Mata Atode, Sensei
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy viernes, noviembre 25, 2005 a las 9:18 p. m..
En enero de 2004, 30 estudiantes aguardaban nerviosamente el principio de una clase en un salón del Ll. En la segunda fila, contra la pared, estaba sentada yo esperando al profesor de Japonés 1. Por alguna confusión pensé que recibiríamos las lecciones de Barrera Sensei, el jefe de jefes de Estudios Asiáticos en la universidad. Sin embargo, al cabo de unos diez minutos que no sé qué tan eternos se me hicieron, apareció un hombre desconocido, mucho más joven y con una sonrisa de oreja a oreja. En ese momento, y a lo largo de aquel primer semestre, se me antojó igualito al príncipe Malagant en Lancelot —ahora pienso que se parece mucho a Kwai Chan Kane en la primera versión de Kung Fu. Cerró la puerta, pero ésta volvió a abrirse. "Nandesuka---", murmuró, sin dejar de sonreír. El choque de no tener a quien esperaba de profesor duró varias semanas: este profesor parecía demasiado joven, demasiado jovial para ponerse a enseñar una lengua que para ese entonces yo chapurreaba muy pobremente gracias a mi vida amorosa. El señor escribió su nombre en el tablero y se dispuso a explicarnos de una vez la abismal diferencia que hay entre el japonés y el chino, escribiendo un ejemplo en la segunda lengua y leyéndolo en voz alta. El hecho de que dominara eso que parecía imposible de hablar me pareció fascinante.
Así empezó mi relación con el Sensei. El señor me intimidaba sobremanera; yo no hallaba forma de hablarle sin sentirme infinitamente incómoda pese a que era muy amable. Me hacía participar mil veces en una sola clase, lo cual se me hacía entre chistoso y extraño. Un día le regalé un bizcocho japonés. En todo el primer semestre no fui capaz de intercambiar más de dos frases con él. Sólo hasta bien entrado el segundo nivel me atreví a contarle que mi en-ese-entonces-prácticamente-prometido era japonés. En el cuarto nivel resultó que mi asociado actual fue su alumno (y fue por una discusión sobre él que terminamos conociéndonos). Gracias a una clase adicional que tomé con él (Pintura japonesa), mi admiración por él creció exponencialmente. En tercer nivel me ofreció la monitoría de Historia Cultural de Japón, que aún mantengo, y que ha sido la puerta a cosas increíbles que han sucedido en mi vida reciente.
A lo largo de cuatro semestres los estudiantes fueron desapareciendo hasta quedar 5 sentándonos siempre en los mismos puestos, como si los fantasmas de otros fueran a ocupar los pupitres restantes. Ayer, de esos cinco estábamos cuatro cantando canciones junto con el Sensei en un karaoke rudimentario. Todavía queda mucho por hablar con el profesor más interesante que he tenido en mi historia escolar. Gracias a él mi vida ha tomado giros que jamás habría imaginado. Minori se ha ido pero mi vínculo con Japón no ha desaparecido; posiblemente se estreche más de lo que jamás pensé.
¿Imaginé que todo esto sucedería cuando lo vi entrar al salón con su parecido a Malagant y su sonrisa peculiar? No, claro que no. Eso es lo que ha hecho todo este proceso tan interesante. Cada vez que pienso que pude haber tomado Japonés 1 un semestre antes con alguien diferente sonrío; uno lo ignora, pero la vida siempre sabe bien hacia dónde va.
[ Amarain — Amr Diab ]
Así empezó mi relación con el Sensei. El señor me intimidaba sobremanera; yo no hallaba forma de hablarle sin sentirme infinitamente incómoda pese a que era muy amable. Me hacía participar mil veces en una sola clase, lo cual se me hacía entre chistoso y extraño. Un día le regalé un bizcocho japonés. En todo el primer semestre no fui capaz de intercambiar más de dos frases con él. Sólo hasta bien entrado el segundo nivel me atreví a contarle que mi en-ese-entonces-prácticamente-prometido era japonés. En el cuarto nivel resultó que mi asociado actual fue su alumno (y fue por una discusión sobre él que terminamos conociéndonos). Gracias a una clase adicional que tomé con él (Pintura japonesa), mi admiración por él creció exponencialmente. En tercer nivel me ofreció la monitoría de Historia Cultural de Japón, que aún mantengo, y que ha sido la puerta a cosas increíbles que han sucedido en mi vida reciente.
