Doblepensar

El blog favorito de la mamá de Olavia Kite.


¡El blog no se ha acabado! Solo cambió de dirección.

Olavia Kite escribe aquí:
http://olaviakite.com/doblepensar




Season Finale

(Olavia Kite reaparece en pantalla justo después del final de un episodio de sus emocionantes aventuras. Camina hacia la cámara y se sienta en una silla. Se nota que va a dar un mensaje, como cuando Richard Dean Anderson habla del glaucoma de Dana Elcar al final de un capítulo de MacGyver.)

Hola, amigos. Soy Olavia Kite.

Quiero contarles que el día de hoy este blog detiene sus rotativas. No es desidia, no me voy a suicidar ni me convertí definitivamente a la fe bautista. Cavorite y yo estamos trabajando en algo fantástico y genial que tal vez no vayan a notar mucho ustedes y en realidad es una cosa más bien sutil, pero para mí es un paso inmensísimo. Mi papá dice que ya era hora. Cuando todo esté listo les avisaré. No, Hollywood no compró los derechos del libro de chick-lit editado a partir de este blog. No, no habrá libro de chick-lit editado a partir de este blog. No, Meaghan Smith no me llamó para irme de gira con ella.

Me pongo sentimentaloide porque llevo más de siete años en el mismo lugar e irse da nostalgia —como la que siento ahora que estoy a punto de irme de Japón—. En últimas no es nada grave, pero igual. Gracias por leerme durante todo este tiempo. Hasta pronto.


[ Just Like Starting Over — John Lennon ]




Panza, bonete, libro y cuajar

Estoy mal del estómago. Otra vez. Siempre estoy mal del estómago. ¿Qué pudo ser esta vez? ¿La leche de soya? ¿El puré de ahuyama? No tiene caso señalar culpables. Me dan escalofríos, bajan hasta la altura del ombligo y ahí se quedan. Rrrrr, rrrrr. Es como si tuviera un motor defectuoso acá adentro. ("Chancletielo, chancletielo", dice el mecánico inclinado bajo el capot del viejo Renault 4.)

Hace sol pero no quiero salir. Tiene cara de ser ese sol frío que solo sirve para dibujar sombras raras en el pavimento. Es como un abrazo insincero, como un apretón guango de manos. Creo que quiero eructar. O vomitar. O acostarme y agarrarme la barriga con las dos manos. Es blandita mi barriga. No sé para qué querría tenerla dura.

Cuando era chiquita odiaba mi panza. Estaba convencida de que era la única niña barrigona del mundo. Y bueno, en el colegio ayudaban a reforzarme esa noción. En clase de danza, cuando todas teníamos que andar en traje de ballet, una de las compañeras decía que yo parecía embarazada de nueve meses. Sí, definitivamente yo debía ser una anomalía de la naturaleza si todas eran tan rectas y espigadas. Olvidemos que la vida les regalaría poco tiempo después caderas de crinolina; ese es un detalle menor si en la feria de las formas a mí me tocó la de nevera.

En todo caso la barriga siguió siendo un problema central en mi adolescencia. ¿Por qué no usar bikini? Por la barriga. ¿Fotos sentada? Se nota la barriga. La barriga, la barriga, la barriga. Intentaron ponerme una banda de caucho gruesa alrededor de las caderas a modo de recordatorio para meter panza, pero al final del día eso resultaba enrollado bajo las costillas y la pipa seguía ahí, invicta. Para colmo de males, a los catorce años me mandaron a Estados Unidos a un "intercambio cultural" organizado por el colegio. El paseo, que lo único que tuvo de intercambio fue la iluminación que trajimos a nuestros host parents and siblings"yes, we go to school", "no, we don't live on trees", "yes, we do have cars", "yes, I know that's a computer and it's much older than mine back home"—, contaba con la escolta de nuestra profesora de música, quien no dudó en reprochar mis elecciones alimenticias (¡un sándwich entero en vez de medio sándwich! ¡engendro de Gargantúa!). Quién sabe qué diferencia habrá hecho medio sándwich, pero volví del helado estado de Minnesota hecha un tonel. Un tonel con gafas y brackets y acné severo. Y barriga.

Lo siguiente entonces fue la dieta: perder toda esa eh, ganancia, antes de cumplir quince años porque... porque son quince años y quince años no se cumplen todos los días y la fiesta y todo, ustedes saben. Una fiesta a la que invité a dos amigas, de las cuales una llegó un día antes y luego no fue el día que sí era. Así que me consagré a la piña y el atún. Bueno, piña y atún y huevo cocinado y una galleta con chocolate de postre al almuerzo. No hay mucho que pueda decir al respecto, salvo que para la digestión una rodaja de piña en ayunas todos los días es bendita. La panza no se va, claro, pero cuando el ejercicio no es una opción, con que lo abombado se desinfle un poquito ya todos respiramos aliviados.

