Fenestra
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy martes, septiembre 29, 2009 a las 5:32 p. m.."(...) and no sun is strong enough to illuminate the spreading black ink of perpetual quietude."
[ 月世界 — BUCK-TICK ]
Etiquetas: fotografía
The Mind's True Liberation
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy lunes, septiembre 28, 2009 a las 7:36 a. m..
Se reconocen los beneficios de vivir en completa soledad cuando se ha pasado toda la tarde y toda la noche y toda la mañana alternando dos versiones de una misma canción sin haberse detenido ni un instante a pensar en el bienestar auditivo y mental de alguien más.
[ Aquarius — Hair, Original Broadway Cast / Original Motion Soundrack ]
[ Aquarius — Hair, Original Broadway Cast / Original Motion Soundrack ]
Koristamine
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy jueves, septiembre 24, 2009 a las 9:43 p. m..
El disco duro de mi computador se ha llenado por completo. A falta de dinero para un nuevo computador y de voluntad para una nueva unidad externa, he tenido que recurrir a la eliminación sistemática de archivos innecesarios. Como no he tenido el valor de hacer un arrasamiento a lo castigo de Yavé, la medida debe ser tan efectiva como limitarse a pasar la esquina retorcida de un trapo por entre las rendijas de los baldosines del baño. No sé dónde viven los archivos realmente prescindibles, pero yo tiendo a echarle la culpa a la música, que crece como los fríjoles de rosa veteado que mi mamá dejaba toda la noche remojando en un recipiente verde limón.
Antes de borrar una canción me dirijo a su respectivo contador de reproducción en iTunes y, si el número es de un solo dígito, la escucho a ver si es que he venido ignorando una joya o si definitivamente me da lo mismo que suene o no. Una opción rápida para la condena de archivos es notar su existencia y lo mucho que me aburren cuando el aparato está en modo aleatorio. Ahí no hay que pensarlo dos veces. Uno deja a un lado el libro que venía leyendo, salta al escritorio y hunde delete.
Últimamente han desaparecido temas que, si bien no me gustaban, me parecían chistosos. Me pregunto de dónde habrá salido ese afán de mantener música risible si escasamente la escuchaba. Todo está desperdigado como balines de un viejo disparo: ritmos caribeños inclasificables, música instrumental de propiedades somníferas, bandas sonoras malas de series buenas. De repente todo es claro: esas canciones estaban ahí única y exclusivamente para fastidiar a Himura.
Ya no recuerdo qué era lo que tanto le molestaba fuera de los Village People, que en todo caso eran contribución suya. Creo que cuando me confesó que le gustaban estábamos en su cuarto sin ventanas, y yo no podía creer que alguien pudiera disfrutar ese grupo más allá de las fiestas donde la sigla YMCA explota de todos los brazos. Lamento haber arruinado ese pequeño amor con mi imitación de baile de stripper gay y mi voz de transexual pero qué más da, si para ese entonces ya todo le fastidiaba.
Ahora no queda mucho de esa era en mi computador, pero de cuando en cuando emerge de las profundidades una canción olvidada, un chiste interno en una burbuja de la que no queda ni el jabón salpicado en las paredes y las narices. Es como hacer limpieza en la casa y toparse con restos de una fiesta celebrada hace mucho tiempo. Ahí, detrás del sofá, se encuentran unas serpentinas sucias y dobladas en todo tipo de ángulos como réplicas baratas de esculturas de Édgar Negret que alguna vez volaron en eufóricas espirales.
[ A contratiempo — Ana Torroja ]
Antes de borrar una canción me dirijo a su respectivo contador de reproducción en iTunes y, si el número es de un solo dígito, la escucho a ver si es que he venido ignorando una joya o si definitivamente me da lo mismo que suene o no. Una opción rápida para la condena de archivos es notar su existencia y lo mucho que me aburren cuando el aparato está en modo aleatorio. Ahí no hay que pensarlo dos veces. Uno deja a un lado el libro que venía leyendo, salta al escritorio y hunde delete.
