Hello
2 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy miércoles, septiembre 29, 2010 a las 7:56 p. m..
Hoy llegué al salón de clase y me senté a escuchar música mientras esperaba al profesor. De pronto alguien tocó mi hombro. Volteé a mirar y me quité los audífonos. Era la ucraniana a la que le había explicado algo de gramática española el otro día. Detrás estaba el gringo que una vez me había preguntado si me gustaba el libro que estábamos leyendo para la clase. Los dos me saludaron. Respondí con un "hello" vacilante terminado en signo de interrogación, a la espera del favor que seguramente me iban a pedir. No hice mayor esfuerzo por esconder mi hostilidad.
Pero no me pidieron ningún favor. Me preguntaron qué música estaba oyendo. Sonreían. Me estaban sonriendo a mí. Entonces recordé que normalmente las personas que se han saludado antes suelen volver a intercambiar palabra, no necesariamente a beneficio personal.
Me avergoncé.
Tarde o temprano tendré que readaptarme a convivir con seres humanos, lo sé. Pero eso no sucederá mientras yo siga en este país.
[ The Pageant of the Bizarre — Zero 7 ]
Pero no me pidieron ningún favor. Me preguntaron qué música estaba oyendo. Sonreían. Me estaban sonriendo a mí. Entonces recordé que normalmente las personas que se han saludado antes suelen volver a intercambiar palabra, no necesariamente a beneficio personal.
Me avergoncé.
Tarde o temprano tendré que readaptarme a convivir con seres humanos, lo sé. Pero eso no sucederá mientras yo siga en este país.
[ The Pageant of the Bizarre — Zero 7 ]

Tomber
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy sábado, septiembre 25, 2010 a las 10:40 a. m..
Una vez fingí estar inconsciente para asustar a mi hermana. Éramos chiquitas y ella se puso a llorar. Prometí no volver a hacerlo.
Cuando estaba en bachillerato me gustaba dejarme caer en el pasto como si me desmayara. Esto siempre culminaba en un doloroso golpe en la cabeza, pero era divertido.
Una vez me desmayé de verdad. Estaba en mi casa. Nadie se enteró.
[ Murder of Birds — Jesca Hoop ]
Cuando estaba en bachillerato me gustaba dejarme caer en el pasto como si me desmayara. Esto siempre culminaba en un doloroso golpe en la cabeza, pero era divertido.
Una vez me desmayé de verdad. Estaba en mi casa. Nadie se enteró.
[ Murder of Birds — Jesca Hoop ]
Etiquetas: maladie, reminiscencias, sfr, solitude

En orden de importancia
5 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy jueves, junio 24, 2010 a las 10:54 a. m..
Hace dos años entregué tarde un trabajo para la profesora que después sería mi jefa de TA. No había excusa, simplemente me fui a un concierto de Billy Joel en vez de hacer el trabajo. Supongo que la nota baja me la puso solo por el dolor de saber que para mí Billy Joel era más importante que su clase. Y bueno, la verdad es que Billy Joel sí es más importante que muchas cosas. Ya había sido más importante que mi examen final de historia de Japón en Tokyo Gaidai, el que decidiría si al fin habría que enviarme a Shimane a orear calamares por cuatro años. Pude haber terminado aislada del mundo por allá quién sabe en qué arrozal, pero afortu—ah.
[ Freedom — Erasure ]
[ Freedom — Erasure ]

Cuarto año
4 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy domingo, febrero 14, 2010 a las 12:47 p. m..
Queridos estudiantes de literatura:
Esta semana una alumna se tiró del séptimo piso del edificio de la facultad. Sí, el mismo piso donde hace años un fanático religioso degolló al profesor que estaba traduciendo Los versos satánicos al japonés. Ella sobrevivió.
Quisiera recordarles que como su carrera no les exige salidas de campo ni nada por el estilo, lo más probable es que cuando lleguen a cuarto año se encierren en sus apartamentos a escribir la tesis y no vuelvan a hablar con nadie más. Tengan cuidado y procuren no suicidarse.
Podemos continuar con la clase.
[ Take It Away — Paul McCartney ]
Esta semana una alumna se tiró del séptimo piso del edificio de la facultad. Sí, el mismo piso donde hace años un fanático religioso degolló al profesor que estaba traduciendo Los versos satánicos al japonés. Ella sobrevivió.
Quisiera recordarles que como su carrera no les exige salidas de campo ni nada por el estilo, lo más probable es que cuando lleguen a cuarto año se encierren en sus apartamentos a escribir la tesis y no vuelvan a hablar con nadie más. Tengan cuidado y procuren no suicidarse.
Podemos continuar con la clase.
[ Take It Away — Paul McCartney ]

Fundido a negro
6 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy sábado, enero 16, 2010 a las 5:55 p. m..
A veces se me olvida cómo ser humana.
A veces noto una extraña sensación de vacío en el tórax y me pregunto si es hambre. Ante el recuerdo del síncope del año pasado suelo forzarme a comer algo, no sea que vuelva a caer como un árbol viejo en medio del bosque (si una mujer encerrada colapsa y nadie se da cuenta, ¿realmente ha colapsado?). Otras veces debo arrastrarme a la calle porque se supone que hay que tomar el sol y caminar de un lado a otro. Eso es lo que hace la gente durante el día, ¿no?
