DTV Monster Hits
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy martes, octubre 30, 2007 a las 12:14 a. m..
Hoy he vuelto a escuchar "Dreamtime", de Daryl Hall, después de más de diez años de mantenerla en la memoria como un sonido fuera de mi alcance cuyo acceso estaba restringido a una versión cortada para un especial del Disney Channel que fue transmitido en canal nacional y grabado por mi padre.
Me cuesta creer que fue gracias a Disney que conocí a cantantes de la talla de Creedence Clearwater Revival, America, Electric Light Orchestra, Stevie Wonder, Eurythmics y Pat Benatar. Como en esa época lo mejor que se podía hacer en el computador de mi tío era jugar Digger, no quedaba otro remedio que invocar las canciones en nuestro pequeño y cúbico televisor reproduciendo un cassette de Beta (etiquetado con mi letra de 6 años en lápiz rojo: "DIA DE LAS BRUJAS" [sic]) donde desfilaban todas las mujeres malvadas de Disney al ritmo de "Evil Woman", entre otras apariciones tenebrosas acompañadas de música. Este programa era un especial de Halloween de DTV, la serie de videos musicales del canal de Mickey Mouse inspirados en el entonces relativamente nuevo MTV que ocupaban espacios entre programas o se agrupaban en especiales para determinadas fechas.
Como en mi casa no había antena parabólica ni TV Cable y los clásicos de Disney eran rechazados en favor de los clásicos de la ciencia ficción, no llegué a ver Blancanieves completa sino en casa de unos amigos de mis padres cuando no sólo era una niña lo suficientemente grande para verla por pura curiosidad sino que esa curiosidad se convirtió en decepción al ver que la escena donde ella huye por el bosque tenebroso advertida por el cazador no tenía de fondo "You Better Run" de Pat Benatar. Era de esperarse, pero mi oído ya había sido entrenado.
Mi canción favorita del especial era "Dreamtime". No sólo la secuencia usada para esta canción era hermosísima (apartes de la animación de la Sexta sinfonía de Beethoven en Fantasia, en su mayoría), sino que combinaba perfectamente con la música. Era como si el sonido tuviera esos mismos colores que salían en pantalla. Cuando los pegasitos vuelan alrededor del arco iris y se zambullen en el agua, es Daryl Hall el que les da movimiento. Ese mundillo mitológico es exactamente lo que se ve en los sueños de infancia, es el "dreamtime" que describe este representante de la música que ahora suena junto a su novio John Oates en las emisoras para adulto contemporáneo. La sensación que tengo en este momento al escucharla es exactamente la misma que tenía cada vez que la veía en el video. Es como si ahora hubiera dibujos animados flotando en mi mente.
Según Wikipedia, DTV ya no existe por problemas de licencias para reproducir la música. Además, con el advenimiento de los comerciales en el canal ya no se necesita material de relleno entre programas. En mi casa pusieron televisión satelital pero muy pocas cosas son dignas de guardar en la memoria del reproductor de DVD, y mi computador me trae en cuestión de minutos todo aquello que recuerde haber escuchado sin poder grabar en mi infancia. Sin embargo, los niños que vean el Disney Channel ahora apagarán el televisor sin haber hecho mayor descubrimiento que el último hit de Hannah Montana.
[ Dreamtime — Daryl Hall ]
Me cuesta creer que fue gracias a Disney que conocí a cantantes de la talla de Creedence Clearwater Revival, America, Electric Light Orchestra, Stevie Wonder, Eurythmics y Pat Benatar. Como en esa época lo mejor que se podía hacer en el computador de mi tío era jugar Digger, no quedaba otro remedio que invocar las canciones en nuestro pequeño y cúbico televisor reproduciendo un cassette de Beta (etiquetado con mi letra de 6 años en lápiz rojo: "DIA DE LAS BRUJAS" [sic]) donde desfilaban todas las mujeres malvadas de Disney al ritmo de "Evil Woman", entre otras apariciones tenebrosas acompañadas de música. Este programa era un especial de Halloween de DTV, la serie de videos musicales del canal de Mickey Mouse inspirados en el entonces relativamente nuevo MTV que ocupaban espacios entre programas o se agrupaban en especiales para determinadas fechas.