A lo largo de cuatro semestres los estudiantes fueron desapareciendo hasta quedar 5 sentándonos siempre en los mismos puestos, como si los fantasmas de otros fueran a ocupar los pupitres restantes. Ayer, de esos cinco estábamos cuatro cantando canciones junto con el Sensei en un karaoke rudimentario. Todavía queda mucho por hablar con el profesor más interesante que he tenido en mi historia escolar. Gracias a él mi vida ha tomado giros que jamás habría imaginado. Minori se ha ido pero mi vínculo con Japón no ha desaparecido; posiblemente se estreche más de lo que jamás pensé.
¿Imaginé que todo esto sucedería cuando lo vi entrar al salón con su parecido a Malagant y su sonrisa peculiar? No, claro que no. Eso es lo que ha hecho todo este proceso tan interesante. Cada vez que pienso que pude haber tomado Japonés 1 un semestre antes con alguien diferente sonrío; uno lo ignora, pero la vida siempre sabe bien hacia dónde va.
[ Amarain — Amr Diab ]
Llamaron a la puerta y ahí estaba ella, calladita calladita. Su silencio me hacía sentir incómoda, como si hubiera algo en la atmósfera que le disgustara. Como si siempre hubiera algo que le disgustara. Así que me fui de gancho con él y le pregunté cómo seguía del estómago. Me contó chistes malos, yo escuchaba su peculiar modo de hablar. Sorpresivamente, a la mitad del camino ella también contó un chiste. El grupo se fragmentó en dos parejas, ella y él de la mano, él y yo de gancho. Llegamos al cine. La película estaba bonita. Helado. ¿Y ahora qué hacemos?
—No sé.
Volvimos a mi casa. Él reía alegremente y se concentraba en el televisor con una pose que no delataba su edad. Ella se quedó dormida. Después, poco a poco vislumbramos hilillos de voz y sonrisas sutiles que la revelaron no como la dueña de un silencio arrogante sino como un ser que simplemente es así. No hay que indagar, las palabras nunca saldrán de ahí si se las arranca violentamente. En su silencio está contenida una dulzura inexplicable.
Por otro lado, de él —quien la llevó de la mano al cine —tuve la total certeza de que sería un papá intachable. Cuando ella se quedó dormida él la tapó. Les trajo a ambos jugo, y a él gelatina (por eso del dolor de estómago). Lástima que el tiempo hubiera pasado tan rápido, me doy cuenta de lo mucho que me gusta estar con ellos.
Hoy, y sólo hoy, Maladjusted tiene razón respecto de mi exacerbado sentido maternal.
[ Thé à la Menthe — Nikkfurie ]
—No sé.
Volvimos a mi casa. Él reía alegremente y se concentraba en el televisor con una pose que no delataba su edad. Ella se quedó dormida. Después, poco a poco vislumbramos hilillos de voz y sonrisas sutiles que la revelaron no como la dueña de un silencio arrogante sino como un ser que simplemente es así. No hay que indagar, las palabras nunca saldrán de ahí si se las arranca violentamente. En su silencio está contenida una dulzura inexplicable.
Por otro lado, de él —quien la llevó de la mano al cine —tuve la total certeza de que sería un papá intachable. Cuando ella se quedó dormida él la tapó. Les trajo a ambos jugo, y a él gelatina (por eso del dolor de estómago). Lástima que el tiempo hubiera pasado tan rápido, me doy cuenta de lo mucho que me gusta estar con ellos.
Hoy, y sólo hoy, Maladjusted tiene razón respecto de mi exacerbado sentido maternal.
[ Thé à la Menthe — Nikkfurie ]
El salto del ángel
1 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy jueves, noviembre 10, 2005 a las 8:30 p. m..