No sé cuándo fue la última vez que supe que estaba viva. En este limbo cómodo donde siempre suenan canciones que me gustan bien podría ser un fantasma. ¿De quién serán las carcajadas que emanan de aquel apartamento esquinero que nadie visita? La puerta está bloqueada por dos inmensas cajas de cartón y un mueble pútrido que el viento amontonó.
Ya no me desvela hallarme en el borde del mundo, abandonada. Quisiera pensar que la imagen de Atreyu tomándose una sopa negra y asomándose a la Nada que consume a Fantasia ya no se compara con mi vida, tal vez porque en realidad no tengo una vida. Me limito a existir... si es que existo, porque en realidad no lo sé. Sé que me gusta cantar, que me encanta la leche de soya saborizada, pero el resto de detalles se ha ido borrando como una inscripción vieja. Debo mirarme al espejo seguido para comprobar que la luz no me atraviesa. ¿Acaso me consume a mí también la Nada? ¿Quién me imagina, para pedirle que venga a mi rescate?
A medida que me he ido desvaneciendo he perdido las palabras y las ideas, y la mente se me ha vuelto solo colores. En ocasiones lo único que ocupa mi cabeza es aquel naranja furioso sobre el que se delinean las ramas desnudas de los ginkgos al anochecer. Es tan nítido. Sin embargo sé que dentro de un rato lo olvidaré, y ese pedazo de mí se esfumará en un irremediable fundido a negro, como todos los otros.
[ Tive Razão — Seu Jorge ]
A veces noto una extraña sensación de vacío en el tórax y me pregunto si es hambre. Ante el recuerdo del síncope del año pasado suelo forzarme a comer algo, no sea que vuelva a caer como un árbol viejo en medio del bosque (si una mujer encerrada colapsa y nadie se da cuenta, ¿realmente ha colapsado?). Otras veces debo arrastrarme a la calle porque se supone que hay que tomar el sol y caminar de un lado a otro. Eso es lo que hace la gente durante el día, ¿no?
No sé cuándo fue la última vez que supe que estaba viva. En este limbo cómodo donde siempre suenan canciones que me gustan bien podría ser un fantasma. ¿De quién serán las carcajadas que emanan de aquel apartamento esquinero que nadie visita? La puerta está bloqueada por dos inmensas cajas de cartón y un mueble pútrido que el viento amontonó.
Ya no me desvela hallarme en el borde del mundo, abandonada. Quisiera pensar que la imagen de Atreyu tomándose una sopa negra y asomándose a la Nada que consume a Fantasia ya no se compara con mi vida, tal vez porque en realidad no tengo una vida. Me limito a existir... si es que existo, porque en realidad no lo sé. Sé que me gusta cantar, que me encanta la leche de soya saborizada, pero el resto de detalles se ha ido borrando como una inscripción vieja. Debo mirarme al espejo seguido para comprobar que la luz no me atraviesa. ¿Acaso me consume a mí también la Nada? ¿Quién me imagina, para pedirle que venga a mi rescate?
A medida que me he ido desvaneciendo he perdido las palabras y las ideas, y la mente se me ha vuelto solo colores. En ocasiones lo único que ocupa mi cabeza es aquel naranja furioso sobre el que se delinean las ramas desnudas de los ginkgos al anochecer. Es tan nítido. Sin embargo sé que dentro de un rato lo olvidaré, y ese pedazo de mí se esfumará en un irremediable fundido a negro, como todos los otros.
[ Tive Razão — Seu Jorge ]

Una media de rayas
6 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy domingo, enero 03, 2010 a las 9:34 a. m..
Anoche, mientras dormía, se me escurrió una media de rayas de colores y quedó atrapada entre las cobijas. Mientras esto ocurría estaba soñando que unos personajes oscuros me invitaban a sentarme al lado de ellos en la banca de una iglesia, lo cual suponía un dilema puesto que si los acompañaba quedaría afiliada al Imperio y mis conocidos me odiarían, pero si me sentaba al otro lado del pasillo junto a los demás sería considerada una Rebelde y tendría que pelear y enfrentarme a una dolorosa muerte. Pensaba que lo mejor era huir alegando que no me gusta Star Wars.
Desperté mucho antes del amanecer, pero no me puse la ropa encima de la pijama para ir a tomarle fotos al radiotelescopio teñido de rosado por las primeras brumas de la mañana como el día anterior. El silencio era incómodamente soporífero para alguien que podría cerrar los ojos mas no dormir de nuevo, así que prendí el computador. Es asombroso notar cómo este aislamiento total ya no me escuece. Si quiero usar la voz, canto. Si busco interacción con otro ser humano,... ¿por qué habría de buscar eso? ¿Para qué? Todos sabemos que la respuesta a "cómo estás" es "bien".
Me pregunté qué debía hacer hoy, pese a que lo normal siendo domingo de vacaciones es que no haya nada que realmente deba hacer. A veces me cuesta saber qué día de la semana es y si dicho día me acarrea responsabilidades, puesto que no hay mayor diferencia entre los días oficiales de trabajo y los de asueto. Puedo estar traduciendo un domingo como puedo estar dibujando un miércoles. Me gusta lo que hago, sea tarea impuesta o no. Tras deambular por los rincones de mi cabeza concluí que al parecer hoy tampoco hablaré con nadie, pero que lo mejor es que salga a tomar algo de aire invernal y reponer las reservas de leche de soya saborizada que ya están escaseando.