Como en mi casa no había antena parabólica ni TV Cable y los clásicos de Disney eran rechazados en favor de los clásicos de la ciencia ficción, no llegué a ver Blancanieves completa sino en casa de unos amigos de mis padres cuando no sólo era una niña lo suficientemente grande para verla por pura curiosidad sino que esa curiosidad se convirtió en decepción al ver que la escena donde ella huye por el bosque tenebroso advertida por el cazador no tenía de fondo "You Better Run" de Pat Benatar. Era de esperarse, pero mi oído ya había sido entrenado.
"Evil Woman", de Electric Light Orchestra, que se convertiría varios años después en una de mis bandas favoritas. (Inolvidable el acoplamiento de audio y video cuando la voz de Jeff Lynne alcanza ese clímax "you've got nowhere left to go" mientras la mala de Bernardo y Bianca hace ski acuático sobre unos cocodrilos y se estrella con un árbol.)
Mi canción favorita del especial era "Dreamtime". No sólo la secuencia usada para esta canción era hermosísima (apartes de la animación de la Sexta sinfonía de Beethoven en Fantasia, en su mayoría), sino que combinaba perfectamente con la música. Era como si el sonido tuviera esos mismos colores que salían en pantalla. Cuando los pegasitos vuelan alrededor del arco iris y se zambullen en el agua, es Daryl Hall el que les da movimiento. Ese mundillo mitológico es exactamente lo que se ve en los sueños de infancia, es el "dreamtime" que describe este representante de la música que ahora suena junto a su novio John Oates en las emisoras para adulto contemporáneo. La sensación que tengo en este momento al escucharla es exactamente la misma que tenía cada vez que la veía en el video. Es como si ahora hubiera dibujos animados flotando en mi mente.
Según Wikipedia, DTV ya no existe por problemas de licencias para reproducir la música. Además, con el advenimiento de los comerciales en el canal ya no se necesita material de relleno entre programas. En mi casa pusieron televisión satelital pero muy pocas cosas son dignas de guardar en la memoria del reproductor de DVD, y mi computador me trae en cuestión de minutos todo aquello que recuerde haber escuchado sin poder grabar en mi infancia. Sin embargo, los niños que vean el Disney Channel ahora apagarán el televisor sin haber hecho mayor descubrimiento que el último hit de Hannah Montana.
[ Dreamtime — Daryl Hall ]
Dicen que Tsukuba es la puerta del averno, que según el Feng Shui está mal ubicado y que aquí pasan cosas raras. Yo sólo sé que éste es el último pueblo antes del fin del mundo, que aquí no se debe confiar ni en el agua ni en el tráfico y que gracias a este último una compañera de mi clase de inglés está muerta.
[ Girl — The Beatles ]
[ Girl — The Beatles ]
Orogénesis
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy martes, octubre 23, 2007 a las 11:31 p. m..
En Tsukuba hay un acelerador de partículas. No, esperen. Dos aceleradores de partículas. Los encontré en un terreno gigantesco cercado con arbustos y una tapia de piedra esta tarde mientras buscaba un punto de retorno. Había salido de clase de alemán y, al no tener muchas ganas de regresar directamente al cuarto, me propuse ir hasta Hanabatake (una zona desolada al norte del pueblo, sembrada de puerros y supermercados). Llegué más rápido de lo que esperaba y todavía no estaba cansada, así que, de la manera más predecible para esta anécdota insulsa, me pregunté qué habría más allá de ese cruce, y más allá y más allá. Como era de esperarse, no había nada.
El letrero de la entrada en letras doradas "高エネルギー加速器研究機構 - High Energy Accelerator Research Organization" apareció mucho más adelante, cuando ya empezaba a preguntarme si podría llegar a un pueblo vecino, si es que tal cosa existe en el fin del mundo. Tras sospechar con emoción que el sitio era lo que resultó ser decidí detenerme donde terminaba el predio, quitarme la chaqueta rosada y devolverme.
Según la página del KEK (el organismo en cuestión), el procedimiento en caso de emergencia incluye aprenderse la siguiente serie de sílabas y gritarlas a quien se encuentre a su paso: "NI-GE-RO" ("¡escapen!"). En caso de falsa alarma, hay que decir "GO-HO" ("falsa alarma"—sale así, en mayúsculas). Me pregunto qué cosas sucederán en un instituto de investigación de aceleración de partículas, en especial uno con dependencias de nombres tan sonoros como "Photon Factory". Me acordé tanto de Himura.
