bajo la lluvia
una lata vacía
es un cascabel
una lata vacía
es un cascabel
[ At Last — Etta James ]
Zoom Back Camera!
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy jueves, mayo 29, 2008 a las 1:11 a. m..
Acabo de ver La montaña sagrada, de Alejandro Jodorowsky. No me termino de reponer del trip.
[ Honey Honey — Feist ]
[ Honey Honey — Feist ]
Etiquetas: cinema
Love Is (Not) a Battlefield
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy domingo, mayo 25, 2008 a las 8:10 a. m..
La escena transcurre más o menos de la misma forma siempre: se reúnen las mujeres alrededor de una bebida (cualquiera sirve, ya sea la cerveza o el té) como en un consejo sagrado y en un rito de cantos expulsan a los demonios que las acechan: los hombres. El mantra a repetir mientras se alcanza la catarsis: "los hombres son unos cretinos" ("cerdos" e "idiotas" también sirve). El fuego de los ánimos se atiza entretanto con anécdotas que confirman su condición de moradores del otro lado de la trinchera.
Desde hace relativamente poco y sin querer me he encontrado conformando un punto de esta circunferencia humana, callada, escuchando mientras doy sorbos pausados a lo que sea que haya en el vaso de turno. La detalles del último desaire se han perdido en el humo de los meses que pasan mientras las mujeres barren las cenizas con escobas mojadas, dibujando surcos negros reteñidos con declaraciones de resentimiento que cada vez cobijan a más hombres hasta englobar a todo aquel que se identifique con los tornillos y no con las tuercas.
Formando una cuerda desde mis ojos hasta su rostro está sentada la mujer que siempre había sido acechada por los hombres hasta el día que pudo contar once meses sin recibir siquiera una mirada. Amenazada en su trono de abeja reina, decide señalar a las que por el momento tienen mejor suerte que ella y las intenta destruir con los únicos insultos que considera efectivos contra una mujer: aquellos que tienen que ver con su físico. Salen a relucir amoríos poco agraciados olvidados hace tiempo y opiniones que nadie pidió acerca de marcados rasgos masculinos en un rostro femenino. Como si fuera poco, la reina sale a pontificar, pocillo de chocolate en mano, sobre los cinco, diez o veinte criterios que toda mujer debería tener en cuenta al elegir a su acompañante masculino. Que lo debe aprobar la familia, que lo deben aprobar las amigas, que debe ser emprendedor y otra sarta de virtudes que ni ella debió evaluar la última vez que le pasó alguien por la hipófisis. Yo sólo me hago la que atiende—no sé siquiera si estoy asintiendo en señal de entender su valiosísimo consejo mientras hago sopitas con la tostada.
De otro sector del anillo emerge la que hace de todos los hombres un mismo hombre, aquella que se solidariza con las tragedias de sus hermanas y de todas concluye que la culpa es del miserable que se largó. No cabe en su mente la posibilidad de una historia un poco más complicada que la de un tipo lleno de maldad que seduce, toma, usa y desecha a su indefensa pareja, tan dechada de virtudes compatibles con cualquier galán. Ella le entregó su amor incondicional y el imbécil ¡así le paga! Así son todos y por eso los odiamos. Puede que jamás se esclarezcan las verdaderas causas de un rompimiento, pero el dedo acusador siempre señalará al hombre que pierde su rostro individual para convertirse en una acumulación de decepciones propias y ajenas. A veces la coraza de esta mujer se resquebraja un poco para revelar un mundo de inseguridades en el que los defectos que ella dice achacarle al Hombre Universal en realidad son palabras que disfrazan otros defectos, propios y absolutamente insoportables. Lo peor de todo es que ni siquiera se trata de verdaderas carencias sino de mensajes que ella les ha creído a pies juntillas a la televisión y las revistas.
No entiendo de dónde viene este miedo a la soltería, palabra que a sus oídos parece sinónima de soledad. Soledad última y definitiva, una celda amarga llena de gatos y sombrillas de varillas caídas. No hay un límite de edad para hacerse a una pareja, ¿o sí? De todas maneras no habrá posibilidad de encontrarla si se pretende elegirla con desespero de entre una manada de seres idénticos y repugnantes. Yo abogaría más bien por confiar en las coincidencias afortunadas, en una persona que en este momento anda en el lugar más insospechado—al otro lado de la pared, tal vez, asistiendo a una charla que por azar se eligió omitir—. No es un hombre en el sentido de esos que salieron en el último lote de cretinos de los que tanto hablan. Es él, simplemente él. O ella. Una persona tan compleja e impredecible como ellas mismas.
