Baloncesto vs. Basketball
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy sábado, abril 26, 2008 a las 2:13 p. m..
No sé cuánto tiempo llevo sin hablar sin Himura. Pueden ser dos días como puede ser una semana. Desde que se le dañó el computador todo se ha invadido de un intenso silencio. No obstante, no me alarmo. Ya se está acabando abril; luego viene Gianrico de visita y para cuando se vaya será la mitad de mayo. Después me concentraré en evadir mis estudios hasta última hora y mágicamente será julio. Entonces podremos sentarnos en el sofá del estudio de mi casa y leer la Muy Interesante.
A veces, ya sea en el sofá o en Skype, hablamos de las cosas que nos diferencian. La más importante (además de que él hace la cama mientras yo la tiendo), es que él estudió en un colegio donde jugaban baloncesto y yo en uno donde se jugaba basketball. Eso dice mucho en una sociedad tan superficial y pendiente de las apariencias como la bogotana—¡Oh, no! ¡Recuerdos del colegio! ¡Vienen en avalancha, en estampida furiosa! ¡Huyan!
Si he de ser justa, debo aceptar que no todo fue malo en el colegio. En noveno me hice a los derechos sobre un tablero de acrílico y cada día ponía una cita en él. "Everybody loves you when you're sixfoot underground" (John Lennon), es la única que recuerdo ahora. También tuve derechos parciales sobre el tablero de atrás y lo llenaba de dibujitos de mis amigas y símbolos de Om. Ese fue el mismo curso en el que tres niñas nos pusimos a bailar mientras cantábamos Amigo de Roberto Carlos en plena clase de geometría ("pa paaara papara papaaaara, pa paaara papara papaaara..."). También fue el año en que Valeria fue a Canadá con un grupo del colegio y se cortó la mano en la nieve, tiñéndola toda de rojo. Yo nunca vi eso, pero la imagen que me hice del relato es inolvidable. Ahora que lo pienso, por cada paseo que le ofrece el colegio a sus alumnas, una debe resultar herida. Una vez, como en cuarto o quinto de primaria, fuimos a una finca ecológica y Juliana se peló el dedo meñique cual papa con una hoz. De Villa de Leyva, pocos años después, todas volvimos completas—sólo ligeramente desnutridas gracias al excelente servicio del hotel. Después prohibieron las salidas ecológicas por miedo a la guerrilla, y fue la hora de viajar a Estados Unidos. Cuando yo fui, Carolina, la mayor del grupo, se enterró una astilla gigantesca en pleno escenario y tuvo que bailar cumbia descalza aguantando el dolor. Creo que alcanzó a dejar un caminito de sangre por el pasillo. ¿Y yo? Yo bien, gracias.
(Pequeño paréntesis para llorar por mi defectuosa memoria al no recordar cuál de todas las niñas de mi curso era la que les llamaba "mocos de elefante" a las granadillas.)
¿En qué iba? ¡Ah, sí! Ahora que estoy lejos del asunto me doy cuenta de la nula importancia que debería tener el colegio del que uno sale. Sin embargo, la triste realidad es que frente a una entrada de Los Andes conocí a alguien que no esperaba mucha amabilidad de mi parte sólo porque esa persona jugaba baloncesto y yo basketball. Pero bueno, eso es Bogotá y es inevitable, así como es inevitable ir al complejo comercial Andino-Atlantis-Retiro vestido con la ropa que tenga más visible la marca a poner cara de puño. Lo verdaderamente increíble es enterarse uno de que en Tianjin, China, algún compatriota haya tenido la desfachatez de preguntar de qué colegio salió la visitante (y por demás completa desconocida) que llegaría de Japón en unas semanas.
(Creo que ya recordé quién era la de las granadillas. No estoy del todo segura, pero es factible que lo sea.)
Hace poco salió en la revista SoHo una sección de guerra de colegios, pero tuvieron que cancelarla pronto porque como que todo el mundo se iba tomando el asunto demasiado a pecho. Igual las diatribas estaban pésimas. Yo no recuerdo cuál era nuestro colegio enemigo... No sé siquiera si teníamos un colegio amigo. Oh, por cierto; acabo de recordar que anoche soñé que pensaba escribir con nostalgia en el blog que este año participaría por última vez en el coro de Uncoli (Unión de Colegios Internacionales). Sin embargo, en realidad yo terminé el bachillerato hace casi seis años y no puedo estar más lejos de Bogotá.
Temo que para lo único que me ha servido verdaderamente mencionar mi colegio ha sido para entrar al coro de Los Andes. El director preguntó, yo respondí y la respuesta le simpatizó. Sin embargo, me salí como al mes por privilegiar mi almuerzo sobre los ensayos. Muy poco después Himura asistiría a un concierto de dicho grupo para ver a una amiga suya, pero como las cosas no debían suceder entonces, yo no estuve allí y no nos cruzamos. La hora de hablar de diferencias, del baloncesto que él practicaba y el basketball del que yo huía, habría de llegar mucho más adelante.