A 6.5km de distancia del Monte Tsukuba, éste deja de parecerse al Cerro El Cable para exigir respeto. No es cosa de trepar en dos pasos y luego dejarse rodar acostado, como cuando uno es chiquito y quiere marearse. Desde la esquina del KEK se puede ver un torii en la mitad de la cuesta, lo cual deja adivinar su verdadera envergadura. Debería ir a conocerlo algún día. Al fin y al cabo el pueblo se llama igual que el monte y éste sale entre las cosas interesantes que se pueden apreciar desde la Torre de Tokio en un día despejado. Como yo sólo he subido a la Torre de Tokio de noche, no puedo dar fe de nada.
¿Vieron la película que les recomendé la otra vez en YouTube? ¿Vieron la escena en la que Ichigo le cuenta a Momoko la historia de su vida y la de la legendaria motociclista desaparecida? Encontré la franquicia local del restaurante donde transcurre esta escena. No entré porque no vale la pena sentarme sola en un sitio tan decididamente rococó. La próxima vez me llevo a Asano.
Como habrán notado por el aumento en la frecuencia y disminución en la calidad de escritura, ya no estoy sujeta a los horarios de la biblioteca para usar Internet. Parezco perdida recién aparecida. Si ustedes se han quedado atascados en un ascensor solos, han hecho un voto de silencio o han visto Castaway, me comprenderán. Al pobre Himura vamos a tener que apodarlo Wilson.
[ Runaway Train — Soul Asylum ]
El letrero de la entrada en letras doradas "高エネルギー加速器研究機構 - High Energy Accelerator Research Organization" apareció mucho más adelante, cuando ya empezaba a preguntarme si podría llegar a un pueblo vecino, si es que tal cosa existe en el fin del mundo. Tras sospechar con emoción que el sitio era lo que resultó ser decidí detenerme donde terminaba el predio, quitarme la chaqueta rosada y devolverme.
Según la página del KEK (el organismo en cuestión), el procedimiento en caso de emergencia incluye aprenderse la siguiente serie de sílabas y gritarlas a quien se encuentre a su paso: "NI-GE-RO" ("¡escapen!"). En caso de falsa alarma, hay que decir "GO-HO" ("falsa alarma"—sale así, en mayúsculas). Me pregunto qué cosas sucederán en un instituto de investigación de aceleración de partículas, en especial uno con dependencias de nombres tan sonoros como "Photon Factory". Me acordé tanto de Himura.
A 6.5km de distancia del Monte Tsukuba, éste deja de parecerse al Cerro El Cable para exigir respeto. No es cosa de trepar en dos pasos y luego dejarse rodar acostado, como cuando uno es chiquito y quiere marearse. Desde la esquina del KEK se puede ver un torii en la mitad de la cuesta, lo cual deja adivinar su verdadera envergadura. Debería ir a conocerlo algún día. Al fin y al cabo el pueblo se llama igual que el monte y éste sale entre las cosas interesantes que se pueden apreciar desde la Torre de Tokio en un día despejado. Como yo sólo he subido a la Torre de Tokio de noche, no puedo dar fe de nada.
¿Vieron la película que les recomendé la otra vez en YouTube? ¿Vieron la escena en la que Ichigo le cuenta a Momoko la historia de su vida y la de la legendaria motociclista desaparecida? Encontré la franquicia local del restaurante donde transcurre esta escena. No entré porque no vale la pena sentarme sola en un sitio tan decididamente rococó. La próxima vez me llevo a Asano.
Como habrán notado por el aumento en la frecuencia y disminución en la calidad de escritura, ya no estoy sujeta a los horarios de la biblioteca para usar Internet. Parezco perdida recién aparecida. Si ustedes se han quedado atascados en un ascensor solos, han hecho un voto de silencio o han visto Castaway, me comprenderán. Al pobre Himura vamos a tener que apodarlo Wilson.
[ Runaway Train — Soul Asylum ]
Esta tarde decidí dar un paseo largo en bicicleta. El clima otoñal era espléndido y las punzadas de terror en el estómago se habían convertido en ansias de volver a rodar unas caídas atrás.