[ Pigeon — Jump, Little Children ]
Desde hace relativamente poco y sin querer me he encontrado conformando un punto de esta circunferencia humana, callada, escuchando mientras doy sorbos pausados a lo que sea que haya en el vaso de turno. La detalles del último desaire se han perdido en el humo de los meses que pasan mientras las mujeres barren las cenizas con escobas mojadas, dibujando surcos negros reteñidos con declaraciones de resentimiento que cada vez cobijan a más hombres hasta englobar a todo aquel que se identifique con los tornillos y no con las tuercas.
Formando una cuerda desde mis ojos hasta su rostro está sentada la mujer que siempre había sido acechada por los hombres hasta el día que pudo contar once meses sin recibir siquiera una mirada. Amenazada en su trono de abeja reina, decide señalar a las que por el momento tienen mejor suerte que ella y las intenta destruir con los únicos insultos que considera efectivos contra una mujer: aquellos que tienen que ver con su físico. Salen a relucir amoríos poco agraciados olvidados hace tiempo y opiniones que nadie pidió acerca de marcados rasgos masculinos en un rostro femenino. Como si fuera poco, la reina sale a pontificar, pocillo de chocolate en mano, sobre los cinco, diez o veinte criterios que toda mujer debería tener en cuenta al elegir a su acompañante masculino. Que lo debe aprobar la familia, que lo deben aprobar las amigas, que debe ser emprendedor y otra sarta de virtudes que ni ella debió evaluar la última vez que le pasó alguien por la hipófisis. Yo sólo me hago la que atiende—no sé siquiera si estoy asintiendo en señal de entender su valiosísimo consejo mientras hago sopitas con la tostada.
De otro sector del anillo emerge la que hace de todos los hombres un mismo hombre, aquella que se solidariza con las tragedias de sus hermanas y de todas concluye que la culpa es del miserable que se largó. No cabe en su mente la posibilidad de una historia un poco más complicada que la de un tipo lleno de maldad que seduce, toma, usa y desecha a su indefensa pareja, tan dechada de virtudes compatibles con cualquier galán. Ella le entregó su amor incondicional y el imbécil ¡así le paga! Así son todos y por eso los odiamos. Puede que jamás se esclarezcan las verdaderas causas de un rompimiento, pero el dedo acusador siempre señalará al hombre que pierde su rostro individual para convertirse en una acumulación de decepciones propias y ajenas. A veces la coraza de esta mujer se resquebraja un poco para revelar un mundo de inseguridades en el que los defectos que ella dice achacarle al Hombre Universal en realidad son palabras que disfrazan otros defectos, propios y absolutamente insoportables. Lo peor de todo es que ni siquiera se trata de verdaderas carencias sino de mensajes que ella les ha creído a pies juntillas a la televisión y las revistas.
No entiendo de dónde viene este miedo a la soltería, palabra que a sus oídos parece sinónima de soledad. Soledad última y definitiva, una celda amarga llena de gatos y sombrillas de varillas caídas. No hay un límite de edad para hacerse a una pareja, ¿o sí? De todas maneras no habrá posibilidad de encontrarla si se pretende elegirla con desespero de entre una manada de seres idénticos y repugnantes. Yo abogaría más bien por confiar en las coincidencias afortunadas, en una persona que en este momento anda en el lugar más insospechado—al otro lado de la pared, tal vez, asistiendo a una charla que por azar se eligió omitir—. No es un hombre en el sentido de esos que salieron en el último lote de cretinos de los que tanto hablan. Es él, simplemente él. O ella. Una persona tan compleja e impredecible como ellas mismas.
[ Pigeon — Jump, Little Children ]
Etiquetas: diatriba, love or lack thereof
(Sittin' on) The Dock of the Bay
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy jueves, mayo 22, 2008 a las 3:27 a. m..
Habría una manzana en la mesa, de no ser porque no poseo mesa y las manzanas me parecen frutas aburridas. Cuando vemos películas nos extrañamos de ver a la gente caminar grandes distancias dentro de su apartamento para alcanzar la puerta. Dan un paso y otro y otro y otro y nada que terminan de atravesar el pasillo, qué envidia.