El sol terminó de salir y las últimas ráfagas heladas se alejaron de la ventana. Me paré a apagar la calefacción y al contacto con el tatami descubrí que tenía el pie izquierdo desnudo. No supe por qué quise escribirlo, pero lo hice.
[ Who's Gonna Save My Soul — Gnarls Barkley ]
Desperté mucho antes del amanecer, pero no me puse la ropa encima de la pijama para ir a tomarle fotos al radiotelescopio teñido de rosado por las primeras brumas de la mañana como el día anterior. El silencio era incómodamente soporífero para alguien que podría cerrar los ojos mas no dormir de nuevo, así que prendí el computador. Es asombroso notar cómo este aislamiento total ya no me escuece. Si quiero usar la voz, canto. Si busco interacción con otro ser humano,... ¿por qué habría de buscar eso? ¿Para qué? Todos sabemos que la respuesta a "cómo estás" es "bien".
Me pregunté qué debía hacer hoy, pese a que lo normal siendo domingo de vacaciones es que no haya nada que realmente deba hacer. A veces me cuesta saber qué día de la semana es y si dicho día me acarrea responsabilidades, puesto que no hay mayor diferencia entre los días oficiales de trabajo y los de asueto. Puedo estar traduciendo un domingo como puedo estar dibujando un miércoles. Me gusta lo que hago, sea tarea impuesta o no. Tras deambular por los rincones de mi cabeza concluí que al parecer hoy tampoco hablaré con nadie, pero que lo mejor es que salga a tomar algo de aire invernal y reponer las reservas de leche de soya saborizada que ya están escaseando.
El sol terminó de salir y las últimas ráfagas heladas se alejaron de la ventana. Me paré a apagar la calefacción y al contacto con el tatami descubrí que tenía el pie izquierdo desnudo. No supe por qué quise escribirlo, pero lo hice.
[ Who's Gonna Save My Soul — Gnarls Barkley ]
Etiquetas: maquinaciones nocturnas, observaciones, radiotelescopio, solitude

Olavia Kite y los bautistas
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy viernes, diciembre 11, 2009 a las 3:31 p. m..
Un domingo en mi trabajo de charla con ancianos, unas señoras me contaron que una vez se metieron a una iglesia mormona para practicar inglés. Cuando las pillaron y constataron que detrás de su participación en la congregación no había ningún interés religioso, las echaron. Me encantó la picardía que había en su risa entreverada con la anécdota. Me reí con ellas además porque yo también tenía una historia parecida que contar:
En hora y media me recogerá una van que me llevará a una iglesia bautista al otro lado de Tsukuba. Ya llevo un año o más yendo a las reuniones mensuales de esta comunidad, motivada al principio por la desesperación del silencio absoluto. La primera vez me invitó una compañera de clase pese a que ante su sorpresiva pregunta sobre mi vida religiosa yo le había dicho que era católica pero hace muchos años dejé de ir a misa porque no estaba aprendiendo nada. Supongo que lo interpretó como mi deseo de buscar la luz divina de otra manera, o no sé. El caso es que esa primera vez tuve miedo cuando me encontré rodeada de desconocidos en un carro con rumbo a ninguna parte. Temí que me hubiera dejado atrapar por una oscura secta que dispondría de mi cuerpo en algún terreno baldío, aunque si de sacrificios de vírgenes se trataba supongo que deberían haber investigado mejor.
Los bautistas ofrecen buena comida y me tratan bien. La verdad es que les he cogido cariño y solo por eso es que sigo yendo. No obstante, en la congregación no falta el intolerante, que para colmo es norteamericano. El pastor Canter —Kyantaa-sensei, porque a los pastores se les dice sensei también— ya se pilló que a la hora de las lecciones yo no hago ni el intento de entender la biblia en japonés, así que me obliga a leer su biblia electrónica en inglés. Peor aún: me vigila cuando se da cuenta de que no estoy haciendo clic para saltar de versículo en versículo y me dice en inglés con tono desaprobatorio lo que yo ya había entendido perfectamente en japonés ("¡Lucas 8:23!"). Yo lo único que digo es que todo sería mucho más divertido si hubiera un pastor alemán.
No sé por qué me siguen invitando si a principios de este año le dije a la esposa del pastor gringo que la religión es una construcción cultural y que no podemos esperar que todo el mundo crea en algo si ese algo no tiene nada que ver con el contexto de cada pueblo. Esa tarde soleada en la sala de la casa-iglesia, mientras yo saboreaba mi helado, ella me miró con cara de querer exclamar "¡engendro de Satán!" y me dijo que yo debería ir a la iglesia. Acto seguido salió corriendo.
Si se les ocurre advertirme que Dios me va a castigar, les recuerdo que ya lo hizo: la última vez que no recibí a Cristo en mi corazón caí fulminada por un síncope en el mismísimo baño de mi casa.
