

En la escala de valores de las lesiones cutáneas, el barro está mejor posicionado que el fuego.


[ Runaway — Janet Jackson ]




Todo lo que brilla el viernes se desvanece el domingo

—¡Hoy es viernes!

Mi pecho exhala con fuerza la ajada frase cuando me embriaga el mismo entusiasmo que suele esparcirse por la ciudad como una virosis en un jardín infantil. Dentro de un par de horas arrojaré los libros al insondable abismo de mi maleta y me entregaré a la obligatoria diversión desenfrenada de cada última noche de los días entre semana. Todos lo hacen, todos llegan al siguiente lunes con las fragmentadas historias de euforia que acompañaron el fin de semana anterior. Hay un extraño hilo de lógica que me dice que si ellos lo hacen, yo también. Sic faciunt omnes.

El itinerario vespertino está trazado a la perfección. Será una retahíla de planes, cada uno más animado que el anterior. Habrá un sinfín de charlas baratas, algunas personas que me terminen cayendo mejor y otras peor, un muy esperado baile y quién sabe qué otras cosas. La mañana quisiera hacerse a un lado para darle paso a la tarde, invitada de honor que viene acompañada de su largo manto negro azulado. ¿Qué esconderá bajo su manto? ¿Qué revelará a su llegada?

No acaba de empezar el tiempo de asueto cuando las promesas se desmoronan. Toma poco menos de una hora saber que una persona no va porque tiene algo que hacer, otra de repente anuncia que tenía un compromiso previo, otra se enferma ante nuestros ojos. El primer plan se lleva a cabo; es sencillo y ameno, tal como me gusta. No obstante, una vez todos nos despedimos me doy cuenta de que aún de lejos puedo notar a la noche levantando su prenda con una sonrisa socarrona, revelando… nada. El mago mete la mano al sombrero y no hay ningún conejo. Los niños se preguntan entonces qué hacer durante el resto de la piñata.

Han pasado algunas horas. Han pasado un palito de queso y una empanada chilena por nuestros estómagos. Hemos deliberado sobre el destino de nuestra velada. Queremos algo diferente. Sin embargo, el destino tiene otros planes, y un agujero de gusano nos ubica en una calle cuyo contorno podemos trazar con los ojos cerrados. Todas las puertas están cerradas. Todas, salvo una. Salvo ésa.

Entramos sigilosamente. El chef está jugando SNES en su computador portátil. Después de intentar sacarlo de su ensimismamiento mediante carraspeos y chirridos de sillas me aventuro al fin a murmurar: "Sumimasen..." De ahí para adelante todo es perfecto. No hay ni que describirlo. Mi anterior plan del día no incluye tomar y heme ahí, sentada a la mesa con el choko único de sake al lado del primer plato, asegurando que el umeshu es mil veces mejor. La comida empieza como un plan de escape y ni siquiera hay de dónde escapar. Estamos en el mismo lugar de tantas otras veces, el que se convirtiera sin querer en nuestro usual refugio. Es el consuelo de todos los planes deshechos, el remedio para la insipidez de la ciudad que se repite como el paisaje a través de la ventana de un carro en una película vieja.

El lunes estoy atenta a las posibles historias que todos han de traer. No oigo nada. Entonces dirijo mi atención a mis propios labios: nada sale. Es tan obvio y no me doy cuenta… Las vidas de corredores y caminantes parecen agua y aceite, pero se funden fácilmente y crean la gris aleación que opaca las calles con bostezos en la mañana cero de la semana que de nuevo se cuenta a sí misma. No hay nada para contar mientras formamos el tronco de la Y cuyas ramas empezarán a crecer mientras exclamo la frase cuyo tono es un pronóstico de lo que jamás sucederá. Insisto: el hecho de que algo suceda o no, que me deshaga en luces o me limite a pestañear lentamente, no importa en absoluto. Todo lo que brilla el viernes se termina de desvanecer en la tarde del domingo.


[ Dirty Trip — Air ]




I've Got to Admit It's Getting Better...

  • Himura cierra los ojos cuando me da besos en la cabeza. Leerlo en el blog de Salida me dejó pensativa, enternecida, feliz de haberlo invitado a la piñata de Bob Esponja.
  • Aparecieron unos aretes que creí perdidos hace muchos meses.
  • Tengo celular de nuevo. Tendré más cuidado esta vez.
  • Volvió Internet al hogar aunque a cambio se llevó el alma de la otra línea telefónica.
  • Esta mañana encontré el rompecabezas completo sobre el escritorio. Ya no tengo que lamentarme por la falta de la pieza #1000. Ahora puedo desbaratarlo y armar otro.
  • I'm finally free. Too bad you're insane.


