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Cassiopeia



Si me preguntan, mis conocimientos astronómicos eran mucho mejores cuando jugaba Where in Space is Carmen Sandiego? y soñaba con volverme una gran astrónoma, de la mano de nombres que daban pistas en el juego y que aún retumban en mi memoria, como Tycho Brahe y Percival Lowell. El programa nombraba también a otros personajes que tenían que ver con ese increíble vacío brillante, aunque de otro modo; entre ellos, H.G. Wells y Ursula K. LeGuin. Adivinen a quiénes terminé haciéndoles más caso. Así que, una vez decidida a sumirme en el mundo de los universos inventados y por descubrir, dejé paulatinamente de preocuparme por saber qué estrella era cuál. Seguía mirando hacia arriba, pero me conformé con un pequeño cúmulo de conocimiento, compuesto únicamente por los nombres Orión, Pléyades, Mérope, Híades, Aldebarán y Betelgeuse.

Debido a esta ignorancia elegida, la cual habría de provocarme cierto remordimiento posteriormente bajo los cielos limpios de Dubuque, solamente he podido ver a Casiopea una vez.

Ocurrió durante la única época en el año en que las estrellas se confabulan para mostrarse, galantes, en eventos que requieren de gran participación de público. Esto es, el advenimiento de la Navidad. En mi época escolar esto quería decir un sinnúmero de cosas, pero entre ellas sobresalía una que ahora extraño: el coro de Uncoli. El coro, al menos ése, reunía a estudiantes de los colegios integrantes de Uncoli para cantar diversas piezas navideñas. Todavía tengo varias melodías en la cabeza. Las presentaciones se hacían cada año en un colegio distinto, pero yo diría que las mejores eran las que se llevaban a cabo en el San Carlos, cantando Silent Night al aire libre... y mi cabeza desviada hacia las estrellas sin nombre.

Una noche, a la espera de nuestra triunfal entrada al recinto donde tendría lugar la primera parte del recital, me quedé pasmada observando la amplia bóveda de diamantes que se desplegaba sobre mi cabeza ante la escasez de luz eléctrica a mi alrededor. Como era habitual (y aún lo es), busqué a Orión e inmediatamente localicé las Pléyades (tuvieron un especial significado durante un tiempo... de ahí mi dirección de correo electrónico). Alguien se me acercó. Era un integrante del coro, lo cual para mí era bastante extraño, dado que yo no logré socializar allí con nadie. Miraba hacia arriba también. Las palabras que intercambiamos se han ido borrando de mi memoria, pero sé que le hablé del cúmulo de estrellas que estaba viendo. A cambio de mi inútil comentario, él me señaló a Casiopea. Lo que podría haber sido una simple y accidental W en el cielo, era ella en su trono, más bella que las Nereidas.

Fue la única vez que hablamos, y supongo que la última vez que lo vi. También fue la única vez que reconocí a Casiopea. Cuando volví a buscarla en el cielo estrellado de otra noche, se me había perdido, como un kanji recién aprendido que se refunde entre miles de pinceladas mudas.


SUENA: Marble Halls — Enya




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