Tras hacer un par de diligencias que me alejaron bastante del dormitorio, me detuve un par de segundos en un cruce y me lancé hacia un camino desconocido que jamás habría recorrido a pie. Con los arrozales a mi lado derecho, el Monte Tsukuba de fondo recordándome el Cerro El Cable en Bogotá y una fila de flores amarillas nunca antes vistas a lo largo de una cerca metálica, decidí que en ese preciso instante me encontraba en el lugar correcto. Una trocha cubierta de hojas secas entre el bosque a través de cuyas bóvedas enramadas se lograban colar los últimos anaranjados rayos de sol lo confirmó.
Cuando regresé al cuarto decidí ver You've Got Mail por trigésima cuarta vez en lugar de dedicarme a asuntos más importantes. Con algo de impaciencia esperé la escena final en la que NY152 y Shopgirl se reencuentran para revelar que en realidad son Kathleen Kelly y Joe Fox, cosa que venían sospechando desde hacía ya un rato, de tal manera que no les queda más que lagrimear de felicidad ante la bondad de las coincidencias y darse un beso como inauguración del resto de su vida que todos sabemos que será perfecta porque así es como le sucede a Meg Ryan en las películas. Éste suele ser el momento en que un miembro cualquiera del público femenino piensa "¿por qué no tengo una vida así?" y suspira, preferiblemente en compañía de un par de amigas, soñando con ciudades mágicas en otoño y hombres que no se parecen en nada a esos cerdos que van a las fiestas.
Pero esta vez nada de eso sucedió. El hechizo del séptimo arte no surtió efecto alguno en mí; el inexorable destino de la protagonista se cumplió y yo ni me inmuté. ¿Qué pasó? ¿Es que acaso se me ha tornado indiferente el hecho de que Meg Ryan acapare para sí todos los finales felices del mundo? ¿Es que ya no me interesa protestar por el pedazo de felicidad que me corresponde, con sus florituras de palabras certeras en mi oído y caminatas por ciudades de colores? ¿Tan insensible me he vuelto?
No es que haya perdido la esperanza, o que en mí ya no se encuentre esa propensión a ser conmovida tan apetecida por los productores de comedias románticas. Lo que pasa—¡dichosa yo que lo descubrí enceguecida por el atardecer que se colaba frente a mí por entre las ramas!—es que mi vida, por más solitaria que pueda verse en algunas ocasiones, es tanto o más cursi que todas esas películas juntas.
[ Kvar Acharei Chatsot — Ilanit ]
Tras hacer un par de diligencias que me alejaron bastante del dormitorio, me detuve un par de segundos en un cruce y me lancé hacia un camino desconocido que jamás habría recorrido a pie. Con los arrozales a mi lado derecho, el Monte Tsukuba de fondo recordándome el Cerro El Cable en Bogotá y una fila de flores amarillas nunca antes vistas a lo largo de una cerca metálica, decidí que en ese preciso instante me encontraba en el lugar correcto. Una trocha cubierta de hojas secas entre el bosque a través de cuyas bóvedas enramadas se lograban colar los últimos anaranjados rayos de sol lo confirmó.
Cuando regresé al cuarto decidí ver You've Got Mail por trigésima cuarta vez en lugar de dedicarme a asuntos más importantes. Con algo de impaciencia esperé la escena final en la que NY152 y Shopgirl se reencuentran para revelar que en realidad son Kathleen Kelly y Joe Fox, cosa que venían sospechando desde hacía ya un rato, de tal manera que no les queda más que lagrimear de felicidad ante la bondad de las coincidencias y darse un beso como inauguración del resto de su vida que todos sabemos que será perfecta porque así es como le sucede a Meg Ryan en las películas. Éste suele ser el momento en que un miembro cualquiera del público femenino piensa "¿por qué no tengo una vida así?" y suspira, preferiblemente en compañía de un par de amigas, soñando con ciudades mágicas en otoño y hombres que no se parecen en nada a esos cerdos que van a las fiestas.
Pero esta vez nada de eso sucedió. El hechizo del séptimo arte no surtió efecto alguno en mí; el inexorable destino de la protagonista se cumplió y yo ni me inmuté. ¿Qué pasó? ¿Es que acaso se me ha tornado indiferente el hecho de que Meg Ryan acapare para sí todos los finales felices del mundo? ¿Es que ya no me interesa protestar por el pedazo de felicidad que me corresponde, con sus florituras de palabras certeras en mi oído y caminatas por ciudades de colores? ¿Tan insensible me he vuelto?
