Doblepensar

El blog favorito de la mamá de Olavia Kite.


El ciclo del agua

Volvieron a Kasuga los testigos de Jehová.

Timbraron. Luego golpearon con insistencia. Sonaba como algo importante: acudí. Apenas abrí la puerta maldije mi suerte al darme cuenta de lo que acababa de hacer con mi vida (o los siguientes cinco y diez minutos de mi vida). Eran dos señoras. Les dije que no hablaba bien inglés, así que me entregaron la entrevista Réveillez-vous. La que hablaba —siempre van a lo Equipo Moisés/Aarón— empezó, ni corta ni perezosa, un discurso sobre lo maravilloso que es el ciclo del agua. El agua sube al cielo ("heaven") y baja en forma de lluvia y nieve, decía. Me pregunté si, según ella, el agua tendría que morir dada su peculiar elección de vocabulario. La miré largamente, ausente: dudé que ella jamás se hubiera puesto a pensar realmente en los fenómenos naturales. Entonces me concentré en un azul específico del cielo (sky). Un azul permanente con cirros. Bonito. La señora ahora estaba diciendo algo sobre los científicos que lo controlan todo y...
—¿Qué hora es?—interrumpí.
—¿Ah?
—La hora. ¿Qué hora es?
La señora miró su reloj.
—Las seis y veinte.
—¡Caramba! ¡Tengo que alistarme para una cita! ¡Lo siento, adiós!
La señora preguntó mi nombre mientras le cerraba la puerta en la cara. Me inventé uno y se lo dije.

Apenas el cerrojo hizo clic caí en cuenta: le había dado mi segundo nombre.


[ Fábula — Eros Ramazzotti ]

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Foux du Fafa

En vista de que cada vez estoy más convencida de que he perdido la cabeza y tendré que pasar un par de años recluida en un sanatorio haciendo terapia ocupacional a lo Esther Greenwood, decidí estudiar para mi último examen de francés. Estudiar estudiar, no como las veces anteriores que me las di de diva, ojeé el libro con glamoroso tedio y aún así saqué buenas notas. Me desperté temprano, leí el texto con atención —era un artículo muy interesante sobre la construcción de la sociedad japonesa a partir de los hábitos de la relación madre-hijo—, hice una lista de vocabulario nuevo en las memo-fichas que últimamente venía destinando a una serie de dibujos sobre mi vida y, al parecer, aprendí algo. Después de años de casar dibujos con sonidos como pares de medias en un mar de ropa donde también los guantes y los gorros parecen cuadrar, ver una palabra y saber que así se pronuncia y esto significa y nunca se leerá de otra manera y se escribe así y punto es verdaderamente reconfortante.

***

Ayer fui a Tokio porque al parecer me gusta gastarme la plata y el tiempo en llegar tarde a las diligencias importantes para no poder hacerlas. Sin embargo, como no ando con ánimos de llorar por la leche derramada, me fui a caminar por ahí como para no perder el viaje. Resulté en un supermercado donde los letreros no estaban en japonés —y al parecer cobraban por las traducciones, porque ¡ala, qué precios!—. Se sentía rarísimo leer claramente "cherry tomatoes" y "Swiss cheese" (¡y ver queso, encima!). Me pareció estar en un sueño raro, algo así como un preview retorcido de Europa, solo que con muchos menos rubios. Compré algo de comer y me senté en un parque a la sombra de los ciruelos en flor, aunque "sombra" es un decir porque un ciruelo en flor no es más que una colección de chamizos adornados por Sanrio y dispuestos por ahí como para arrancarle a uno una sonrisa forzada en lo peor del invierno.

***

Où est la piscine?


[ Le poinçonneur des lilas — Serge Gainsbourg ]

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Viernes: tragicomedia en 7 actos

***1***
Desperté a las 4:40am. Estaba convencida de que ya estaba amaneciendo, pero pronto me di cuenta de que había dejado prendida una lámpara toda la noche. Tras las ventanas todo seguía aletargado y turquí.

