Doblepensar

El blog favorito de la mamá de Olavia Kite.


Origami para todos

Hoy tuvimos examen médico en la universidad. Hubo electrocardiograma, chequeo de peso y talla, rayos x, toma de presión arterial, examen de visión y toma de muestras de sangre y orina. Aún no entiendo cómo se habla de miopía en Japón porque pese a que no tuve problemas en comprar unos lentes de contacto nuevos, mis compañeras de clase no entendieron a qué me refería cuando hablé de dioptrías.

A la hora de la muestra de orina me entregaron un sobre pequeño con un frasco como para gotas. Fui al baño del edificio, me aseguré de quedar en un cubículo con sanitario occidental y me dispuse a hacer la tarea.

Según las instrucciones impresas en el sobre, había que sacar de allí una especie de bolsillito de papel que con ayuda de ciertos dobleces debidamente señalados se convertía en cajita. En esa cajita debía depositar mi muestra, parte de la cual debía recoger con el gotero plástico, volver a meter en el sobre y entregar a la encargada.

No creo que sea necesario hablar de la ridícula situación en la que me ví envuelta reforzando los dobleces de la dichosa caja con el fin de ensanchar la abertura y reducir las posibilidades de fallo en la toma de la muestra. El solo hecho de ver la caja y la mano sosteniéndola torpemente era suficiente para enviar señales de alerta a mis esfínteres: zona de riesgo, no descargar aquí.

Con dificultad acumulé una mísera cantidad en una esquina de la obra manual. Para mi alivio, posteriormente el líquido llenó la mitad de la minúscula botellita. Con repulsión boté la cajita a la caneca y me lavé las manos como si ellas hubieran servido directamente de recolector.

Los alcances del origami, ya ven.


[ I Can See Clearly Now — Johnny Nash ]




Guten Taggu

Haciendo uso del Internet inalámbrico en la biblioteca de la universidad, me encuentro cómodamente tecleando en mi hermoso computador sin tildes. El único inconveniente es que no me permite usar ningún programa de mensajería instantánea.

Hoy tuve mi primera lección de alemán. Afortunadamente el acento de la profesora japonesa dista mucho de ser katakana, pero no dejo de angustiarme pensando en el día que llegue a hablarle a alguno de los amiguitos alemanes de Himura y se me rían en la cara porque
  1. agrego vocales al final de todas las palabras terminadas en consonantes
  2. no paro de hacer venias y pedir perdón
Igual la gente en Bogotá se me va a reír en la cara cuando me vea haciendo venias y pidiendo perdón todo el tiempo. Y cuando me pidan demostración de mis recién adquiridas habilidades en el idioma japonés, me quedaré mirándolos fijamente para luego dar una última venia, pedir perdón y huir.


[ Pictures at an Exhibition — Modest Mussorgsky ]




「音声を抑えていただけたら幸いです。」

Esta mañana, cuando salí del cuarto, encontré una notita pegada a mi puerta con cinta pegante. En una esquela de quién sabe qué personaje de anime había escrito un mensaje en keigo (japonés elevado, lenguaje sumamente respetuoso) pidiéndome muy amablemente que controle el volumen de la música en las mañanas debido a que, por estar escribiendo su tesis de maestría, está acostumbrada a dormir de día. El tono de la nota es muy amable, aunque el keigo disfraza de sonrisas toda la rabia contenida.

A juzgar por el hecho de que mi música ya estaba a un volumen mucho menor de lo usual, creo que la culpa la tiene el risible grosor de las paredes. Si Cora puede escuchar claramente las conversaciones de sus vecinas, no tendría nada de extraño que la autora de la carta esté viendo interrumpido su vampiresco sueño a causa de Richie Ray & Bobby Cruz.

Cambiaré los parlantes de lugar. Renunciar a la música—¡Jamás!




お待たせいたしました!

お待たせいたしました。Olavia Kite ha regresado, esta vez transmitiendo desde la capital del bosque, la gloriosa y nunca bien ponderada universidad de Tsukuba, a 45 minutos de Tokio. De nuevo me hallo sin Internet en el cuarto, escribiendo desde la biblioteca. Ya me ardían los dedos de todo lo que quise gritar al vacío y no pude.

Tomar el tren a Tsukuba es como entrar en un agujero de gusano para salir a una dimensión paralela, ajena a Japón pero con su mismo idioma. Todo es espacioso, demasiado espacioso. Hay una cantidad impresionante de restaurantes italianos, inclusive hay una cafetería italiana dentro de la misma universidad. Gracias a la gran extensión que cubre el pueblo, para desplazarse hay que montar en bicicleta o tomar un bus que tarda una eternidad en llegar. Estimo que para mediados de este año tendré unas piernas de ataque con tanta caminata.

Lo extraño de todo es que desde que llegué acá me he visto invadida por una inexpugnable sensación de abandono, como si más allá del bosque que rodea el dormitorio, más allá de los caminitos bordeados por cerezos no existiera más que una vasta llanura desierta. Siento como si el edificio en el que ronca mi nevera heredada fuera el último lugar del mundo, el borde de un planeta plano, una trenza de concreto y grama enroscándose para formar una única incierta isla fuera de la cual los asentamientos humanos son hipótesis.

Este fin de semana voy a pagar más de mil yenes para cruzar el agujero de gusano de vuelta a la loca realidad del archipiélago japonés, comer en Yoshinoya y encontrarme con Marikit y Chee Siang, a quienes extraño más de lo que quisiera aceptar.


[ aviso de cierre de la biblioteca ]







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