El viernes pasado nos invitaron a una celebración pre-cumpleañera en El Salto del Ángel, en el parque de la 93. Hallándose mi vida un tanto desprovista de vida nocturna, me uní al plan porque a) la cumpleañera es una de mis mejores amigas de la universidad y b) yo quería bailar. Para mi gran alegría, los objetivos (bailar y estar con ella) se cumplieron a las mil maravi—
¿Pero qué estoy diciendo? ¿A quién engaño? El Salto del Ángel es una estafa. A la hora de comer el chino de la 8a con no sé qué es mil veces mejor, y bailar es más fácil y cómodo en un Transmilenio atestado. El cover no es consumible, lo cual le hace pensar a uno cuando ya ha pagado y es demasiado tarde para retractarse que el lugar tiene que ser casi que etéreo para que uno pague con gusto por el mero disfrute del ambiente. Mi primera impresión al entrar, sin embargo, fue que habíamos pagado para sentarnos en una sala de espera. Nos habían ubicado en un cojín blanco grandísimo donde todos teníamos que darnos la espalda mientras sonaba lo que parecía la programación habitual de 'La W' o 'La FM' (emisoras cuya música me gusta mucho —sí, soy una anciana que se conmueve con Dionne Warwick —, pero que bien podría oír en la comodidad de mi casa, gratis). Al cabo de un rato nos dieron una mesa.
Las siguientes siguientes dos horas transcurrieron entre Cyndi Lauper, Boy George y la cannción de la propaganda de Revlon a principios de los años 90 con Cindy Crawford. Muy seguramente eso se bailaba frenéticamente cuando a mí me hacían el copete de Alf, pero mis tenis Reebok rojos sucumbieron al poder del crecimiento infantil y ahora eso era simple música de fondo. Pasaron a preguntarnos si íbamos a comer (insistentemente), y en vista de que ni Himura ni yo consumiríamos alcohol caímos en la triste trampa de pedir una ensalada César. Gran error. El menú juraba que traía una mayonesa especial de anchoas, pero yo les aseguro que las tres gotas que adornaban las hojas de lechuga tiradas por ahí en el plato no pasaban de agualeche. Tomamos Nestea lentamente mientras mi amiga me comentaba alegremente que el establecimiento era lo más cercano que había a Andrés Carne de Res (ahora con mayor razón no me acerco por allá) y que tranquila, que la música para bailar ya iba a empezar, que la otra vez que estuvo ahí el lugar estaba tan lleno que ella tuvo que bailar sobre un escalón (¿Que qué?). Esta última declaración tomó sentido en mi cabeza cuando notamos que cada vez había más gente recostada contra las paredes, sentada en las escaleras, parada por ahí. He de anotar además que el espacio entre mesa y mesa es mínimo. En serio, ¿dónde íbamos a bailar cuando el momento llegara... si es que llegaba?
Estábamos tan desesperados después de la fallida cena que aseguramos que bailaríamos reggaetón si éste llegaba a sonar. Para nuestro (breve) alivio, el tan esperado momento llegó con Juan Luis Guerra. Al fin, a lo que vinimos. Las primeras dos o tres canciones transcurrieron con relativa normalidad: todavía podíamos dar vueltas. No obstante, notamos que nuestro baile se veía interrumpido por la presencia de alguien que quería pasar al otro lado, ya fuera mesero o cliente. Sucedía sólo a veces. Y luego, varias veces. Después, muy seguido. Demasiado seguido. Bueno, cambiemos de lugar. Aquí tampoco se puede, es una intersección de mesas. Allá se ve más espacio, vamos. Es la entrada, no hace sino pasar gente... ¿Llega uno a realmente bailar en toda la noche? ¡No! Simplemente se esquivan obstáculos móviles rítmicamente. Ahora que lo pienso, era más o menos como jugar Frogger en la vida real.
El hecho de fundir todos los pasos de baile en un solo bamboleo contra codos y espaldas termina colmando la paciencia de quien quiere de verdad hacer algo más que posar para Bogota2Night al ritmo de cuarenta grupos indistinguibles con sus canciones que en realidad son una sola. Además, yo tenía un dolor de estómago para el cual la supuesta ensalada César no fue de gran ayuda. En medio de la quincuagésima octava canción de Carlos Vives dejé de arremeter a diestra y siniestra para decirle a mi fiel compañero de baile, no más.
De repente se me ocurre que tal vez, si nos hubiéramos emborrachado a más no poder, bailar a medias sobre un solo baldosín habría sido una experiencia inolvidable. Pero ése no fue el caso, así que estando lo suficientemente lúcidos para saber que pagar por hacinarse no es lo que llamaríamos 'diversión', nos alejamos disgustados.
