Seeking Viviana
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy martes, mayo 29, 2007 a las 7:12 p. m..
El de Viviana es el primer rostro que se encuentra cuando se abre la sección "Seniors" del anuario de mi promoción. El texto es sencillo mas no minimalista y en la foto sonríe: sale bonita. En la página opuesta no hay otro rostro sonriendo sino nuestras sonrisas de épocas lejanas. Escarbamos cajas y álbumes para que al final ésa fuera la última vez que algunas de nosotras veríamos nuestros preciosos recuerdos impresos en grueso papel brillante, tal vez cubierto de marcas de dedos. Ahora esos recuerdos estarían condenados a morar exclusivamente en aquella página, al lado de Viviana.
Cuando llegué a octavo tenía la firma decisión de no volver a frecuentar a mis amigas de séptimo. En vista de que ningún grupo me recibiría, y que yo no haría ningún esfuerzo porque ello sucediera, convencida como estaba yo de que no le caía bien a nadie en aquel par de salones, resolví andar sola. Sin embargo, antes de sumirme en el solipsismo escolar me hallé pasando un par de recreos con ella, la niña nueva con la que había intercambiado un par de palabras frente al horario pegado en la cartelera. Era claro que era mayor que nosotras, y que pensaba de manera muy diferente de nosotras. Eso la hacía interesante. Ella tenía un libro listo para pasar el recreo del mismo modo que yo, pero terminamos hablando. De todos modos, al cabo de un par de días me vi sola como lo tenía planeado y empecé a frecuentar la biblioteca. El plan no duró mucho; una mañana, mientras caminaba entre las casetas donde vendían las onces, una mano salió de la nada y me agarró del brazo. Desde entonces, no estuve sola nunca más. Pero ésa es otra historia, y la mano no pertenecía a Viviana.
A partir de ahí no tengo muchos recuerdos con ella. Fue la primera persona que se quedó a dormir en mi casa, siendo prácticamente la única que no le encontraba problema a la ubicación de mi hogar. No recuerdo si estábamos haciendo un trabajo juntas o ella me había pedido prestado el Internet. Yo le mostré las maravillas de ICQ y al stalker de turno. Me dio un papelito con algunos nombres de canciones y cantantes y yo le hice el favor de buscar las letras. Una vez, ya en once, me regaló un montón de dulces y una cartita envueltos en un papel verde cuando jugamos a la amiga secreta. Sé que nos llevábamos bastante bien, pero ella corría en su propia dirección y yo en la mía. Al final ella terminó en el grupo de amigas del que yo me había separado años atrás, pero supongo que tampoco ancló allí. Ella tenía ya un pie en el mundo; el colegio era sólo un sitio más al que había que ir cinco de los siete días de la semana.
Todavía me pregunto por qué no fui capaz de preguntar por sus datos cuando nos graduamos, por qué lo sentí inapropiado. Yo sabía mientras callaba que desde entonces sería muy difícil, si no imposible, volver a saber de Viviana. Suelo preguntarme qué hará ahora, cómo encontrarla. Internet, con todos los milagros que hace, no ha sabido darme razón de ella. Me gustaría resignarme a olvidarla, pero para una persona como yo, que colecciona memorias, borrar a los protagonistas de dichas memorias es una tarea imposible.
Detrás de mí camina un sinnúmero de fantasmas, un batallón de sombras en busca de sus dueños. Cada vez que compagino con alguien estoy condenándome a recordar a esa persona por siempre. Ahora que mi curso desea reunirse después de cinco años y su nombre sale a flote de repente, la sombra que me acompaña hala de mi manga y me pide que reanude la búsqueda, que saque a Viviana de la eternidad del anuario. Estoy muy lejos, pero lo haré: esta vez con un extraño viso de esperanza.
[ Oh Lately It's So Quiet — OK Go ]
Cuando llegué a octavo tenía la firma decisión de no volver a frecuentar a mis amigas de séptimo. En vista de que ningún grupo me recibiría, y que yo no haría ningún esfuerzo porque ello sucediera, convencida como estaba yo de que no le caía bien a nadie en aquel par de salones, resolví andar sola. Sin embargo, antes de sumirme en el solipsismo escolar me hallé pasando un par de recreos con ella, la niña nueva con la que había intercambiado un par de palabras frente al horario pegado en la cartelera. Era claro que era mayor que nosotras, y que pensaba de manera muy diferente de nosotras. Eso la hacía interesante. Ella tenía un libro listo para pasar el recreo del mismo modo que yo, pero terminamos hablando. De todos modos, al cabo de un par de días me vi sola como lo tenía planeado y empecé a frecuentar la biblioteca. El plan no duró mucho; una mañana, mientras caminaba entre las casetas donde vendían las onces, una mano salió de la nada y me agarró del brazo. Desde entonces, no estuve sola nunca más. Pero ésa es otra historia, y la mano no pertenecía a Viviana.