No es que haya perdido la esperanza, o que en mí ya no se encuentre esa propensión a ser conmovida tan apetecida por los productores de comedias románticas. Lo que pasa—¡dichosa yo que lo descubrí enceguecida por el atardecer que se colaba frente a mí por entre las ramas!—es que mi vida, por más solitaria que pueda verse en algunas ocasiones, es tanto o más cursi que todas esas películas juntas.
[ Kvar Acharei Chatsot — Ilanit ]
Himura conoció a Alicia la noche del jueves. Conoció en la medida de lo permitido por los pixeles pausados y el sonido que llegaba a sus audífonos en la mañana que para nosotras ya era noche.
Con el examen de alemán del siguiente día como pretexto invité a Alicia a mi cuarto una vez más. La sesión anterior había sido cancelada abruptamente al recordar que tenía que correr a la biblioteca a imprimir otra copia del trabajo tardío de la semana anterior antes de que cerraran. Esa noche la había invitado a galletas escocesas y cocoa en leche, pero como no terminamos y no he hecho mercado, no me quedó sino ir al combini para tener algo que ofrecer en esta oportunidad.
Los libros y lápices salieron de sus respectivas maletas y cayeron pesadamente sobre mi cama. Ése sería su lugar de reposo durante un buen tiempo, pues tras comprobar que no habíamos adelantado nada por nuestra cuenta nos dedicamos a hablar del nombre americano de los Dontacos (Doritos), de cómo me comí todo un paquete de estos en vez de cenar apropiadamente y de cómo mi arrepentimiento no era lo suficientemente grande para dejar de compartir una caja recién abierta de chocolates Look. Entonces llegó nuestro interlocutor. "¿Quieres verlo?", le pregunté a Alicia. Segundos después nos encontrábamos saludando a un personaje animado encerrado en un cuadrito.
Himura habló del día que le deparaba, de la introducción al estado sólido, de lo bien que pronunciaba Alicia lo que hasta ahora había aprendido, tanto en alemán como en español. Yo traducía, me reía con la mano sobre la boca, le ofrecía más chocolate Look a Alicia. Entre los dos la instamos a visitar Colombia el próximo año. Si me acompaña, le prometimos, la llevaremos a Villa de Leyva, de donde vienen todas esas fotos que rotan en mi protector de pantalla. Entonces él le hizo saber que está desde ya invitada a un evento aún lejano.
Recuperado el silencio tras la desaparición del cuadrito, abrimos al fin los libros. La próxima vez, convinimos, vamos a comer juntas algo decente antes de venir al cuarto, no necesariamente a estudiar.
[ Fallen Angel — Elbow ]
Con el examen de alemán del siguiente día como pretexto invité a Alicia a mi cuarto una vez más. La sesión anterior había sido cancelada abruptamente al recordar que tenía que correr a la biblioteca a imprimir otra copia del trabajo tardío de la semana anterior antes de que cerraran. Esa noche la había invitado a galletas escocesas y cocoa en leche, pero como no terminamos y no he hecho mercado, no me quedó sino ir al combini para tener algo que ofrecer en esta oportunidad.
Los libros y lápices salieron de sus respectivas maletas y cayeron pesadamente sobre mi cama. Ése sería su lugar de reposo durante un buen tiempo, pues tras comprobar que no habíamos adelantado nada por nuestra cuenta nos dedicamos a hablar del nombre americano de los Dontacos (Doritos), de cómo me comí todo un paquete de estos en vez de cenar apropiadamente y de cómo mi arrepentimiento no era lo suficientemente grande para dejar de compartir una caja recién abierta de chocolates Look. Entonces llegó nuestro interlocutor. "¿Quieres verlo?", le pregunté a Alicia. Segundos después nos encontrábamos saludando a un personaje animado encerrado en un cuadrito.
Himura habló del día que le deparaba, de la introducción al estado sólido, de lo bien que pronunciaba Alicia lo que hasta ahora había aprendido, tanto en alemán como en español. Yo traducía, me reía con la mano sobre la boca, le ofrecía más chocolate Look a Alicia. Entre los dos la instamos a visitar Colombia el próximo año. Si me acompaña, le prometimos, la llevaremos a Villa de Leyva, de donde vienen todas esas fotos que rotan en mi protector de pantalla. Entonces él le hizo saber que está desde ya invitada a un evento aún lejano.