[ アイズ — 大塚愛 ]
En hora y media me recogerá una van que me llevará a una iglesia bautista al otro lado de Tsukuba. Ya llevo un año o más yendo a las reuniones mensuales de esta comunidad, motivada al principio por la desesperación del silencio absoluto. La primera vez me invitó una compañera de clase pese a que ante su sorpresiva pregunta sobre mi vida religiosa yo le había dicho que era católica pero hace muchos años dejé de ir a misa porque no estaba aprendiendo nada. Supongo que lo interpretó como mi deseo de buscar la luz divina de otra manera, o no sé. El caso es que esa primera vez tuve miedo cuando me encontré rodeada de desconocidos en un carro con rumbo a ninguna parte. Temí que me hubiera dejado atrapar por una oscura secta que dispondría de mi cuerpo en algún terreno baldío, aunque si de sacrificios de vírgenes se trataba supongo que deberían haber investigado mejor.
Los bautistas ofrecen buena comida y me tratan bien. La verdad es que les he cogido cariño y solo por eso es que sigo yendo. No obstante, en la congregación no falta el intolerante, que para colmo es norteamericano. El pastor Canter —Kyantaa-sensei, porque a los pastores se les dice sensei también— ya se pilló que a la hora de las lecciones yo no hago ni el intento de entender la biblia en japonés, así que me obliga a leer su biblia electrónica en inglés. Peor aún: me vigila cuando se da cuenta de que no estoy haciendo clic para saltar de versículo en versículo y me dice en inglés con tono desaprobatorio lo que yo ya había entendido perfectamente en japonés ("¡Lucas 8:23!"). Yo lo único que digo es que todo sería mucho más divertido si hubiera un pastor alemán.
No sé por qué me siguen invitando si a principios de este año le dije a la esposa del pastor gringo que la religión es una construcción cultural y que no podemos esperar que todo el mundo crea en algo si ese algo no tiene nada que ver con el contexto de cada pueblo. Esa tarde soleada en la sala de la casa-iglesia, mientras yo saboreaba mi helado, ella me miró con cara de querer exclamar "¡engendro de Satán!" y me dijo que yo debería ir a la iglesia. Acto seguido salió corriendo.
Si se les ocurre advertirme que Dios me va a castigar, les recuerdo que ya lo hizo: la última vez que no recibí a Cristo en mi corazón caí fulminada por un síncope en el mismísimo baño de mi casa.
[ アイズ — 大塚愛 ]

The Mind's True Liberation
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy lunes, septiembre 28, 2009 a las 7:36 a. m..
Se reconocen los beneficios de vivir en completa soledad cuando se ha pasado toda la tarde y toda la noche y toda la mañana alternando dos versiones de una misma canción sin haberse detenido ni un instante a pensar en el bienestar auditivo y mental de alguien más.
[ Aquarius — Hair, Original Broadway Cast / Original Motion Soundrack ]
[ Aquarius — Hair, Original Broadway Cast / Original Motion Soundrack ]

1DK和室7畳
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy miércoles, septiembre 09, 2009 a las 4:08 p. m..
No hace falta más espacio cuando se sabe que nunca habrá nadie a quién hacerle lugar.
Ojalá mi corazón fuera así de pequeño.
[ ニンギョヒメ — 田中理恵 ]
Ojalá mi corazón fuera así de pequeño.
[ ニンギョヒメ — 田中理恵 ]
Etiquetas: diatriba, love or lack thereof, solitude, tsukuba

Pese a que aborrezco la rigidez de la vida social japonesa, he aprendido a apreciar ciertos rituales que la componen. Uno de ellos es la planeación anticipada de encuentros.
Japón es un país pionero en tecnología, pero existe cierto apego inexplicable hacia lo análogo. Los gráficos computarizados son impecables, pero los programas de televisión usan modelos de cartulina e icopor para ilustrar la información que presentan. Así pues, pese a que todos los teléfonos celulares traen calendario y alarmas, la agenda de papel es una posesión imprescindible.
Hacia el final de cada encuentro, las partes que hasta entonces venían llenando vaso tras vaso de té se inclinan hacia un lado y esculcan el fondo de sus carteras. Entonces se concentran en sus respectivas libretas y llevan a cabo un ping-pong de disponibilidad.
—¿Qué tal la próxima semana?
—La próxima semana me queda un poco difícil. ¿La siguiente está bien?
—¿Qué día?
—¿El lunes?
—Hm, el lunes estoy ocupada. ¿El miércoles?
—¿Miércoles por la noche?
—Sí.
—Sí, tengo tiempo.
—¿No hay problema?
—No.
—¿Segura?
—Segura.
Entonces la visita se da por terminada y las partes no establecen comunicación alguna sino hasta la siguiente cita, a no ser que hayan quedado de discutir algún otro detalle por mensajes de texto. La excepción son las buenas amistades, que según me dicen, se envían mensajes en una continua y lenta conversación. Creo que Alicia intentó eso conmigo cuando estudiábamos alemán juntas, pero en ese entonces yo no entendía las curiosas dinámicas de la amistad japonesa y di por terminadas muchas charlas escritas. Finalmente dejé de estudiar alemán y se acabaron las excusas para decirnos algo que no fuera "hola".