A partir de ahí no tengo muchos recuerdos con ella. Fue la primera persona que se quedó a dormir en mi casa, siendo prácticamente la única que no le encontraba problema a la ubicación de mi hogar. No recuerdo si estábamos haciendo un trabajo juntas o ella me había pedido prestado el Internet. Yo le mostré las maravillas de ICQ y al stalker de turno. Me dio un papelito con algunos nombres de canciones y cantantes y yo le hice el favor de buscar las letras. Una vez, ya en once, me regaló un montón de dulces y una cartita envueltos en un papel verde cuando jugamos a la amiga secreta. Sé que nos llevábamos bastante bien, pero ella corría en su propia dirección y yo en la mía. Al final ella terminó en el grupo de amigas del que yo me había separado años atrás, pero supongo que tampoco ancló allí. Ella tenía ya un pie en el mundo; el colegio era sólo un sitio más al que había que ir cinco de los siete días de la semana.
Todavía me pregunto por qué no fui capaz de preguntar por sus datos cuando nos graduamos, por qué lo sentí inapropiado. Yo sabía mientras callaba que desde entonces sería muy difícil, si no imposible, volver a saber de Viviana. Suelo preguntarme qué hará ahora, cómo encontrarla. Internet, con todos los milagros que hace, no ha sabido darme razón de ella. Me gustaría resignarme a olvidarla, pero para una persona como yo, que colecciona memorias, borrar a los protagonistas de dichas memorias es una tarea imposible.
Detrás de mí camina un sinnúmero de fantasmas, un batallón de sombras en busca de sus dueños. Cada vez que compagino con alguien estoy condenándome a recordar a esa persona por siempre. Ahora que mi curso desea reunirse después de cinco años y su nombre sale a flote de repente, la sombra que me acompaña hala de mi manga y me pide que reanude la búsqueda, que saque a Viviana de la eternidad del anuario. Estoy muy lejos, pero lo haré: esta vez con un extraño viso de esperanza.
[ Oh Lately It's So Quiet — OK Go ]
El camino largo
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy lunes, mayo 21, 2007 a las 9:12 p. m..
Ayer me metí al bosque al que lleva aquel caminito discreto junto al lago. La tarde era soleada y, en vista de que los deberes que no he completado por los nervios que se disfrazan de pereza y hambre no me dejarían disfrutar del clima de otra manera, verifiqué que nadie viniera por el camino principal (para no levantar sospechas) y levanté el zapato desamarrado por encima de los herbajos para así poner pie en el caminito. Mientras lo hacía, pensaba en la curiosidad que siempre me ha llevado a tocar casi toda textura interesante y a gastar más dinero del debido en golosinas sólo porque me llamaba la atención probarlas.
Con Minori eran así las cosas. Nos daba curiosidad un lugar e íbamos. Fue así que fuimos a Cuba City, IA (por el nombre—no, no había nada interesante salvo una calle con los nombres de todos los presidentes en los postes de luz), St. Louis, MO ("porque esta ahí", respondió él cuando le pregunté la razón de nuestro paseo de Thanksgiving) y, eventualmente, San Francisco, sin más excusa que la canción de Scott McKenzie. Por curiosidad tomamos el auto alquilado para avanzar por todo Napa Valley, perdernos por un bosque y terminar en Bodega Bay. Por curiosidad nos sentimos rarísimos recorriendo Castro con timidez. Por curiosidad nos comimos un cheesecake congelado cubierto de chocolate y un chocobanano congelado en pleno centro de Napa. Quién sabe si el amor que nos tuvimos contenía un poco de curiosidad, proviniendo nosotros de lugares tan distantes, explicándonos costumbres inverosímiles e inventándonos términos para todo aquello que no habría entendido nadie de cualquiera de los dos lados, nadie que no hubiera sido uno de nosotros.
Fue esa misma curiosidad la que acabó con todo cuando me encontré esperando frente al Colombo Americano a un desconocido que tenía un blog y me invitaba en japonés a tomar café.