Supongo que el último capítulo de esta saga de la autoestima juvenil femenina ocurre exactamente diez años después, en Hawaii. Olavia Kite se da cuenta de que no ha comprado un vestido de baño en ocho años y el que lleva a sus vacaciones solitarias es bastante poco presentable. Entra a Macy's, se dirige a la sección de trajes de baño convencida de que alguien como ella —neveroide, con barriga, toda blandita— requiere uno de una sola pieza. Es una zona remota, pequeña y con una oferta bastante pobre, comparada con la cantidad impresionante de bikinis alrededor. De repente se detiene y piensa: "¿por qué debería comprarme un vestido de baño de una sola pieza? ¿Qué es lo que debería avergonzarme? ¿Acaso tengo algo que esconder?" Así es como por primera vez en mi vida, neveroide, con barriga y toda blandita, me compré un bikini. Y me sentí muy bien.

Ah, sí, el estómago me sigue doliendo, pero a punta de té digestivo y galletas de soda con mermelada estoy segura de que muy pronto me sentiré mejor.


Es lo que hay.


[ Big Girl Little Girl — Sia ]

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Daruma de bicicleta

Anoche leí un artículo sobre el trauma generado por los accidentes de bicicleta versus aquel causado por los accidentes ocasionados al correr. La gente tiende a jurar que no volverá a subirse al lomo de ese monstruo con ruedas así el tiempo de recuperación por lesiones ciclísticas sea breve comparado con el de las lesiones de un pie mal puesto en la pista.

No llevo mucho tiempo montando bicicleta. Tres años, no más (¡uash, ya tres años!). Me he caído varias veces y tengo un par de cicatrices en las rodillas para probarlo. Bueno, también tengo una cicatriz de cuando me atropelló una bicicleta, pero esa es otra historia y creo que la he contado millones de veces. Mis percances ciclísticos han sido más bien vergonzosos, a decir verdad. Enumeraré los más memorables:
  1. Me fui de lado entrando en una rampa, intenté agarrarme de una pared, quedé abrazándola, la bicicleta siguió cuesta abajo, me arrastró, la camisa se me desabotonó y me raspé todo el pecho.
  2. Otra rampa en bajada; esta vez quedé abrazando unos arbustos. No hubo nudismo accidental. El resultado, aquí.
  3. Se me enredó un pedal en un bolardo, di una especie de bote en el aire, el pie que iba sobre el pedal quedó agarrado a la altura del bolardo y se dobló feo. El dedo gordo de dicho pie se volvió una masa amorfa morada. Era tan horrible que no le tomé foto.
  4. Una estudiante descuidada sin frenos me estrelló. Mi teléfono salió volando. Empezó a timbrar apenas tocó tierra. Aún tirada en el pavimento, contesté.
  5. Como habrán podido adivinar ya, el campus de mi universidad es una gran pista de bicicross con subidas y bajadas a granel. ¿Qué pasa cuando dos personas vienen de dos cimas contiguas? Se encuentran en el valle y se convierten en un amasijo de metal y piernas difícil de desengarzar. Es como besarse pero con varillas de por medio y sin saber con quién.
  6. Iba más bien rápido cerca de la bifurcación de un camino. Apareció de la nada una de esas típicas estudiantes sin frenos. La esquivé pero no alcancé a coger el otro brazo de la Y. La llanta golpeó el murito que separaba ambas ramas. Sentí que salía volando como los malos de Los Magníficos. No tengo idea de cómo caí, pero llevo varios días con con las piernas todas pintadas de colores.
  7. Al otro día del accidente #6 llegué a la facultad pensando en lo gracioso que sería volver a caerme de la bici. Un minuto después frené mal, me fui a bajar, la bicicleta siguió, me arrastró, terminé de pintarme las piernas.
Pese a todo esto —mi mamá debe estar al borde del infarto leyendo estas fantásticas historias de supervivencia—, nunca se me ha pasado por la cabeza dejar de montar bicicleta. Me gusta muchísimo ir por ahí rodando, escuchando música bajo la mirada vigilante del radiotelescopio, con el paisaje abriéndose hacia el infinito detrás de las viejas casas rurales. Cavorite dice que soy un peligro sobre ruedas, pero en Tsukuba montar bici es cuestión de supervivencia (lo siento, ciclistas de Amsterdam). No obstante, me preocupa que en Bogotá se me acabe la dicha ciclística gracias a las distancias, el estado de las vías y el clima (por no mencionar la inseguridad).

Eso sí, no me pregunten sobre traumas de conducción automovilística. De eso no se habla.

Addendum: Lowfill Sensei, si me lees, mil y mil gracias de nuevo por haberme enseñado a montar bici.

Foux du FaFa

¡Aquí viene! ¡Huyan! ¡Aaaaaaaaaargh!
(foto de Cavorite)


[ Miracle and Magician — Wendy Carlos ]

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