El clima mejora y a medida que se hace más húmedo nos damos cuenta de cómo nos convertimos en blanco de silencios incómodos y miradas sospechosas. No me dignaré buscar una explicación detallada a este fenómeno: todo se remonta al día que me enfrenté a esa persona y no cedí a sus caprichos. Ahora da lo mismo uno más, uno menos. Ya me volví antipática y todo. No sé si comprendan esto, pero dentro de mi coraza me siento mucho más libre que tras la máscara sonriente que requiere aquel círculo social. Aprecio el silencio de esta nueva vida: las pocas palabras que a través de él se filtran tienen mucho más peso que el ruido de las risas vacías.
(Señorita: si usted saluda a todos los presentes menos a mí y me ignora deliberadamente durante toda la conversación no haga un show porque no le estoy sonriendo al vacío.)
Tengo gafas nuevas y queratitis. Todavía no recuerdo bien cómo me veo, tengo que mirarme al espejo para saber qué tipo de decisión tomé esa tarde en la óptica frente a mi reflejo borroso.
Son las cuatro de la mañana y ya está amaneciendo. No sé cómo pretendo volver a dormir si en menos de una hora el sol estará acosando mi cara. Y este azul intenso de las ventanas me dice que va a brillar bien fuerte...
[ Change Is Gonna Come — Otis Redding ]
El clima mejora y a medida que se hace más húmedo nos damos cuenta de cómo nos convertimos en blanco de silencios incómodos y miradas sospechosas. No me dignaré buscar una explicación detallada a este fenómeno: todo se remonta al día que me enfrenté a esa persona y no cedí a sus caprichos. Ahora da lo mismo uno más, uno menos. Ya me volví antipática y todo. No sé si comprendan esto, pero dentro de mi coraza me siento mucho más libre que tras la máscara sonriente que requiere aquel círculo social. Aprecio el silencio de esta nueva vida: las pocas palabras que a través de él se filtran tienen mucho más peso que el ruido de las risas vacías.
(Señorita: si usted saluda a todos los presentes menos a mí y me ignora deliberadamente durante toda la conversación no haga un show porque no le estoy sonriendo al vacío.)
Tengo gafas nuevas y queratitis. Todavía no recuerdo bien cómo me veo, tengo que mirarme al espejo para saber qué tipo de decisión tomé esa tarde en la óptica frente a mi reflejo borroso.
Son las cuatro de la mañana y ya está amaneciendo. No sé cómo pretendo volver a dormir si en menos de una hora el sol estará acosando mi cara. Y este azul intenso de las ventanas me dice que va a brillar bien fuerte...
[ Change Is Gonna Come — Otis Redding ]
Anne Koedt, apuntes sueltos
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy domingo, mayo 18, 2008 a las 8:01 a. m..
"The Myth of the Vaginal Orgasm" (1970) es un artículo de Anne Koedt que describe cómo la sexualidad femenina ha sido erróneamente definida en términos del placer masculino. Hace parte del material de lectura de una de mis clases y estuvimos discutiéndolo esta semana.
Primer momento
(En el que se comprende por qué no existen los estudios de género en Japón.)
Profesora: Cuando vayan a deshacerse de estas copias, no las boten en cualquier parte. Táchenlas. No sea que alguien las encuentre y piense 'en qué clase les ponen a leer estas cosas'...
A grandes rasgos el artículo plantea lo siguiente: Según Freud (misógino por excelencia), el orgasmo clitoriano era cosa exclusiva de la adolescencia y debía desaparecer tras la iniciación de la vida sexual al ser transferido a la vagina, donde supuestamente se sentían orgasmos "más maduros" por medio de la penetración. El resultado de la creencia en esta teoría fue un elevadísimo número de casos de frigidez, problema para el que él recomendaba tratamiento psiquiátrico, ya que obedecía a una falta de ajuste mental de la paciente a su rol 'natural' como la mujer. La causa de esta renunciación a la femineidad: envidia del hombre. (Ahora, de cómo rayos llegó Freud a esta conclusión traída de los cabellos, no tengo la más remota idea.)
No obstante, la evidencia médica apunta hacia el clítoris como el órgano responsable del orgasmo femenino, ya que el interior de la vagina es tan sensible como cualquier otro órgano interno, es decir, casi nada. Pero entonces, si es así, ¿por qué tanto empeño por ocultar los verdaderos fundamentos de la sexualidad femenina? Bueno, entre otras razones porque en términos de placer haría del pene no una necesidad biológica sino una opción, amenazando así la institución heterosexual y abriendo un abanico de posibilidades para las relaciones humanas, hasta entonces estrictamente definidas como hombre-mujer.