Los sonidos de criaturas que se deslizaban a ras de suelo ante mis pasos intentaban intimidarme, pero yo iba resuelta a no mirar atrás. Había un claro donde los árboles se hallaban inexplicablemente desprovistos de hojas, un punto en el que el cielo se agrandaba brevemente. A mi derecha se hacía visible el lago cubierto de flores de loto. Una rama seca rasguñó mi tobillo, pero fue apenas superficial. Pronto se volvió a escuchar el sonido de los carros.
El camino se ensanchó hasta desaparecer en una superficie uniforme de hojas secas y tierra compacta con árboles distribuidos más o menos uniformemente. Un poco más y volvió a salir el sol sobre el instituto de investigación forestal y de agricultura, que se hallaba justo al cruzar la calle. De un brinco crucé el límite hacia el asfalto y reanudé la marcha hacia el dormitorio, que se hallaba como siempre en absoluto silencio.
[ Nightingale — Norah Jones ]
Con Minori eran así las cosas. Nos daba curiosidad un lugar e íbamos. Fue así que fuimos a Cuba City, IA (por el nombre—no, no había nada interesante salvo una calle con los nombres de todos los presidentes en los postes de luz), St. Louis, MO ("porque esta ahí", respondió él cuando le pregunté la razón de nuestro paseo de Thanksgiving) y, eventualmente, San Francisco, sin más excusa que la canción de Scott McKenzie. Por curiosidad tomamos el auto alquilado para avanzar por todo Napa Valley, perdernos por un bosque y terminar en Bodega Bay. Por curiosidad nos sentimos rarísimos recorriendo Castro con timidez. Por curiosidad nos comimos un cheesecake congelado cubierto de chocolate y un chocobanano congelado en pleno centro de Napa. Quién sabe si el amor que nos tuvimos contenía un poco de curiosidad, proviniendo nosotros de lugares tan distantes, explicándonos costumbres inverosímiles e inventándonos términos para todo aquello que no habría entendido nadie de cualquiera de los dos lados, nadie que no hubiera sido uno de nosotros.
Fue esa misma curiosidad la que acabó con todo cuando me encontré esperando frente al Colombo Americano a un desconocido que tenía un blog y me invitaba en japonés a tomar café.
Los sonidos de criaturas que se deslizaban a ras de suelo ante mis pasos intentaban intimidarme, pero yo iba resuelta a no mirar atrás. Había un claro donde los árboles se hallaban inexplicablemente desprovistos de hojas, un punto en el que el cielo se agrandaba brevemente. A mi derecha se hacía visible el lago cubierto de flores de loto. Una rama seca rasguñó mi tobillo, pero fue apenas superficial. Pronto se volvió a escuchar el sonido de los carros.
El camino se ensanchó hasta desaparecer en una superficie uniforme de hojas secas y tierra compacta con árboles distribuidos más o menos uniformemente. Un poco más y volvió a salir el sol sobre el instituto de investigación forestal y de agricultura, que se hallaba justo al cruzar la calle. De un brinco crucé el límite hacia el asfalto y reanudé la marcha hacia el dormitorio, que se hallaba como siempre en absoluto silencio.
[ Nightingale — Norah Jones ]
Imagino que cada vez que entro a la biblioteca, las señoritas de la recepción siguen mi maleta con la mirada y suspiran, "otra vez la extranjera de los computadores".
Imagino que cada vez que doy muestras de estar en mi habitación mi vecina urde una complicada estrategia para acabar conmigo (y mi música) sin ser delatada.
Imagino que cada estudiante del Africa sub-sahariana que pasa y me mira fijamente conoce perfectamente el juramento de venganza que el nigeriano desconocido al que le rechacé una invitación a salir pronunció aquella oscura, oscura noche.
Imagino que las palomas que me despiertan cada mañana se pasean por el balcón esperando el momento en que yo corra el anjeo para invadir el de por sí caótico cuarto y cubrirlo de plumas y guano, tal como hicieron con mis chancletas de colgar la ropa afuera y el cepillo de lavar el piso.
Imagino que cada palito que piso en el puente que conduce de la universidad al dormitorio es en realidad una blanda y fría lombriz cuya vida estoy truncando de la manera más repulsiva.
Imagino a Herr Rude en traje de la SS y tengo que sacudirme para volver a ver la dulzura en los ojos de un profesor de alemán cuya voz parece caminar en puntas de pies sobre cáscaras de huevo.
Imagino que el pastizal que crece frente a la cancha de fútbol es un escenario ideal para tomar fotos en un día soleado, pero que bajo las briznas doradas se esconde un sinfín de criaturas que haría de aquella sesión de fotos la última.
