Doblepensar

El blog favorito de la mamá de Olavia Kite.


Brez Besed

No hablamos. Ya van dos días y no hablamos. A veces uno de los dos lee un poema en voz alta, como si a través de las palabras de otros pudiéramos decir algo, pero el otro de todas maneras no entiende. Por mí que Sylvia Plath se muera. Ah no, ya se murió. Llenó de trapos los resquicios de las puertas y metió la cabeza en el horno. Eso no se lo estoy diciendo, lo estoy explicando con esta cara de no querer explicarle nada. Por mí que usted meta la cabeza en el horno. Avíseme con antelación y yo me voy a dar una vuelta, me llevo a los niños.

Muchas cosas le digo yo con esta cara de no decir nada. Es un desconsiderado. Siempre ha sido así. Yo que tanto lo conozco y no le recuerdo una sola instancia diferente a esto con lo que siempre me sale. Recuerdo más bien otras cosas. Recuerdo cómo nos conocimos y esa vez que se le quedó engarzada la camisa nueva en un alambre de púas. Al menos fue la camisa y no media barriga. Recuerdo cómo le fue creciendo esa panza mucho más lentamente de lo que creció y desapareció (parcialmente) la mía, dos veces. Diferente levadura hay en nuestra masa, y sin embargo era (¿es?) rico sentirlo por las noches, así blandito.

No me habla. Tal vez soy yo la única que anda con ganas de recordarle que anoche se volvió a meter las llaves en el bolsillo y por eso no las encuentra en el recipiente de madera al lado de la puerta. Creo que el perro debe mirar también con esa urgencia de hablar sin hablar que tengo yo, y por eso ahora ambos tenemos la misma cara. Míreme, míreme, míreme, sóbeme la pancita, ya no me importa si no me saca a pasear.

Le sobo la panza al perro. Alguien en esta casa es feliz, al menos. Esta noche voy a arrimarle un pie frío en la cama, a ver si entiende.


[ 50 Ways to Leave Your Lover — Paul Simon ]

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La llama lanzallamas

Voy a escribir porque no se me ocurre qué más hacer. Me duele la cabeza y dejé que me crecieran demasiado las uñas. Dejé que me crecieran demasiado las uñas y se me tropiezan en mi mayor, lo cual dificulta enormemente la práctica del ukulele. Mi mayor es una nota muy sencilla en guitarra, pero muy cansona en ukulele. Y peor aún con estas garras que hacen ruido al teclear. No estoy acostumbrada a esto desde que tocaba bajo y me tocaba mantenerlas cortísimas.

Quisiera poder escribir entradas de diario interesantes como j. Hoy en Pandi mis padres y yo comimos brevas con arequipe y hablamos de cómo las brevas son mucho mejores con queso costeño. Jugué ping-pong con mi papá. Mi papá es mucho mejor que yo, pero yo no soy tan, tan mala. Es el único deporte en el que no soy ridículamente mala, a decir verdad.

j. dice que hay que escribir todos los días, pero si cada día escribo basura como esta, realmente no hay mucha esperanza en el mundo para mí. Escribiré sobre una llama que escupe fuego: la llama lanzallamas. La policía secreta de Perú recibe de vez en cuando casos especiales que requieren armas ultrasecretas perfectamente camuflables entre el paisaje. Cuando las cosas se ponen pesadas el jefe aprieta un botón y le murmura al segundo en el mando: "llama a la llama lanzallamas". Lo que al lector no le queda claro al empezar a leer "La llama lanzallamas" es si se trtata de una fuga de gas que ha cobrado vida o de una llama hembra que anda pariendo como si botara balas de cañón. Ni lo uno ni lo otro.

Espere "La llama lanzallamas" en su kiosco favorito. Esperemos el fin de las conversaciones con j. a raíz de esta manifestación de talento literario nulo.


[ When You Smile — The Flaming Lips ]

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Las joyas de nuestra amiga muerta

Hay que visitar a la madre de nuestra amiga muerta. No debemos dejarla abandonada ahora que no está su hija. Somos tres: nosotras dos y el hijo de ella. La madre de nuestra amiga muerta nos espera con una sonrisa radiante. Llevamos postre en una caja mojada, nos da almuerzo, nos da otro postre, nos regaña por no repetir. Hay preguntas generales, lo de siempre, dónde viven y dónde vivirán. El niño pide agua.
La madre de la amiga muerta habla de un acné que hace diez años curó, de un novio cubierto de capas de olvido, de episodios borrosos con conocidas ahora desconocidas. Pregunta por el presente, mira al hijo que la amiga muerta no llegó a conocer ni en proyecto, insiste. Qué pasa. Qué hay. Qué más. Ambas agachamos la mirada con la excusa de alguna frase ingeniosa del niño. Al menos ella puede abrazarlo y ausentarse brevemente. Mis ojos atraviesan la sala, una mirada sostenida con palos, con el tensor de mi sonrisa que en cualquier momento puede reventar. El niño se retuerce un poco y pregunta si ya nos vamos.
Cuando no está atenta, ella y yo nos miramos. La madre quiere que el niño aprenda a rezar, que nos casemos, que vivamos nuestra vida como buenas hijas de dios. El niño pregunta si el ángel de la guarda hace referencia al señor guarda.
La madre de nuestra amiga muerta desaparece un momento. Vuelve cargada de cosas. Cinturones pasados de moda, pulseras hechas a mano en el hospital, un reloj dorado, un collar de lapislázuli, ropa que a todas luces no nos queda a ninguna de las dos. Hace tiempo recibimos otro cargamento igual. No somos capaces de usarlo ni regalarlo. Y así pasan las eras y aún puedo ver la cicatriz gigantesca en la pierna de nuestra amiga recostada en aquel sofá contra la ventana. La madre dice que nos vemos iguales que antes pero lo único que es igual es este apartamento congelado y ella dentro de él, y nuestra amiga que pasan los años y sigue muerta.


[ Dear Prudence — The Beatles ]

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