[ Bubbly — Colbie Caillat ]
A veces, ya sea en el sofá o en Skype, hablamos de las cosas que nos diferencian. La más importante (además de que él hace la cama mientras yo la tiendo), es que él estudió en un colegio donde jugaban baloncesto y yo en uno donde se jugaba basketball. Eso dice mucho en una sociedad tan superficial y pendiente de las apariencias como la bogotana—¡Oh, no! ¡Recuerdos del colegio! ¡Vienen en avalancha, en estampida furiosa! ¡Huyan!
Si he de ser justa, debo aceptar que no todo fue malo en el colegio. En noveno me hice a los derechos sobre un tablero de acrílico y cada día ponía una cita en él. "Everybody loves you when you're sixfoot underground" (John Lennon), es la única que recuerdo ahora. También tuve derechos parciales sobre el tablero de atrás y lo llenaba de dibujitos de mis amigas y símbolos de Om. Ese fue el mismo curso en el que tres niñas nos pusimos a bailar mientras cantábamos Amigo de Roberto Carlos en plena clase de geometría ("pa paaara papara papaaaara, pa paaara papara papaaara..."). También fue el año en que Valeria fue a Canadá con un grupo del colegio y se cortó la mano en la nieve, tiñéndola toda de rojo. Yo nunca vi eso, pero la imagen que me hice del relato es inolvidable. Ahora que lo pienso, por cada paseo que le ofrece el colegio a sus alumnas, una debe resultar herida. Una vez, como en cuarto o quinto de primaria, fuimos a una finca ecológica y Juliana se peló el dedo meñique cual papa con una hoz. De Villa de Leyva, pocos años después, todas volvimos completas—sólo ligeramente desnutridas gracias al excelente servicio del hotel. Después prohibieron las salidas ecológicas por miedo a la guerrilla, y fue la hora de viajar a Estados Unidos. Cuando yo fui, Carolina, la mayor del grupo, se enterró una astilla gigantesca en pleno escenario y tuvo que bailar cumbia descalza aguantando el dolor. Creo que alcanzó a dejar un caminito de sangre por el pasillo. ¿Y yo? Yo bien, gracias.
(Pequeño paréntesis para llorar por mi defectuosa memoria al no recordar cuál de todas las niñas de mi curso era la que les llamaba "mocos de elefante" a las granadillas.)
¿En qué iba? ¡Ah, sí! Ahora que estoy lejos del asunto me doy cuenta de la nula importancia que debería tener el colegio del que uno sale. Sin embargo, la triste realidad es que frente a una entrada de Los Andes conocí a alguien que no esperaba mucha amabilidad de mi parte sólo porque esa persona jugaba baloncesto y yo basketball. Pero bueno, eso es Bogotá y es inevitable, así como es inevitable ir al complejo comercial Andino-Atlantis-Retiro vestido con la ropa que tenga más visible la marca a poner cara de puño. Lo verdaderamente increíble es enterarse uno de que en Tianjin, China, algún compatriota haya tenido la desfachatez de preguntar de qué colegio salió la visitante (y por demás completa desconocida) que llegaría de Japón en unas semanas.
(Creo que ya recordé quién era la de las granadillas. No estoy del todo segura, pero es factible que lo sea.)
Hace poco salió en la revista SoHo una sección de guerra de colegios, pero tuvieron que cancelarla pronto porque como que todo el mundo se iba tomando el asunto demasiado a pecho. Igual las diatribas estaban pésimas. Yo no recuerdo cuál era nuestro colegio enemigo... No sé siquiera si teníamos un colegio amigo. Oh, por cierto; acabo de recordar que anoche soñé que pensaba escribir con nostalgia en el blog que este año participaría por última vez en el coro de Uncoli (Unión de Colegios Internacionales). Sin embargo, en realidad yo terminé el bachillerato hace casi seis años y no puedo estar más lejos de Bogotá.
Temo que para lo único que me ha servido verdaderamente mencionar mi colegio ha sido para entrar al coro de Los Andes. El director preguntó, yo respondí y la respuesta le simpatizó. Sin embargo, me salí como al mes por privilegiar mi almuerzo sobre los ensayos. Muy poco después Himura asistiría a un concierto de dicho grupo para ver a una amiga suya, pero como las cosas no debían suceder entonces, yo no estuve allí y no nos cruzamos. La hora de hablar de diferencias, del baloncesto que él practicaba y el basketball del que yo huía, habría de llegar mucho más adelante.
[ Bubbly — Colbie Caillat ]
Etiquetas: himura, los andes, love or lack thereof, reminiscencias, sfr
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