[ Hate to Say I Told You So — The Hives ]




Lazarillo

La mañana resplandecía con la extraña viveza que solían tomar los días de visita a la Embajada. A mi alrededor reinaba un tono ambarino, tal vez ocasionado por los ladrillos de los edificios que cortaban el cielo inmaculado. El viaje en bus era un buen cambio, pero, como siempre, había calculado mal el tiempo. Había llegado con 15 minutos de antelación, y no estaba dispuesta a escuchar lo obvio de parte del encargado del primer piso. Me fui entonces, después de amarrarme un zapato, caminando despacio a darle una vuelta a la manzana. Seguramente sería un paseo sin novedades; me apresuraría apenas el reloj marcara las nueve.

Mi paseo cuadrangular se vio interrumpido de repente por una voz titubeante pidiendo ayuda. El dueño de la voz, de edad avanzada aunque no tanto, llevaba una boina de cuero y un bastón de metal. Seguí derecho. Sin embargo, unos pocos pasos más abajo torné mi vista y el extraño seguía murmurando. Miré el reloj: aún me sobraba tiempo.
—¿Qué necesita, señor? —creo haber dicho.
—¿Va hacia arriba?
—Sí.
Era obvio que iba hacia abajo, pero estaba segura de que el cambio de dirección sería más interesante.
—¿Podría ayudarme a cruzar la carrera?
—¿La séptima? Bueno.
Así empezó una simpática conversación con el hombre cuyo nombre olvidé, o tal vez no me lo dijo. Me preguntó qué tal estaban mis ojos. Le dije que bien, porque se me hizo obvio que la miopía era un privilegio si se la comparaba con llegar a ver la luz después de diez años de tratamiento con ya no recuerdo qué. Muchas veces me pregunto qué pasaba con los miopes cuando aún no se corregían los defectos refractivos del ojo. ¿Eran considerados ciegos? En un mundo sin lentes, ¿tanto el anónimo anciano como yo estaríamos obligados a pedir ayuda? De repente me veo metida en una cueva, esperando que algún Homo erectus más agudo que yo me alcance un pedazo de carne...

—¿Será que por aquí hay alguna cafetería?
—Hay dos a este lado, al otro lado hay un sitio de churros.
—¿Churros?
—Sí, pero valen $4300.
—¡¿$4300?!
—Ahí dice.
—¡¿Cada uno!?
—Tal parece.

Pese a lo conveniente que parecía el lado occidente de la avenida, el señor insistió en seguir el itinerario inicialmente estipulado. No le importaba que su destino contuviera apenas un banco, un sitio de envíos, una droguería y el anteriormente mencionado lugar de los churros, además de algunos restaurantes cerrados. El cruce de la séptima se dio sin mayor novedad, salvo un tipo de cara lasciva que murmuró no sé qué cosas al frente del edificio al que esperaba dirigirme una vez terminada esta tarea. Inconscientemente retorné su fija mirada, como si lo escuchara atentamente. Me turbó un poco tomar conciencia de cómo un hombre acababa de deshacerse en lengüetazos impalpables mientras yo guiaba a un anciano.

Creí que la tarea se acabaría apenas pusiéramos pie en el otro andén, pero no fue así. El señor hablaba, hablaba y hablaba. Escuché los consejos que me dio (por nada del mundo restregarse los ojos cuando arden; el agua fría cura prácticamente todas las dolencias debidas al cansancio y la polución) mientras esperaba un momento prudente para despedirme. El tiempo que me sobraba se convirtió en una falta apremiante: tenía clase a las 10 y aún no había entrado a la Embajada. El semáforo peatonal se puso verde por cuarta vez. Recibí un par de frases más, le dije a mi interlocutor que debía irse por este lado y no por ése, y crucé el primer carril.

Miré atrás: iba caminando muy despacio, trazando con su bastón el contorno de un primer escalón que —esperaba — no subiría. "Era para el otro lado", pensé erróneamente.

Crucé el segundo carril y me dispuse a entrar a la Embajada. Miré al edificio de enfrente a través del gigantesco ventanal: mi interlocutor ya no estaba.

Me anuncié y subí. Pero lo que allí sucedió es otra historia.


[ Solitude — Billie Holiday ]

No olvidar: preparar berenjenas con recortes de queso.







XML

Powered by Blogger

make money online blogger templates

The Open List


© 2006 Doblepensar | Blogger Templates by GeckoandFly.
No part of the content or the blog may be reproduced without prior written permission. EekFun

hidden hit counter