Segundo momento
(En el que se comprende por qué el feminismo no parece ir para ningún Pereira.)
Yo: ... Entonces la profesora nos contaba que en Japón muy pocas mujeres saben que el orgasmo vaginal [como lo define Freud] no existe, que sólo ocurre por el clítoris. ¿Tú sabías?
Compañera no-japonesa: Por supuesto que sabía, si he leído mucho la Cosmopolitan.
La Cosmopolitan sería un ejemplo perfecto de los alcances del mito: los consejos sexuales que provee están encaminados única y exclusivamente a complacer a una contraparte masculina y se encuentran centrados en la penetración, negando así además toda visibilidad a las relaciones homosexuales. Una revista de tanto alcance entre la población femenina ha contribuido en gran parte a perpetuar el heterosexismo y los estereotipos sobre roles de género. En una era donde el conocimiento debería ser mucho más accesible las mujeres aún carecemos de información adecuada sobre nuestro propio cuerpo. Mientras esto suceda, cualquiera puede llenarnos la cabeza de dudas y culpas que nos perjudican y mantienen oprimidas ante una sociedad a todas luces machista.
Me pregunto si el famoso punto G tiene algo que ver con este mito, si es un intento de reclamar la penetración como centro del placer sexual femenino en vista de la inminente apropiación del clítoris.
[ I'm Going Slightly Mad — Queen ]
Primer momento
(En el que se comprende por qué no existen los estudios de género en Japón.)
Profesora: Cuando vayan a deshacerse de estas copias, no las boten en cualquier parte. Táchenlas. No sea que alguien las encuentre y piense 'en qué clase les ponen a leer estas cosas'...
A grandes rasgos el artículo plantea lo siguiente: Según Freud (misógino por excelencia), el orgasmo clitoriano era cosa exclusiva de la adolescencia y debía desaparecer tras la iniciación de la vida sexual al ser transferido a la vagina, donde supuestamente se sentían orgasmos "más maduros" por medio de la penetración. El resultado de la creencia en esta teoría fue un elevadísimo número de casos de frigidez, problema para el que él recomendaba tratamiento psiquiátrico, ya que obedecía a una falta de ajuste mental de la paciente a su rol 'natural' como la mujer. La causa de esta renunciación a la femineidad: envidia del hombre. (Ahora, de cómo rayos llegó Freud a esta conclusión traída de los cabellos, no tengo la más remota idea.)
No obstante, la evidencia médica apunta hacia el clítoris como el órgano responsable del orgasmo femenino, ya que el interior de la vagina es tan sensible como cualquier otro órgano interno, es decir, casi nada. Pero entonces, si es así, ¿por qué tanto empeño por ocultar los verdaderos fundamentos de la sexualidad femenina? Bueno, entre otras razones porque en términos de placer haría del pene no una necesidad biológica sino una opción, amenazando así la institución heterosexual y abriendo un abanico de posibilidades para las relaciones humanas, hasta entonces estrictamente definidas como hombre-mujer.
Segundo momento
(En el que se comprende por qué el feminismo no parece ir para ningún Pereira.)
Yo: ... Entonces la profesora nos contaba que en Japón muy pocas mujeres saben que el orgasmo vaginal [como lo define Freud] no existe, que sólo ocurre por el clítoris. ¿Tú sabías?
Compañera no-japonesa: Por supuesto que sabía, si he leído mucho la Cosmopolitan.
La Cosmopolitan sería un ejemplo perfecto de los alcances del mito: los consejos sexuales que provee están encaminados única y exclusivamente a complacer a una contraparte masculina y se encuentran centrados en la penetración, negando así además toda visibilidad a las relaciones homosexuales. Una revista de tanto alcance entre la población femenina ha contribuido en gran parte a perpetuar el heterosexismo y los estereotipos sobre roles de género. En una era donde el conocimiento debería ser mucho más accesible las mujeres aún carecemos de información adecuada sobre nuestro propio cuerpo. Mientras esto suceda, cualquiera puede llenarnos la cabeza de dudas y culpas que nos perjudican y mantienen oprimidas ante una sociedad a todas luces machista.
Me pregunto si el famoso punto G tiene algo que ver con este mito, si es un intento de reclamar la penetración como centro del placer sexual femenino en vista de la inminente apropiación del clítoris.
[ I'm Going Slightly Mad — Queen ]
Etiquetas: estudios de género, feminismo