Imagino que Tsukuba es el último asentamiento humano antes del mar de arrozales que precede al océano que me separa de todo aquello que amo y extraño, y que mi dormitorio es el último solitario conjunto de edificios erigido antes de rendirse los constructores ante la omnipotencia de la vegetación.
Imagino que quien siga aquel caminito hacia el bosque después del lago se perderá inexorablemente, tal como se perdió Desirée en la bayou al final del cuento de Kate Chopin.
¿Y si en vez de ir a clase mañana yo tomara ese caminito...?
[ Je Suis Jalouse — Emily Loizeau ]
Imagino que cada vez que doy muestras de estar en mi habitación mi vecina urde una complicada estrategia para acabar conmigo (y mi música) sin ser delatada.
Imagino que cada estudiante del Africa sub-sahariana que pasa y me mira fijamente conoce perfectamente el juramento de venganza que el nigeriano desconocido al que le rechacé una invitación a salir pronunció aquella oscura, oscura noche.
Imagino que las palomas que me despiertan cada mañana se pasean por el balcón esperando el momento en que yo corra el anjeo para invadir el de por sí caótico cuarto y cubrirlo de plumas y guano, tal como hicieron con mis chancletas de colgar la ropa afuera y el cepillo de lavar el piso.
Imagino que cada palito que piso en el puente que conduce de la universidad al dormitorio es en realidad una blanda y fría lombriz cuya vida estoy truncando de la manera más repulsiva.
Imagino a Herr Rude en traje de la SS y tengo que sacudirme para volver a ver la dulzura en los ojos de un profesor de alemán cuya voz parece caminar en puntas de pies sobre cáscaras de huevo.
Imagino que el pastizal que crece frente a la cancha de fútbol es un escenario ideal para tomar fotos en un día soleado, pero que bajo las briznas doradas se esconde un sinfín de criaturas que haría de aquella sesión de fotos la última.
Imagino que Tsukuba es el último asentamiento humano antes del mar de arrozales que precede al océano que me separa de todo aquello que amo y extraño, y que mi dormitorio es el último solitario conjunto de edificios erigido antes de rendirse los constructores ante la omnipotencia de la vegetación.
Imagino que quien siga aquel caminito hacia el bosque después del lago se perderá inexorablemente, tal como se perdió Desirée en la bayou al final del cuento de Kate Chopin.
¿Y si en vez de ir a clase mañana yo tomara ese caminito...?
[ Je Suis Jalouse — Emily Loizeau ]
Las personas que me conocen, en especial las que han estudiado conmigo, saben que pedirme prestado un borrador es meterse en camisa de once varas. Las condiciones que rodean el breve uso de un trozo de goma blanca lo hacen ver como si se tratara de un raro artefacto de complicado mecanismo o mi más preciada posesión, heredada de madre a hija por más de más de siete generaciones. ¡Cuántas amistades se han puesto en entredicho por malos manejos de mis útiles escolares! No han sido pocas las veces que la paz de una clase se ha visto turbada por una mano crispada seguida de mi rostro lívido aproximándose en cámara lenta hacia el puesto de la desdichada víctima de mi desconocimiento del uso normal de un adminículo como cualquier otro, "¡¡¡NOOOOOOOOO, las esquinas NOOOOOOOOOOO!!!"
Siempre es fácil decir que la necesidad de mantener esquinas agudas dedicadas a áreas pequeñas obedece a algún desorden psicológico. Hoy son los borradores, mañana serán las rayas en el andén y dentro de una semana no saldré de mi cama en días impares. Pues no. O de pronto sí pero no soy la única... en este país, al menos. El otro día me encontraba paseando por una de las librerías de la universidad cuando me topé con...
Veintiocho esquinas hacen de este artefacto el compañero de personas como yo que a veces quieren borrar una tilde y sólo una tilde. Este borrador ganó un premio de diseño en 2002, bien merecido a mi parecer.
La próxima vez que me pidan prestado un borrador, con gusto les entregaré el normal y les dejaré usar el lado que quieran. Al fin y al cabo, ahora tengo el poder de borrar comas, diéresis, ojillos y narices con todas las esquinas del mundo.
[ Tears Dry on Their Own — Amy Winehouse ]
Siempre es fácil decir que la necesidad de mantener esquinas agudas dedicadas a áreas pequeñas obedece a algún desorden psicológico. Hoy son los borradores, mañana serán las rayas en el andén y dentro de una semana no saldré de mi cama en días impares. Pues no. O de pronto sí pero no soy la única... en este país, al menos. El otro día me encontraba paseando por una de las librerías de la universidad cuando me topé con...