Recuperado el silencio tras la desaparición del cuadrito, abrimos al fin los libros. La próxima vez, convinimos, vamos a comer juntas algo decente antes de venir al cuarto, no necesariamente a estudiar.
[ Fallen Angel — Elbow ]
Variaciones sobre un trabajo entregado demasiado tarde
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy martes, octubre 09, 2007 a las 5:15 p. m..
Otra vez esta imperiosa necesidad de escribir, sin saber qué. Si tan sólo volvieran a mí las historias... La vida era tan agradable cuando de la nada brotaba un personaje y su vida se iba desenrollando ante mis ojos como un ovillo de colores cambiantes. Ahora el escenario está vacío y el único personaje visible soy yo, una especie de Pinocho sin hilos engarzándose la nariz entre las tablas para deleite del público.
Hoy tuve que entregar un ensayo sobre cualquier cosa relativa a una película que vimos a principios de trimestre. La película, llamada 下妻物語 (Shimotsuma Monogatari) fue ingeniosamente traducida al inglés como Kamikaze Girls. Si usted, querido lector o lectora (aquí llegan más hombres que mujeres, tengo la impresión) tiene tiempo de sobra y no hay plata para ir al cine, sírvase pasar por aquí y de paso entérese más o menos de cómo es la vida acá en la prefectura de Ibaraki, donde el otoño huele a arrozal quemado y las orugas condenadas a la horca se retuercen suspendidas bajo los árboles adormecidos. Subtítulos en inglés.
Volviendo al trabajo. Mi tutor me ayudó a entregar una hoja repleta de errores gramaticales e ideas indiscernibles sobre Lolitas, Yankees y la opresiva sociedad contemporánea japonesa. Si tan sólo hubiera ocupado mejor mi tiempo anoche, si tan sólo lo hubiera gastado en cosas diferentes a presenciar cómo Asano era sometida a esa especie de escarnio que sólo se ve en las comedias malas sobre adolescentes, muy a la usanza de mis recuerdos de bachillerato.
Pero no, las cosas no fueron así y yo me quedé sentada en esa cama interviniendo en vano en charlas que otrora me serían vedadas por la misma cualidad que había desembocado en esta llovizna ácida de disculpas descaradamente falsas encharcando el suelo embarrado de un chiste interno deficientemente encriptado. Esta vez, la lluvia no caía sobre mí. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que entre las gotas se dibujara mi reflejo superpuesto al silencio, a ese silencio que yo también escuchara tantas veces precedido de aquella mueca que juraría me pertenecía a mí y no a ella: los ojos ejecutando una sutil maniobra de aterrizaje de emergencia, buscando desesperadamente un claro donde posarse temporalmente mientras las llamas de la precaria humillación producían una estela de condescendencia, y como en todo incendio, un deseo inmenso de salir corriendo a respirar mejores aires.
Para entregar el ensayo por fuera del plazo establecido fue necesario hablar personalmente con dos de los tres profesores encargados de la clase y quienes previamente habrían recibido la versión electrónica del esperpento que yo hacía llamar mi opinión. Corrimos escaleras arriba y escaleras abajo para enterarnos de que la tercera profesora había partido hacia Nagoya y no regresaría sino hasta la semana siguiente. La hoja de papel quedó en poder de una maestra nerviosa que nos cerró la puerta en las narices apenas la arrancó de mis manos y a quien mi tutor le había comentado previamente mi triste situación de estudiante extranjera perdida en la universidad, tal como lo hiciera con el primer profesor, quien al confrontar mi nombre y mi cara recordó que me había dictado la materia que el trimestre pasado me mantuvo en constante angustia. Era tan dura y terrorífica que terminé soñando la respuesta del examen final. Era un sueño de niños judíos reducidos a condiciones terribles.
Con la tercera maestra lejos de mi alcance, el tutor se dio a la heroica tarea de escribir un e-mail de idéntico contenido al de las conversaciones que se habían llevado a cabo no hacía mucho. El mensaje fue sometido a edición tantas veces que mientras ejercía mi labor de secretaria fui dominada silenciosamente por la certeza de que jamás dominaré este idioma, que siempre seré la extranjera delatada por su cara de facciones agresivas, por su pelo jamás lo suficientemente liso, por su figura de nevera montada sobre un trípode y, por encima de todo, por la riqueza de su vocabulario, comparable sólo con la de los gorilas que se comunican por medio de un tablero de botones con imágenes.