Algunas personas me dicen que no es tan difícil hacerse amigo de los japoneses, que en estadías cortas se han hecho a un corrillo de curiosos sonrientes con los que han compartido ratos agradables. Sin embargo, vale la pena anotar que la actitud de la mayoría cambia en cuanto se enteran que uno no vino acá de intercambio sino para quedarse un buen rato (por "un buen rato" me refiero a más de un año). Entonces, tarde o temprano, la novedad se acaba y la sonrisa de bienvenida se desgasta. Habiéndose agotado el repertorio de preguntas estándar para extranjeros, la relación se erosiona y muere.
En parte no los culpo: en una sociedad donde el respeto excesivo de los límites personales ha erigido auténticas fortalezas alrededor de cada uno, establecer un vínculo amistoso es toda una proeza, aún entre ellos. La espontaneidad no existe, quedando en su reemplazo una estela de excusas tras cada reunión. No obstante, sigue irritándome que por tener uno las piernas más largas y los ojos más redondos merezca uno un trato completamente distinto. A más de uno le he escuchado eso de "no saber cómo hablarles a los extranjeros" como excusa para excluirlo a uno de toda interacción posible. Como si todos fuéramos a reaccionar igual, con nuestros tentáculos asesinos que no perdonan las intrusiones incorrectas. Nos imitan con su pelo ondulado a la fuerza y los ojos redondos de sus personajes, pero el día que se topan con nosotros frente a frente hacen corto circuito. Empero, pese a todo, no me rindo.
Probablemente el aprecio que le tengo a este ritual pese a que destila acartonamiento se debe simplemente a que presenciar la apertura de aquel librillo significa que quien tengo al frente pretende volver a verme. Armada de una cuchara y mis uñas abro agujeros en las paredes. Al otro lado una persona me sonríe, y es uno de esos rarísimos casos en los que puedo estar segura de que la sonrisa es sincera.
[ Listen — Collective Soul ]
Japón es un país pionero en tecnología, pero existe cierto apego inexplicable hacia lo análogo. Los gráficos computarizados son impecables, pero los programas de televisión usan modelos de cartulina e icopor para ilustrar la información que presentan. Así pues, pese a que todos los teléfonos celulares traen calendario y alarmas, la agenda de papel es una posesión imprescindible.
Hacia el final de cada encuentro, las partes que hasta entonces venían llenando vaso tras vaso de té se inclinan hacia un lado y esculcan el fondo de sus carteras. Entonces se concentran en sus respectivas libretas y llevan a cabo un ping-pong de disponibilidad.
—¿Qué tal la próxima semana?
—La próxima semana me queda un poco difícil. ¿La siguiente está bien?
—¿Qué día?
—¿El lunes?
—Hm, el lunes estoy ocupada. ¿El miércoles?
—¿Miércoles por la noche?
—Sí.
—Sí, tengo tiempo.
—¿No hay problema?
—No.
—¿Segura?
—Segura.
Entonces la visita se da por terminada y las partes no establecen comunicación alguna sino hasta la siguiente cita, a no ser que hayan quedado de discutir algún otro detalle por mensajes de texto. La excepción son las buenas amistades, que según me dicen, se envían mensajes en una continua y lenta conversación. Creo que Alicia intentó eso conmigo cuando estudiábamos alemán juntas, pero en ese entonces yo no entendía las curiosas dinámicas de la amistad japonesa y di por terminadas muchas charlas escritas. Finalmente dejé de estudiar alemán y se acabaron las excusas para decirnos algo que no fuera "hola".
Algunas personas me dicen que no es tan difícil hacerse amigo de los japoneses, que en estadías cortas se han hecho a un corrillo de curiosos sonrientes con los que han compartido ratos agradables. Sin embargo, vale la pena anotar que la actitud de la mayoría cambia en cuanto se enteran que uno no vino acá de intercambio sino para quedarse un buen rato (por "un buen rato" me refiero a más de un año). Entonces, tarde o temprano, la novedad se acaba y la sonrisa de bienvenida se desgasta. Habiéndose agotado el repertorio de preguntas estándar para extranjeros, la relación se erosiona y muere.
En parte no los culpo: en una sociedad donde el respeto excesivo de los límites personales ha erigido auténticas fortalezas alrededor de cada uno, establecer un vínculo amistoso es toda una proeza, aún entre ellos. La espontaneidad no existe, quedando en su reemplazo una estela de excusas tras cada reunión. No obstante, sigue irritándome que por tener uno las piernas más largas y los ojos más redondos merezca uno un trato completamente distinto. A más de uno le he escuchado eso de "no saber cómo hablarles a los extranjeros" como excusa para excluirlo a uno de toda interacción posible. Como si todos fuéramos a reaccionar igual, con nuestros tentáculos asesinos que no perdonan las intrusiones incorrectas. Nos imitan con su pelo ondulado a la fuerza y los ojos redondos de sus personajes, pero el día que se topan con nosotros frente a frente hacen corto circuito. Empero, pese a todo, no me rindo.
Probablemente el aprecio que le tengo a este ritual pese a que destila acartonamiento se debe simplemente a que presenciar la apertura de aquel librillo significa que quien tengo al frente pretende volver a verme. Armada de una cuchara y mis uñas abro agujeros en las paredes. Al otro lado una persona me sonríe, y es uno de esos rarísimos casos en los que puedo estar segura de que la sonrisa es sincera.
