De las palomas y sus patas
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy lunes, octubre 10, 2005 a las 3:05 p. m..
Las palomas rasguñan las canales con sus patas. En un baile de autobús sobre la superficie en la que se posan, las aladas abuelas grises se mecen sin parar sobre un metal que ha frenado en seco mucho antes de su nacimiento.
El cielo es gris, se dobla como un techo de lona bajo el peso de los charcos que contiene. Si lloviera, y las palomas lo presenciaran —en vez de escabullirse en busca del ya conocido refugio de los campanarios —, el arrastrar de sus garras se vería acompañado de un suave tintineo, producido por el agua que se va colando entre las bajantes. Conformarían una pequeña orquesta de percusión, serían adolescentes de vestidos lúgubres en una banda de skiffle.
Las imagino asomándose para ver el remolino de la lluvia que se desliza estoicamente hacia el abismal tubo rectangular, con su mirada grave y desconcertada siguiendo la insondable noche del viejo pozo sin fondo. Desde abajo sus picos encorvados sugieren la presencia de un séquito funerario que busca con los ojos desorbitados el féretro que fue devorado por un agujero demasiado hondo. Mientras tanto, las gotas juegan escaleras durante la tarde y caen en el indeseable cuadrito del tobogán, obligadas a empezar el juego de nuevo. Cuando vuelvan a mezclarse los vientos lo intentarán una vez más. Palomas ociosas.
Si el frío arreciara y la lluvia musical posara un dedo en sus labios para convertirse en nieve, las palomas observarían atentamente cada copo en su trayecto hacia su oscura destrucción. Súbitamente, cada una sería atraída por la inusual gracia de una de aquellas frágiles estrellas de agua, y ante su inexplicable pérdida buscarían en el aire de peltre una escama igual, un reemplazo que no sufriera el mismo destino. O una al menos parecida. O una que tan sólo pudiera traer su recuerdo a la vista. Así, las tristes señoras reducirían sus exigencias hasta dejarse hipnotizar por cualquier rastrojo de agua congelada. Pasarían las horas sobre la canal y sus rasguños cesarían por completo, sustituidos por el inaudible crujido de los cuchillos que se abren paso por entre la carne, cuchillos cuya vida anterior de líquido inofensivo se había detenido poco antes. Sus ojos, atravesados ahora por los minúsculos filos, abarcarían el vacío horizonte, perdidos por siempre entre flotantes Medusas de cristal.
Y si de repente la temperatura volviera a subir, el agua fluiría fuera de la masa de inerte rojez para caer en el indeseable cuadrito del tobogán, justo en la mitad de un juego especialmente lento. Cuando vuelvan a mezclarse los vientos lo intentarán una vez más. No obstante, en esa próxima ocasión no habrá palomas para acompañar su canto. Conscientes de su debilidad por los abismos —y todo aquello que en ellos cae —las trastocadas ancianas se empecinan en pasar la lluvia en uno de los diez mil veces visitados campanarios. Allá estarán seguras, rasguñando frenéticamente las capas de pintura con sus patas, ahogando con sus garras la idea del agua que dibuja espirales transparentes sobre un fondo negro, de un solo vitral hexagonal descendiendo con infinita suavidad para desvanecerse en un rectángulo de fascinante nada.
[ Yesterday Once More — The Carpenters ]
0 dimes y diretes para “De las palomas y sus patas”
Publicar un comentario
Será comentar, porque qué más.