Gianrico y yo nos hallamos en el mismo hemisferio en este momento. Él se encuentra en un programa intensivo de aprendizaje de idioma, tal como lo estuve yo hasta marzo de este año. Como yo, se encuentra rodeado de coreanos que estudian febrilmente, armados de traductores digitales de última tecnología. Como yo, aprende a escribir pictogramas cada vez más complejos y a leerlos de corrido. Como yo, es dueño de un fenotipo fácilmente distinguible entre la multitud.
Sin embargo, entre nosotros existen diferencias abismales. Gianrico se rellena de platillos deliciosos por el equivalente de 4000 pesos, mientras que yo con esa misma suma apenas me logro hacer a un pan y una cajita de jugo. Gianrico a veces choca contra personas amables aunque demasiado directas, mientras que yo sufro al desconocer lo que mis interlocutores realmente quieren decir. A Gianrico y a mí nos separan un huso horario, un mar y un sinnúmero de conflictos políticos e históricos.
Anoche soñé que iba a visitarlo. El paisaje era mucho menos caótico de lo que imagino que debe ser, con verdes colinas como sellos repetidos hasta el cansancio en el horizonte. Jovial como siempre, Gianrico prometía ser mi guía a lo largo de mi estadía durante la cual retomaría el aprendizaje del idioma que abandoné con pesar por el bien de uno que a fin de cuentas no ha avanzado mayor cosa. Oía mi nombre de labios invisibles—estaban revisando la asistencia; avergonzada de haber respondido "hai" miré a mi alrededor y comprobé que mis futuros compañeros de clase provenían del país en donde aquella respuesta habría sido perfectamente normal.
Es irónico saber que, a sabiendas de nuestra poco ortodoxa cercanía, sólo podremos reencontrarnos e intercambiar anécdotas y souvenirs cuando ambos regresemos a casa, a nuestro altiplano sobre el otro hemisferio. Estaré esperándolo sonriente, recordando que por esa misma puerta me habré visto salir tan sólo unos días atrás, directo hacia los brazos del cazador de las mariposas que habitan en mi estómago.
[ Barracuda — Miho Hatori ]
Sin embargo, entre nosotros existen diferencias abismales. Gianrico se rellena de platillos deliciosos por el equivalente de 4000 pesos, mientras que yo con esa misma suma apenas me logro hacer a un pan y una cajita de jugo. Gianrico a veces choca contra personas amables aunque demasiado directas, mientras que yo sufro al desconocer lo que mis interlocutores realmente quieren decir. A Gianrico y a mí nos separan un huso horario, un mar y un sinnúmero de conflictos políticos e históricos.
Anoche soñé que iba a visitarlo. El paisaje era mucho menos caótico de lo que imagino que debe ser, con verdes colinas como sellos repetidos hasta el cansancio en el horizonte. Jovial como siempre, Gianrico prometía ser mi guía a lo largo de mi estadía durante la cual retomaría el aprendizaje del idioma que abandoné con pesar por el bien de uno que a fin de cuentas no ha avanzado mayor cosa. Oía mi nombre de labios invisibles—estaban revisando la asistencia; avergonzada de haber respondido "hai" miré a mi alrededor y comprobé que mis futuros compañeros de clase provenían del país en donde aquella respuesta habría sido perfectamente normal.
Es irónico saber que, a sabiendas de nuestra poco ortodoxa cercanía, sólo podremos reencontrarnos e intercambiar anécdotas y souvenirs cuando ambos regresemos a casa, a nuestro altiplano sobre el otro hemisferio. Estaré esperándolo sonriente, recordando que por esa misma puerta me habré visto salir tan sólo unos días atrás, directo hacia los brazos del cazador de las mariposas que habitan en mi estómago.
[ Barracuda — Miho Hatori ]
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