[ Listen — Collective Soul ]
Etiquetas: alicia, chasco, hazuki, japón, sakaguchi, solitude, yurika



Calling Mothership
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy martes, noviembre 25, 2008 a las 6:18 p. m..
A veces sucede que transcurren días enteros sin intercambiar palabra con ser humano alguno. No es que uno así lo decida, simplemente ocurre. Uno permanece en el apartamento viendo cambiar el color del cielo y pasa del futón al computador, del computador al baño, del baño al armario, del armario a la cocina y de ahí de vuelta al computador. El teléfono tampoco se hace oír y queda olvidado entre los pliegues de alguna cobija.
En esos días a uno se le olvida que tiene voz, llegando incluso a sorprenderse con el sonido quedo de un "¡au!" tras un golpe. ¿Qué harán las otras personas mientras uno deja pasar así las nubes y la vida? El eco de la pregunta ni siquiera retumba durante mucho tiempo; las otras personas simplemente no existen. El apartamento es una especie de estación espacial de un solo tripulante que funciona a las mil maravillas siempre y cuando haya comida en la alacena. Ante el descubrimiento de la nevera vacía (o llena de accesorios que de por sí no constituyen una merienda) no queda otro recurso que emprender una expedición al combini.
Salir a la calle no remedia la situación: las aceras se encuentran completamente desiertas y el camino al combini no revela mayor cosa—a lo sumo un auto, tres bicicletas raudas y un montón de hojas secas. La cajera pronuncia un par de fórmulas de cortesía que no se pueden considerar elementos de una conversación y a cambio uno a lo sumo masculla un gutural "gracias" que se perderá entre la abominable música que impera en el recinto. Al regreso, nada habrá cambiado.
El único indicio de un intercambio de ideas durante la temporada de aislamiento se da en Internet. Un leve zumbido basta para que uno abandone cualquier actividad y salte al escritorio como felino a su presa, como si uno hubiera estado monitoreando el radiotelescopio que hay a la salida del barrio y esta fuera importante evidencia de la existencia de vida fuera de Tsukuba. Desde el otro lado del planeta—o del sistema solar, da lo mismo—alguien anda desvelado y al no hallar otro interlocutor disponible recurre al único nombre que titila en la lista de conectados. Cómo estás, qué has hecho: la estación especial flota en medio de los arrozales y las respuestas—bien, nada, aquí, y tú—cruzan raudas los océanos. Desde allá mandan a decir que acá uno lo tiene todo porque este país es este país y no el que figura en el pasaporte y que no creen en la tal soledad de la que uno tanto se queja. De este lado un grillo salta sobre un escalón del pasillo, produciendo un ruido sordo sobre el concreto, como si estuviera hecho de papel plegado.
Tarde o temprano la conversación muere (falsa alarma: en el vacío no hay más que ausencia) y una vez más uno se encuentra observando con excesiva atención la leve formación de hongos en el cielorraso sobre el aire acondicionado. Pronto será hora de comer. Luego el sol se pondrá y será mejor dormir, dada la inutilidad de la penumbra. Nada que hacer. Hay días así.
[ Destination Vertical — Masha Qrella ]
En esos días a uno se le olvida que tiene voz, llegando incluso a sorprenderse con el sonido quedo de un "¡au!" tras un golpe. ¿Qué harán las otras personas mientras uno deja pasar así las nubes y la vida? El eco de la pregunta ni siquiera retumba durante mucho tiempo; las otras personas simplemente no existen. El apartamento es una especie de estación espacial de un solo tripulante que funciona a las mil maravillas siempre y cuando haya comida en la alacena. Ante el descubrimiento de la nevera vacía (o llena de accesorios que de por sí no constituyen una merienda) no queda otro recurso que emprender una expedición al combini.
Salir a la calle no remedia la situación: las aceras se encuentran completamente desiertas y el camino al combini no revela mayor cosa—a lo sumo un auto, tres bicicletas raudas y un montón de hojas secas. La cajera pronuncia un par de fórmulas de cortesía que no se pueden considerar elementos de una conversación y a cambio uno a lo sumo masculla un gutural "gracias" que se perderá entre la abominable música que impera en el recinto. Al regreso, nada habrá cambiado.
El único indicio de un intercambio de ideas durante la temporada de aislamiento se da en Internet. Un leve zumbido basta para que uno abandone cualquier actividad y salte al escritorio como felino a su presa, como si uno hubiera estado monitoreando el radiotelescopio que hay a la salida del barrio y esta fuera importante evidencia de la existencia de vida fuera de Tsukuba. Desde el otro lado del planeta—o del sistema solar, da lo mismo—alguien anda desvelado y al no hallar otro interlocutor disponible recurre al único nombre que titila en la lista de conectados. Cómo estás, qué has hecho: la estación especial flota en medio de los arrozales y las respuestas—bien, nada, aquí, y tú—cruzan raudas los océanos. Desde allá mandan a decir que acá uno lo tiene todo porque este país es este país y no el que figura en el pasaporte y que no creen en la tal soledad de la que uno tanto se queja. De este lado un grillo salta sobre un escalón del pasillo, produciendo un ruido sordo sobre el concreto, como si estuviera hecho de papel plegado.