***2***
Hacia el mediodía cogí la bicicleta y partí hacia la universidad con un poco de preocupación pues no había preparado la traducción del día. En el camino recordé que una noche, hace no mucho, había estado hablando con el señor Sakaguchi sobre mi tardanza al enviar un texto a la revista del Centro de Lenguas Extranjeras de la universidad. "Soy la mejor escritora que tienen ustedes", había dicho desafiante, creyéndome quizás Howard Roark. Con este recuerdo llegué a mi facultad cuando la escasez de bicicletas en el campus me reveló lo obvio: no había clases a partir de la hora de almuerzo gracias al festival universitario de este fin de semana.

***3***
Tomé una vía diferente a la habitual para regresar a casa. A lo lejos vi una camisa de cuadros verdes y naranja haciéndome señas con los brazos: era el señor Sakaguchi. Arrugas al lado de los ojos, sonrisa de diez kilómetros de largo. Me contó que los del comité editorial de la revista estaban bastante complacidos con mi cuento. "A mí también me gustó", agregó con un gesto humilde que parecía anticipar mi rostro iluminado por la sorpresa.
"¿¡Tú también lo leíste!?"

***4***
En la tarde les avisé a los bautistas que no iría a su reunión mensual a pesar de la promesa de oden casero, pero a cambio llegaron los testigos de Jehová a mi puerta. Les dije que mi inglés es malo, mi japonés nulo, soy venezolana pero no hablo ninguno de los idiomas de la lista que me dieron y además soy musulmana. Y que estoy-ocupada-no-me-molesten-más-gracias-adiós.

***5***
Logré hacer funcionar mi nueva conexión a Internet y con Arhuaco esperamos a que diera la hora de conocer al ganador del Premio Nobel de Paz. Obama. ¿Qué es lo que ha hecho Obama?

***6***
Me dio sed. No quise preparar té. No quise preparar café. No quise preparar aromática de frutas. No quise preparar esa bebida de vitamina C que compré en la droguería. No quise tomar leche. No quise bajar a comprar una gaseosa en la máquina expendedora. En la nevera había un coctel de naranja y grosella. Menos de 2% de alcohol. Pequeño detalle que pasé por alto: no había tomado más que una gaseosa rara de jengibre en todo el día.

***7***
Empecé a hablar con Naam07, pero de pronto él no supo más de mí. Había ido al baño a quitarme los lentes y cepillarme los dientes, mas no regresé. Perdí el conocimiento con la boca llena de crema dental. Todavía estoy tratando de hacer un recuento de cómo fue, pero creo que si la máquina de recordar no estaba funcionando al momento la labor será difícil, si no imposible.


[ Si — Gigliola Cinquetti ]

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Au secours!

Hoy presenté un examen de francés para el que no estudié ni un ápice. Se me había olvidado por completo que lo tenía, inclusive planeaba no ir a la clase para seguir luchando con un cuento que debo terminar para la revista del Departamento de Lenguas Extranjeras de la universidad y que ya va tarde. El cuento tiene principio y fin, pero aún no logro conectarlos bien. Escribir cuentos me duele mucho. Pero ese no es el punto: el punto es que Rena Numoto me mandó un mensaje a las 12:10 preguntándome si tenía idea de que había un examen a las 12:15. Y yo en pijama. Y afuera lloviendo. Lo más triste es que aún si hubiera decidido ir a clase no habría estudiado sino traducido el capítulo siguiente del libro con la orgullosa sensación de estar haciendo las cosas bien tan solo para enterarme de lo que ahora sabía mientras las gafas se me llenaban de gotitas y un pedazo del cuento se hacía claro justo al bajar una cuesta leve y dar una curva a toda velocidad en el suelo resbaloso.

Mientras llenaba un papel a la guachapanda con garabatos que parecían números y palabras adivinadas maldije mi vida y mi pereza y lo que sea que me ha mantenido alejada del francés durante todo este tiempo. A ver, Olavia, usted dejó de estudiar alemán para concentrarse en el francés. No, no es cierto. Yo dejé de estudiar alemán porque no tenía caso traducir eternamente del alemán al japonés. Lo peor es que los exámenes de alemán eran más fáciles. No, no eran más fáciles: eran más prácticos. Tiene más sentido tener el diccionario a la mano y traducir de la mejor manera posible un párrafo del alemán al japonés que aprenderse de memoria lo que dice el libro de francés y con esa información llenar casillas. De todas maneras nadie aprende nada.