Veintiocho esquinas hacen de este artefacto el compañero de personas como yo que a veces quieren borrar una tilde y sólo una tilde. Este borrador ganó un premio de diseño en 2002, bien merecido a mi parecer.
La próxima vez que me pidan prestado un borrador, con gusto les entregaré el normal y les dejaré usar el lado que quieran. Al fin y al cabo, ahora tengo el poder de borrar comas, diéresis, ojillos y narices con todas las esquinas del mundo.
[ Tears Dry on Their Own — Amy Winehouse ]
A House Is Not a Home
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy jueves, mayo 03, 2007 a las 3:37 p. m..
Llevo alrededor de un mes readecuando un cuarto de dormitorio universitario cuya anterior ocupante probablemente no pasó más de dos días en él, o jamás existió pese a la insistencia de los sobres con su nombre acumulados en el buzón de correo. Los corredores del edificio en el que habito se encuentran vacíos. Si aguzo el oído hay conversaciones en chino, cosas que se caen, puertas que se cierran estrepitosamente y pasos con zapatos de tacón. De resto, el silencio y el cerezo que perdió su esplendor con el último pétalo caído y ahora es un árbol más, otra mancha verde sobre el fondo verde que lo engulle todo.
Últimamente me ha acosado la certeza de no poder llegar a conocer este país (ni sus lugares, ni su gente, ni su cultura) jamás. Las caminatas sin rumbo, las innumerables fotos, los nimios souvenirs—nada es susceptible de convertirse en prueba tangible de mi estancia en este país indescifrable. Nada de lo que he hecho puede explicar ni un fragmento de lo que significa vivir en Japón. Soy la pasajera del tren que toma el asiento de la ventana y se pone a dormir, la extranjera que no atina a preguntarse acerca del mundo que se despliega ante ella. ¿De qué me sirve tomar con desespero el tren a Tokio si siempre regresaré a mi nicho en el bosque con las manos vacías?
Todas las mañanas abro los ojos y me encuentro rodeada de un silencioso desorden disfrazado de calor humano, la desolación de la luna a pesar de las huellas de Armstrong. Si tan sólo enviase perezosamente una mano hacia el otro extremo de mi cama y no encontrase un teléfono celular a medio cargar, un libro, el control remoto de un computador; si en vez de objetos estrujados bajo mi espalda pudiese hallar un brazo, y tras el brazo un par de párpados cerrados...
Cuánto me tomó comprender que el hogar no está en las calles atestadas ni en la imponente vista que ofrece un balcón, ni siquiera en el color de las paredes que sólo ven quienes están adentro. El hogar se encuentra en los ojos que ven el mismo arco iris, los pies que recorren los mismos caminos, las voces innecesarias que prefieren callar ante un descubrimiento compartido. La ciudad, el pueblo, el campo abierto, despiertan en el hálito de quienes los describen con frases encriptadas. No se puede aseverar la existencia de una luz hasta que alguien más ha sentido su calor.
[ 幻想の花 — BUCK-TICK ]
Últimamente me ha acosado la certeza de no poder llegar a conocer este país (ni sus lugares, ni su gente, ni su cultura) jamás. Las caminatas sin rumbo, las innumerables fotos, los nimios souvenirs—nada es susceptible de convertirse en prueba tangible de mi estancia en este país indescifrable. Nada de lo que he hecho puede explicar ni un fragmento de lo que significa vivir en Japón. Soy la pasajera del tren que toma el asiento de la ventana y se pone a dormir, la extranjera que no atina a preguntarse acerca del mundo que se despliega ante ella. ¿De qué me sirve tomar con desespero el tren a Tokio si siempre regresaré a mi nicho en el bosque con las manos vacías?
Todas las mañanas abro los ojos y me encuentro rodeada de un silencioso desorden disfrazado de calor humano, la desolación de la luna a pesar de las huellas de Armstrong. Si tan sólo enviase perezosamente una mano hacia el otro extremo de mi cama y no encontrase un teléfono celular a medio cargar, un libro, el control remoto de un computador; si en vez de objetos estrujados bajo mi espalda pudiese hallar un brazo, y tras el brazo un par de párpados cerrados...
