Doblepensar

El blog favorito de la mamá de Olavia Kite.


Como los unicornios

American Forces Network ha pasado a formar una parte importantísima de mi vida en Japón. Gracias a esta radiodifusora he logrado camuflar los gritos matutinos de los aprendices de policía japoneses y mi experiencia de cocinar, desayunar y estudiar es mucho más agradable. Tengo FM en mi celular, pero la programación de todas las emisoras de Tokyo juntas no se compara a las mañanas con los Beatles, The Mamas and the Papas, Aretha Franklin y tantos otros que voy anotando en un post-it de osito para cuando tenga computador propio. Claro que los locutores tienden a hablar como George W. Bush, diciendo "nucular" cuando quieren decir "nuclear" e invitando a dirigirse en internet a "dubya dubya dubya dot ... dot com". De pronto es una medida oficial para que los soldados nunca deshonren a su presidente.

Hace unos días, justo antes de salir a clase, empezó a sonar una canción de Shakira. Sin embargo, no supe que era Shakira sino mucho más adelante —cuando empezó a balar, claro—. Y la cantante no podía importarme menos. Lo que me llegó al alma fue lo siguiente:

A lo largo de toda la canción se escucha clarísimamente la trompeta característica de "Amores como el nuestro", de Jerry Rivera.

Ahora me pregunto si las jovencitas todavía tararean esa canción cada vez que suena en los buses bogotanos, pero en ese entonces me reí sola, preguntándome cómo podía perseguirme ese clásico de la mala salsa hasta tan lejos, guardándome el momento para comentarlo en otra ocasión. Acá nadie podría comprenderlo.


[ pasos de alguien alejándose ]




La radiola

La habitación 708 del dormitorio para estudiantes internacionales de la Tokyo University of Foreign Studies era silenciosa, silenciosa. A veces, en la mitad de la noche, se podía oír una única gota cayendo sobre incógnita superficie. En las mañanas nubladas se escuchaba, sin falta, el canto de entrenamiento de un grupo que jamás se llegaría a vislumbrar desde el balcón. Era una melodía más o menos así:
"Jai joooo Jái, jo, Jai, jo, Jai, jo; Jai joooo Jái, Joooooooo..."

Se podría decir que aquella habitación se encontraba vacía, pero no era así. Olavia Kite la estaba ocupando desde hacía un par de semanas, desplazando el silencio con más silencio, o con el tintineo de las llaves al caer sobre el escritorio. Sin embargo, ella no estaba acostumbrada a tal quietud. Pronto su cabeza empezó a llenarse de voces, de ritmos alguna vez registrados. Finalmente, un poco quebrada, emergió su propia voz reproduciendo una melodía mientras limpiaba se miraba al espejo. Era evidente que no sobreviviría si la única música iba a provenir de su garganta, pero no había nada que pudiera hacer.

Una tarde la alcoba recibió un sonido más, el último de aquel vacío. Una caja había tocado secamente el escritorio, y luego de un clic, sonaron voces hablando en japonés. Era un cassette de práctica de conversaciones. Un cassette... ¿sonaba acaso por sí mismo? Claro que no. La cinta se deslizaba, un poco rechinante, sobre una vieja grabadora sin antena. Olavia Kite la miraba, desconsolada ante la pérdida de la única posibilidad que tendría de recuperar el sonido anhelado, de ir llenando la inmensidad de aquel panorama en el que a veces graznaban los cuervos, mucho después del invisible y ajeno entrenamiento.

Entonces —y es así porque no pasó nada más que fuera digno de mencionarse en este acto —, Olavia Kite ubicó unas tijeras en la base de lo que debía ser una larga varillita metálica.

Todas las mañanas, la emisora de las fuerzas armadas estadounidenses intenta enseñar a los soldados normas de cortesía y frases en japonés. El familiar acento en el aún más familiar idioma anuncia el estado del tiempo en Yokosuka y Fuji, predice lluvias aisladas en la planicie Kanto e informa que hoy se reciben 116 yenes por cada dólar en el banco militar más cercano. El Jay Leno de alguna otra noche hace reír a su vieja concurrencia y reparte dosis de violencia al contar una y otra vez que el hombre que asesinó a una niña en algún suburbio planeaba comérsela. Luego entra Natasha Bedingfield pintando la atmósfera de colores soleados y, mientras el agua aplaude sobre la tina, los Beatles hablan de una revolución.

El silencio ha sido vencido brevemente, relegado al lugar donde todas las grabadoras del mundo no podrán destronarlo: las lejanas montañas de Takahata-Fudo... y las habitaciones donde las tijeras no han producido un milagro.

"Today is where your book begins... the rest is still unwritten."


[ un sinfín de canciones que recuerdo de la radio, en mi cabeza ]




Guardando sombrillas demasiado bien

Hoy tuve la genial idea de guardar mi sombrilla en el sombrillero que hay a la entrada de la biblioteca. Las instrucciones eran fáciles, ilustradas y hasta en inglés: sólo había que hacer una combinación de números, asegurar la sombrilla y luego volver, repetir la combinación y recuperar el preciado objeto.

Pues bien, cuando regresé por ella repetí los numeritos y, oh sorpresa, mi sombrilla no salió. Intenté con más números, pero nada, así que mientras escribo esto una sombrilla transparente, igualita a la que usó Scarlett Johansson en Lost in Translation cuando cruzaba la calle en Shibuya (cuando yo fui estaba soleado, así que ni modo de repetir... además, de aquí a que yo medio me parezca a Scarlett Johansson...) que me costó cien yenes, reposa apaciblemente en un sombrillero que me dio por probar creyendo que me obligarían a usarlo como a ese señor que vi entrando al Museo Nacional de Tokio.

Se supone que debo buscar asistencia, pero por más japonés que yo crea haber estudiado en Colombia, en estos días soy Celia Cruz en Nueva York. Y lo estoy disfrutando. Ya mañana empezaré a darle con juicio al japonés, a ver si puedo decir algo más que "hai" todo el tiempo.


[ tecleo incesante ]




It Is No Smorking in the Eleveator.

Y bien, aquí estoy. En Tokio. Tuvo que pasar una semana entera para recibir una cuenta de uso de computador. No he leído muchos blogs desde hace mucho tiempo.

Hay tanto que decir que no puedo decir nada. Ya están cayendo las flores de cerezo, caen como nieve, y el frío es abrumador. Una mañana desperté, abrí la cortina y vi el Monte Fuji detrás de los edificios. Es difícil darse cuenta de que uno realmente está aquí y no en algún sueño. A veces, cuando los pétalos caen más seguido y el silencio alrededor de un templo budista me envuelve, me pregunto si no estoy muerta.

Pero estoy muy viva, mirándolo todo y tratando de comprender lo que por mucho tiempo creí que entendía a la perfección.


[ algún aparato de la biblioteca, tal vez una impresora ]




¿Qué me espera en la dirección que no tomo?

Vamos a averiguarlo.


[ tecleo pausado aunque frenético ]







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