[ Kang Ding Qing Ge — 12 Girls Band ]
¿Pero qué estoy diciendo? ¿A quién engaño? El Salto del Ángel es una estafa. A la hora de comer el chino de la 8a con no sé qué es mil veces mejor, y bailar es más fácil y cómodo en un Transmilenio atestado. El cover no es consumible, lo cual le hace pensar a uno cuando ya ha pagado y es demasiado tarde para retractarse que el lugar tiene que ser casi que etéreo para que uno pague con gusto por el mero disfrute del ambiente. Mi primera impresión al entrar, sin embargo, fue que habíamos pagado para sentarnos en una sala de espera. Nos habían ubicado en un cojín blanco grandísimo donde todos teníamos que darnos la espalda mientras sonaba lo que parecía la programación habitual de 'La W' o 'La FM' (emisoras cuya música me gusta mucho —sí, soy una anciana que se conmueve con Dionne Warwick —, pero que bien podría oír en la comodidad de mi casa, gratis). Al cabo de un rato nos dieron una mesa.
Las siguientes siguientes dos horas transcurrieron entre Cyndi Lauper, Boy George y la cannción de la propaganda de Revlon a principios de los años 90 con Cindy Crawford. Muy seguramente eso se bailaba frenéticamente cuando a mí me hacían el copete de Alf, pero mis tenis Reebok rojos sucumbieron al poder del crecimiento infantil y ahora eso era simple música de fondo. Pasaron a preguntarnos si íbamos a comer (insistentemente), y en vista de que ni Himura ni yo consumiríamos alcohol caímos en la triste trampa de pedir una ensalada César. Gran error. El menú juraba que traía una mayonesa especial de anchoas, pero yo les aseguro que las tres gotas que adornaban las hojas de lechuga tiradas por ahí en el plato no pasaban de agualeche. Tomamos Nestea lentamente mientras mi amiga me comentaba alegremente que el establecimiento era lo más cercano que había a Andrés Carne de Res (ahora con mayor razón no me acerco por allá) y que tranquila, que la música para bailar ya iba a empezar, que la otra vez que estuvo ahí el lugar estaba tan lleno que ella tuvo que bailar sobre un escalón (¿Que qué?). Esta última declaración tomó sentido en mi cabeza cuando notamos que cada vez había más gente recostada contra las paredes, sentada en las escaleras, parada por ahí. He de anotar además que el espacio entre mesa y mesa es mínimo. En serio, ¿dónde íbamos a bailar cuando el momento llegara... si es que llegaba?
Estábamos tan desesperados después de la fallida cena que aseguramos que bailaríamos reggaetón si éste llegaba a sonar. Para nuestro (breve) alivio, el tan esperado momento llegó con Juan Luis Guerra. Al fin, a lo que vinimos. Las primeras dos o tres canciones transcurrieron con relativa normalidad: todavía podíamos dar vueltas. No obstante, notamos que nuestro baile se veía interrumpido por la presencia de alguien que quería pasar al otro lado, ya fuera mesero o cliente. Sucedía sólo a veces. Y luego, varias veces. Después, muy seguido. Demasiado seguido. Bueno, cambiemos de lugar. Aquí tampoco se puede, es una intersección de mesas. Allá se ve más espacio, vamos. Es la entrada, no hace sino pasar gente... ¿Llega uno a realmente bailar en toda la noche? ¡No! Simplemente se esquivan obstáculos móviles rítmicamente. Ahora que lo pienso, era más o menos como jugar Frogger en la vida real.
El hecho de fundir todos los pasos de baile en un solo bamboleo contra codos y espaldas termina colmando la paciencia de quien quiere de verdad hacer algo más que posar para Bogota2Night al ritmo de cuarenta grupos indistinguibles con sus canciones que en realidad son una sola. Además, yo tenía un dolor de estómago para el cual la supuesta ensalada César no fue de gran ayuda. En medio de la quincuagésima octava canción de Carlos Vives dejé de arremeter a diestra y siniestra para decirle a mi fiel compañero de baile, no más.
De repente se me ocurre que tal vez, si nos hubiéramos emborrachado a más no poder, bailar a medias sobre un solo baldosín habría sido una experiencia inolvidable. Pero ése no fue el caso, así que estando lo suficientemente lúcidos para saber que pagar por hacinarse no es lo que llamaríamos 'diversión', nos alejamos disgustados.
[ Kang Ding Qing Ge — 12 Girls Band ]