Premiers Symptômes/2
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy jueves, noviembre 05, 2009 a las 6:41 a. m..
Tokio parecía una postal. El bus que me traía desde Tsukuba recorría las calles atestadas de gente tan típicamente pintoresca que bordeaba las paredes tan típicamente grises pero llenas de letreros tan típicamente chillones, que pensé que este sería un buen día para su arribo. Hoy lo vería todo tal como lo venden por fuera.
Un shinkansen pasó raudo sobre el laberinto escheriano de las vías. Podría ser el suyo, en caso de haber perdido el que salía más temprano. Me gustaba la idea de estar viéndolo llegar, pero también cabía la posibilidad de que ya estuviera esperándome en la estación. El tráfico en las carreteras japonesas suele ser traicionero, y yo ahora avanzaba impotente frente a tienda tras tienda tras tienda con una cuchillada en la espalda.
El corredor que conecta la puerta Nihonbashi con las tres puertas Yaesu se estiraba como en una pesadilla de esas en las que uno corre y no alcanza. Yo me dirigía justo a la última, la Yaesu South. Mis piernas enfundadas en medias amarillas se hicieron una sola pincelada larga que se fue borrando sobre la superficie sinuosa del camino para ciegos, y por un instante algo en mi estómago pareció intentar tomar vuelo. No pude explicármelo: él era apenas un viejo conocido con quien había desayunado en Bogotá una vez el año pasado.
No alcancé ni a corregir el rumbo para buscar los torniquetes cuando lo vi apostado junto a su inmenso morral. Lo vislumbré por un fragmento de segundo, luego desapareció tras la gente y las columnas, y luego definitivamente estaba ahí.
No hubo abrazo ni beso ni nada. Le eché la culpa a Japón y sus muros interhumanos, pero la verdad es que ninguno de los dos estaba acostumbrado.
[ Una nube cuelga sobre mí — Los Bunkers ]
Un shinkansen pasó raudo sobre el laberinto escheriano de las vías. Podría ser el suyo, en caso de haber perdido el que salía más temprano. Me gustaba la idea de estar viéndolo llegar, pero también cabía la posibilidad de que ya estuviera esperándome en la estación. El tráfico en las carreteras japonesas suele ser traicionero, y yo ahora avanzaba impotente frente a tienda tras tienda tras tienda con una cuchillada en la espalda.
El corredor que conecta la puerta Nihonbashi con las tres puertas Yaesu se estiraba como en una pesadilla de esas en las que uno corre y no alcanza. Yo me dirigía justo a la última, la Yaesu South. Mis piernas enfundadas en medias amarillas se hicieron una sola pincelada larga que se fue borrando sobre la superficie sinuosa del camino para ciegos, y por un instante algo en mi estómago pareció intentar tomar vuelo. No pude explicármelo: él era apenas un viejo conocido con quien había desayunado en Bogotá una vez el año pasado.
No alcancé ni a corregir el rumbo para buscar los torniquetes cuando lo vi apostado junto a su inmenso morral. Lo vislumbré por un fragmento de segundo, luego desapareció tras la gente y las columnas, y luego definitivamente estaba ahí.
No hubo abrazo ni beso ni nada. Le eché la culpa a Japón y sus muros interhumanos, pero la verdad es que ninguno de los dos estaba acostumbrado.
[ Una nube cuelga sobre mí — Los Bunkers ]
Etiquetas: cavorite, love or lack thereof
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