Cuánto me tomó comprender que el hogar no está en las calles atestadas ni en la imponente vista que ofrece un balcón, ni siquiera en el color de las paredes que sólo ven quienes están adentro. El hogar se encuentra en los ojos que ven el mismo arco iris, los pies que recorren los mismos caminos, las voces innecesarias que prefieren callar ante un descubrimiento compartido. La ciudad, el pueblo, el campo abierto, despiertan en el hálito de quienes los describen con frases encriptadas. No se puede aseverar la existencia de una luz hasta que alguien más ha sentido su calor.
[ 幻想の花 — BUCK-TICK ]
Saludar de beso
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy martes, mayo 01, 2007 a las 8:21 p. m..
Si existiera una manera de postear pensamientos sin necesidad de teclear, este blog se publicaría a diario. Desafortunadamente, siempre me distraigo y cuando por fin me dispongo a escribir están a punto de cerrar la biblioteca.
Hoy me encontré con Renato, el sempai peruano, en la cafetería italiana de la universidad. Este hecho de por sí no tiene demasiada trascendencia—almorzar acompañada contrario a lo esperado, qué tal Perú, por qué tantos kohais este año, qué tal las clases, tomaremos una juntos. No obstante, el principio y el final de este rato compartido se vieron alterados por un saludo inesperado. De beso. Como debe ser.
Si hay algo que me gusta mucho de ser suramericana —hay más semejanzas que diferencias; el sueño de Bolívar no es tan descabellado a una escala hispanohablante— es la calidez del saludo. Acá en Japón se siente una extraña represión de las emociones al encontrarse con alguien. Entre niñas, el saludo consiste en:
Pasando a otras noticias, así muy casualmente, uno de aquellos pervertidos tímidos tan típicos de este país salió de la nada esta mañana y me propuso que le enseñara inglés y español a cambio de ayuda con mi japonés. Dijo que nos encontráramos en mi dormitorio, que me recogería en su auto e iríamos a tomar café a alguna parte. Le dije que el dormitorio es poco interesante y que no me subiría a su carro. Después de un minuto o dos de conversación en japonés me preguntó si entiendo el idioma. Ante su insistencia sobre la inmediatez del encuentro (le dije que esta semana estaba ocupada y me iba de viaje—contraatacó con preguntas sobre la duración de mis clases) le dije que nos encontraríamos frente a la cafetería italiana mañana a las 4.30pm. Lo que el galán no sabe es que mañana a esa hora voy a tener un incidente terrible de última hora y me voy a perder.
[ Endlich ein Grund zur Panik — Wir Sind Helden ]
Hoy me encontré con Renato, el sempai peruano, en la cafetería italiana de la universidad. Este hecho de por sí no tiene demasiada trascendencia—almorzar acompañada contrario a lo esperado, qué tal Perú, por qué tantos kohais este año, qué tal las clases, tomaremos una juntos. No obstante, el principio y el final de este rato compartido se vieron alterados por un saludo inesperado. De beso. Como debe ser.
Si hay algo que me gusta mucho de ser suramericana —hay más semejanzas que diferencias; el sueño de Bolívar no es tan descabellado a una escala hispanohablante— es la calidez del saludo. Acá en Japón se siente una extraña represión de las emociones al encontrarse con alguien. Entre niñas, el saludo consiste en:
- cara de sorpresa con ojos muy abiertos
- saludo matutino con voz muy aguda: "oyahoooooooooooooou"
- antebrazo estirado con mano muy abierta, como tratando de alcanzar a la otra persona con el brazo inmovilizado
- para las más avezadas, las puntas de los dedos se tocan, o incluso se entrecruzan éstos
Pasando a otras noticias, así muy casualmente, uno de aquellos pervertidos tímidos tan típicos de este país salió de la nada esta mañana y me propuso que le enseñara inglés y español a cambio de ayuda con mi japonés. Dijo que nos encontráramos en mi dormitorio, que me recogería en su auto e iríamos a tomar café a alguna parte. Le dije que el dormitorio es poco interesante y que no me subiría a su carro. Después de un minuto o dos de conversación en japonés me preguntó si entiendo el idioma. Ante su insistencia sobre la inmediatez del encuentro (le dije que esta semana estaba ocupada y me iba de viaje—contraatacó con preguntas sobre la duración de mis clases) le dije que nos encontraríamos frente a la cafetería italiana mañana a las 4.30pm. Lo que el galán no sabe es que mañana a esa hora voy a tener un incidente terrible de última hora y me voy a perder.
[ Endlich ein Grund zur Panik — Wir Sind Helden ]