Pero yo para qué busco culpables si aquí la única que no está progresando soy yo. Yo, la que a los 15 años debería aprender un nuevo idioma según la profesora de inglés porque estaba en la edad perfecta para asimilar bien las lenguas extranjeras y tenía especial habilidad para ello. Yo, la que llegó directo a Francés 4 en Los Andes después de apenas haber estudiado por su cuenta con el viejo libro de su madre y salió con la mejor nota de la clase y dándole venias al profesor porque el japonés—que luego se le olvidó en Japón—estaba permeando su vida. Yo, la que no siguió a Francés 5 porque "ya con lo que tenía seguro podría seguir por mi cuenta y mejor me concentro en el japonés". Qué idiota.

No quise mirar la hoja de respuestas que me entregaron al terminar. El ojo apenas alcanzó a fijarse en una palabra antes de doblarla como quien cierra una puerta pesada: secouru. Volví a mi casa pedaleando sumergida en gris líquido, con la idea del cuento borrándose sobre la misma cuesta en la que había aparecido y la convicción de que lo único que hay por socorrer en este momento es mi cerebro, que quién sabe en qué momento perdió toda noción de prioridad.


[ Tattva — Kula Shaker ]

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できる、できない

Hace poco me di cuenta de que puedo hablar japonés. No muy bien, pero puedo. Bueno, se supone que eso ya se sabía desde que salí del silencio impuesto por el terror que se había apoderado de mí en Tokio. Sin embargo, también me di cuenta de que lo poco del idioma que tengo instalado ha acaparado todo mi disco duro, dejando por fuera los pedazos de francés, alemán y portugués que otrora cargara. Alguna vez en mi vida también hubo latín y chino.

En el mariposario de Calarcá estuve fungiendo de traductora simultánea para una pareja europea que se fue sin ver el bosque del jardín botánico porque no querían que se los tragaran los mosquitos de las seis de la tarde. El señor era británico y la señora, francesa. Yo les hablaba en inglés mientras ellos hablaban en francés entre sí. Me dio rabia no entender casi nada de lo que se decían. Cada vez que quise balbucear algo en francés las palabras aparecieron en mi mente en japonés, así que tuve que callar. En Japón el francés me sale bastante bien y me dan muchas ganas de hablarlo. A veces hablo sola en francés en mi apartamento. No me pidan demostraciones.

El día antes de la partida de Ovidio me reuní con Asai Sensei. Asai Sensei fue mi segundo profesor de japonés en Colombia. El primero fue Ariza Sensei, un colombiano tan loco como sabio y cuya visión de Japón solía yo tomar por errónea y exagerada hasta que aterricé allá. Hablamos en japonés mientras tomábamos una cosa de café horrible al lado de Carlos Muñoz (sí, ahí en la mesa del lado estaba el actor), y noté que todo fluía, que muy pocas veces necesitaba ayuda con el vocabulario. Luego el sensei me acompañó al Planetario Distrital a esperar a mi astrofísico favorito y la conversación siguió hasta que me preguntó si de casualidad el sujeto que estaba entrando al recinto con cara de búsqueda era quien yo esperaba.

Me pareció simpático ver cómo a la despedida Ovidio insistió en darle la mano mientras él hacía la venia. "Claro, vive en Europa", pensé. Yo, en cambio, no hago sino agachar la cabeza cual perrito de taxi. Me pregunté qué pensaría él al oírme hablar en ese idioma extraño. Me gustó que hubiera tenido que oírme hablar en ese idioma extraño.

No sé a qué venía todo esto. Ah sí, a que por primera vez el japonés no se me ha olvidado en el transcurso de las vacaciones. Y a que soy la peor trabajadora que la alcaldía de Tsukuba haya visto en toda su historia.


[ Don't Point, Don't Scare It — Butterfly Boucher ]

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