Tarde o temprano la conversación muere (falsa alarma: en el vacío no hay más que ausencia) y una vez más uno se encuentra observando con excesiva atención la leve formación de hongos en el cielorraso sobre el aire acondicionado. Pronto será hora de comer. Luego el sol se pondrá y será mejor dormir, dada la inutilidad de la penumbra. Nada que hacer. Hay días así.
[ Destination Vertical — Masha Qrella ]

Inner Trip
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy viernes, enero 25, 2008 a las 11:01 p. m..Siempre me dicen lo mismo. No es sino que oigan (o lean) mis quejas sobre lo difícil, si no imposible, que es hacer amigos japoneses para que arremetan con el maternal consejo: "¿Pero por qué no les hablas tú?" Y no es para menos, si a los ojos de quienes han crecido en un país donde la amistad es tan sólo la consecuencia natural de haberse conocido mi discurso no puede ser sino un síntoma de paranoico derrotismo. Es que es absolutamente inaudito que alguien vea una acción tan simple como acercarse a alguien y decirle "hola" como una proeza que requiere minuciosa planeación y puede acarrear consecuencias negativas para las partes involucradas. Yo debo estar inventándome todo esto como excusa para esconder mis propias inseguridades.
Azuma, mi compañera de batalla en esta guerra contra lo incomprensible, me ha enviado un link que considero de gran utilidad para demostrar que el problema no me lo he inventado yo. Si hacen clic y ven el video encontrarán la triste historia de un fotógrafo italiano que recorre el mundo conviviendo con los grupos humanos que encuentra hasta ser considerado parte de ellos para entonces empezar a disparar su cámara. Pues bien, cuál sería la sorpresa del artista durante su último viaje al estrellarse contra la pared invisible que hay delante de cada nativo de este archipiélago. Su descripción de la experiencia con los japoneses se parece mucho a lo que dije el año pasado en vacaciones de verano cuando me llevaron de tour por las universidades de Bogotá donde Asai Sensei dicta clases.
Claro que, pensándolo bien, tampoco es que yo sea muy adepta del método colombiano de socialización como para responder al "¿por qué no les hablas tú?" con un "¡pero si ya lo intenté!". A decir verdad, si hay algo que yo tengo en común con los japoneses (aunque en menor magnitud) es el pereque que pongo para relacionarme con otros seres humanos. No sólo el concepto de "ser entrador" no venía en mi paquete de instalación, sino que además suelo desilusionarme fácilmente de los recién conocidos. Sin embargo, esta falla ha terminado por obrar a mi favor, pues la cautela me ha permitido hacer un par de amigas japonesas en el transcurso de este primer año de universidad. Como si fuera poco, ahora un hombre me habla. Presiento cabezas que se menearán y lamentarán mi actitud negativa que no me habrá de llevar a ningún Pereira, así que procederé a explicar este punto un poco más en detalle.
En un salón de clases los alumnos son libres de sentarse donde quieran. Sin embargo, existe una barrera invisible e infranqueable entre hombres y mujeres. Hace tiempo fui testigo de una fiera competencia de じゃんけん ("janken": piedra, papel y tijeras) cuya perdedora habría de llamar a un compañero que se encontraba al otro lado del salón para pedirle que diera comienzo a una reunión de curso. La sola exclamación "¡Nakamura-kun!" le tomó un esfuerzo considerable. Por otro lado, durante los primeros meses de mi clase de conversación en alemán, la práctica podía darse por perdida si mi pareja de trabajo llegaba a ser hombre. La cabeza que parecía desear ser de pájaro para esconderse bajo un ala y la voz inaudible me dejaron en la más absoluta impotencia más de una vez. ¿Más ejemplos? La clase de inglés, en la que a Adeline (mi compañera de Brunei) y a mí nos pusieron a hablar con un grupo de hombres y nos encontramos con cuatro mudos muros de contención. Si hacer una amiga es de por sí un logro, conseguir que un hombre le dirija a uno la palabra es una hazaña que merece ser grabada en piedra y alabada por los poetas.
Sentados estos precedentes, no me pregunten por qué este señor decidió hablarme una tarde después de clase de danza cuando estaba dispuesta a pasarlo derecho sin saludar, como es costumbre aún entre compañeros de clase. No me pregunten por qué encontró en la guitarra un pretexto para invitarme a su cuarto, por qué me sirvió café, por qué me enseñó a tocar El humahuaqueño y mucho menos por qué me prestó un libro pese a ser una completa desconocida que se sienta en un puesto diagonal al suyo cada jueves. Tampoco tengo explicación alguna para que tras este encuentro transcurrieran semanas enteras de ignorarnos mutuamente. Supongo que las cosas simplemente ocurren así en este país. A Alicia tampoco la saludo todo el tiempo, pese a que le hablo hasta de mis asuntos personales.
Esta tarde Keisuke (quien me pidió que no lo llamara más por el apellido sujeto al sufijo -kun, como se hace cortesmente) me volvió a saludar. Hablamos de su libro que aún no he leído, de mi viaje a China, de las pocas oportunidades que tenemos de encontrarnos. Finalmente me dio su número de teléfono y dirección de e-mail, agregando que se hallaría a la espera de mi mensaje.