Cuando por fin se dio por satisfecho, el tutor me invitó al mejor ramen que haya probado en mi vida. Quién lo hubiera pensado, aquí en Tsukuba.
[ Dreams in the Hollow — Jesca Hoop ]
Hoy tuve que entregar un ensayo sobre cualquier cosa relativa a una película que vimos a principios de trimestre. La película, llamada 下妻物語 (Shimotsuma Monogatari) fue ingeniosamente traducida al inglés como Kamikaze Girls. Si usted, querido lector o lectora (aquí llegan más hombres que mujeres, tengo la impresión) tiene tiempo de sobra y no hay plata para ir al cine, sírvase pasar por aquí y de paso entérese más o menos de cómo es la vida acá en la prefectura de Ibaraki, donde el otoño huele a arrozal quemado y las orugas condenadas a la horca se retuercen suspendidas bajo los árboles adormecidos. Subtítulos en inglés.
Volviendo al trabajo. Mi tutor me ayudó a entregar una hoja repleta de errores gramaticales e ideas indiscernibles sobre Lolitas, Yankees y la opresiva sociedad contemporánea japonesa. Si tan sólo hubiera ocupado mejor mi tiempo anoche, si tan sólo lo hubiera gastado en cosas diferentes a presenciar cómo Asano era sometida a esa especie de escarnio que sólo se ve en las comedias malas sobre adolescentes, muy a la usanza de mis recuerdos de bachillerato.
Pero no, las cosas no fueron así y yo me quedé sentada en esa cama interviniendo en vano en charlas que otrora me serían vedadas por la misma cualidad que había desembocado en esta llovizna ácida de disculpas descaradamente falsas encharcando el suelo embarrado de un chiste interno deficientemente encriptado. Esta vez, la lluvia no caía sobre mí. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que entre las gotas se dibujara mi reflejo superpuesto al silencio, a ese silencio que yo también escuchara tantas veces precedido de aquella mueca que juraría me pertenecía a mí y no a ella: los ojos ejecutando una sutil maniobra de aterrizaje de emergencia, buscando desesperadamente un claro donde posarse temporalmente mientras las llamas de la precaria humillación producían una estela de condescendencia, y como en todo incendio, un deseo inmenso de salir corriendo a respirar mejores aires.
Para entregar el ensayo por fuera del plazo establecido fue necesario hablar personalmente con dos de los tres profesores encargados de la clase y quienes previamente habrían recibido la versión electrónica del esperpento que yo hacía llamar mi opinión. Corrimos escaleras arriba y escaleras abajo para enterarnos de que la tercera profesora había partido hacia Nagoya y no regresaría sino hasta la semana siguiente. La hoja de papel quedó en poder de una maestra nerviosa que nos cerró la puerta en las narices apenas la arrancó de mis manos y a quien mi tutor le había comentado previamente mi triste situación de estudiante extranjera perdida en la universidad, tal como lo hiciera con el primer profesor, quien al confrontar mi nombre y mi cara recordó que me había dictado la materia que el trimestre pasado me mantuvo en constante angustia. Era tan dura y terrorífica que terminé soñando la respuesta del examen final. Era un sueño de niños judíos reducidos a condiciones terribles.
Con la tercera maestra lejos de mi alcance, el tutor se dio a la heroica tarea de escribir un e-mail de idéntico contenido al de las conversaciones que se habían llevado a cabo no hacía mucho. El mensaje fue sometido a edición tantas veces que mientras ejercía mi labor de secretaria fui dominada silenciosamente por la certeza de que jamás dominaré este idioma, que siempre seré la extranjera delatada por su cara de facciones agresivas, por su pelo jamás lo suficientemente liso, por su figura de nevera montada sobre un trípode y, por encima de todo, por la riqueza de su vocabulario, comparable sólo con la de los gorilas que se comunican por medio de un tablero de botones con imágenes.
Cuando por fin se dio por satisfecho, el tutor me invitó al mejor ramen que haya probado en mi vida. Quién lo hubiera pensado, aquí en Tsukuba.
[ Dreams in the Hollow — Jesca Hoop ]