Ariza Sensei decía que quien viene a Japón un mes escribe un artículo, quien se queda un año escribe un libro, y el que se queda cinco años no escribe nada. Yo llevo aquí más de un año pero estoy lejos de completar los cinco, y ya siento cómo se me van secando las palabras y las descripciones. Cada vez que doy algo por cierto hay un giro violento que derriba mis teorías y me deja tendida sobre el suelo del desconcierto. Tal vez por eso en este blog no se encuentran muchas descripciones del país y sus costumbres, como sería de esperarse en la página de una expatriada. Al fin y al cabo, éste siempre ha sido un viaje interno.
Azuma, mi compañera de batalla en esta guerra contra lo incomprensible, me ha enviado un link que considero de gran utilidad para demostrar que el problema no me lo he inventado yo. Si hacen clic y ven el video encontrarán la triste historia de un fotógrafo italiano que recorre el mundo conviviendo con los grupos humanos que encuentra hasta ser considerado parte de ellos para entonces empezar a disparar su cámara. Pues bien, cuál sería la sorpresa del artista durante su último viaje al estrellarse contra la pared invisible que hay delante de cada nativo de este archipiélago. Su descripción de la experiencia con los japoneses se parece mucho a lo que dije el año pasado en vacaciones de verano cuando me llevaron de tour por las universidades de Bogotá donde Asai Sensei dicta clases.
Claro que, pensándolo bien, tampoco es que yo sea muy adepta del método colombiano de socialización como para responder al "¿por qué no les hablas tú?" con un "¡pero si ya lo intenté!". A decir verdad, si hay algo que yo tengo en común con los japoneses (aunque en menor magnitud) es el pereque que pongo para relacionarme con otros seres humanos. No sólo el concepto de "ser entrador" no venía en mi paquete de instalación, sino que además suelo desilusionarme fácilmente de los recién conocidos. Sin embargo, esta falla ha terminado por obrar a mi favor, pues la cautela me ha permitido hacer un par de amigas japonesas en el transcurso de este primer año de universidad. Como si fuera poco, ahora un hombre me habla. Presiento cabezas que se menearán y lamentarán mi actitud negativa que no me habrá de llevar a ningún Pereira, así que procederé a explicar este punto un poco más en detalle.
En un salón de clases los alumnos son libres de sentarse donde quieran. Sin embargo, existe una barrera invisible e infranqueable entre hombres y mujeres. Hace tiempo fui testigo de una fiera competencia de じゃんけん ("janken": piedra, papel y tijeras) cuya perdedora habría de llamar a un compañero que se encontraba al otro lado del salón para pedirle que diera comienzo a una reunión de curso. La sola exclamación "¡Nakamura-kun!" le tomó un esfuerzo considerable. Por otro lado, durante los primeros meses de mi clase de conversación en alemán, la práctica podía darse por perdida si mi pareja de trabajo llegaba a ser hombre. La cabeza que parecía desear ser de pájaro para esconderse bajo un ala y la voz inaudible me dejaron en la más absoluta impotencia más de una vez. ¿Más ejemplos? La clase de inglés, en la que a Adeline (mi compañera de Brunei) y a mí nos pusieron a hablar con un grupo de hombres y nos encontramos con cuatro mudos muros de contención. Si hacer una amiga es de por sí un logro, conseguir que un hombre le dirija a uno la palabra es una hazaña que merece ser grabada en piedra y alabada por los poetas.
Sentados estos precedentes, no me pregunten por qué este señor decidió hablarme una tarde después de clase de danza cuando estaba dispuesta a pasarlo derecho sin saludar, como es costumbre aún entre compañeros de clase. No me pregunten por qué encontró en la guitarra un pretexto para invitarme a su cuarto, por qué me sirvió café, por qué me enseñó a tocar El humahuaqueño y mucho menos por qué me prestó un libro pese a ser una completa desconocida que se sienta en un puesto diagonal al suyo cada jueves. Tampoco tengo explicación alguna para que tras este encuentro transcurrieran semanas enteras de ignorarnos mutuamente. Supongo que las cosas simplemente ocurren así en este país. A Alicia tampoco la saludo todo el tiempo, pese a que le hablo hasta de mis asuntos personales.
Esta tarde Keisuke (quien me pidió que no lo llamara más por el apellido sujeto al sufijo -kun, como se hace cortesmente) me volvió a saludar. Hablamos de su libro que aún no he leído, de mi viaje a China, de las pocas oportunidades que tenemos de encontrarnos. Finalmente me dio su número de teléfono y dirección de e-mail, agregando que se hallaría a la espera de mi mensaje.
Ariza Sensei decía que quien viene a Japón un mes escribe un artículo, quien se queda un año escribe un libro, y el que se queda cinco años no escribe nada. Yo llevo aquí más de un año pero estoy lejos de completar los cinco, y ya siento cómo se me van secando las palabras y las descripciones. Cada vez que doy algo por cierto hay un giro violento que derriba mis teorías y me deja tendida sobre el suelo del desconcierto. Tal vez por eso en este blog no se encuentran muchas descripciones del país y sus costumbres, como sería de esperarse en la página de una expatriada. Al fin y al cabo, éste siempre ha sido un viaje interno.
[ 両方 For You — ウルフルズ ]