Últimamente han desaparecido temas que, si bien no me gustaban, me parecían chistosos. Me pregunto de dónde habrá salido ese afán de mantener música risible si escasamente la escuchaba. Todo está desperdigado como balines de un viejo disparo: ritmos caribeños inclasificables, música instrumental de propiedades somníferas, bandas sonoras malas de series buenas. De repente todo es claro: esas canciones estaban ahí única y exclusivamente para fastidiar a Himura.
Ya no recuerdo qué era lo que tanto le molestaba fuera de los Village People, que en todo caso eran contribución suya. Creo que cuando me confesó que le gustaban estábamos en su cuarto sin ventanas, y yo no podía creer que alguien pudiera disfrutar ese grupo más allá de las fiestas donde la sigla YMCA explota de todos los brazos. Lamento haber arruinado ese pequeño amor con mi imitación de baile de stripper gay y mi voz de transexual pero qué más da, si para ese entonces ya todo le fastidiaba.
Ahora no queda mucho de esa era en mi computador, pero de cuando en cuando emerge de las profundidades una canción olvidada, un chiste interno en una burbuja de la que no queda ni el jabón salpicado en las paredes y las narices. Es como hacer limpieza en la casa y toparse con restos de una fiesta celebrada hace mucho tiempo. Ahí, detrás del sofá, se encuentran unas serpentinas sucias y dobladas en todo tipo de ángulos como réplicas baratas de esculturas de Édgar Negret que alguna vez volaron en eufóricas espirales.
[ A contratiempo — Ana Torroja ]
Etiquetas: himura, love or lack thereof, música
Universidad de Tsukuba, salón 2B207, 9:15am.
La hoja que nos entregó la niña que está haciendo la presentación tiene como título "Edger Allan Poe and Horrid Laws of Political Economy" (sic). Edger. En un curso anual sobre Edgar Allan Poe. Habiendo tenido más de una semana para obturar las pupilas frente a una fotocopia que dice en letras grandes y negras "Edgar Allan Poe and the Horrid Laws of Political Economy". ¿Esta gente realmente lee o su cerebro corre Google Translate?
No tiene absolutamente ningún sentido venir a un salón a dejar vibrar los huesecillos del oído mientras alguien dedica toda la clase a presentar un resumen traducido de tres párrafos de la lectura que nos han repartido. Me gustaría estar aprendiendo algo aquí, pero creo que desde 2006 ha ocurrido de todo menos eso. Claro que en las aulas japonesas me he afianzado en el dibujo, si hemos de verle el lado positivo al asunto.
Me es imposible poner atención si no hay nada a lo cual poner atención. Poner atención al silencio, a las fastidiosas voces nasales que parecen estar diciendo algo pero en realidad solo farfullan fonemas vacíos. A mi lado alguien duerme.
QUÉ HAGO AQUÍ.
QUÉ HAGO AQUÍ.
QUÉ HAGO AQUÍ.
En momentos como este es fácil llegar a desear la muerte solo porque ello aseguraría que uno nunca más tendría que tumbarse sobre un retorcijón de metal y madera pelada a practicar la meditación forzada durante 1.25 horas.
Esto no es sino una sala de espera en la que no dejan leer revistas. Paciencia kafkiana.
[ A Bar in Amsterdam — Katzenjammer ]
La hoja que nos entregó la niña que está haciendo la presentación tiene como título "Edger Allan Poe and Horrid Laws of Political Economy" (sic). Edger. En un curso anual sobre Edgar Allan Poe. Habiendo tenido más de una semana para obturar las pupilas frente a una fotocopia que dice en letras grandes y negras "Edgar Allan Poe and the Horrid Laws of Political Economy". ¿Esta gente realmente lee o su cerebro corre Google Translate?
No tiene absolutamente ningún sentido venir a un salón a dejar vibrar los huesecillos del oído mientras alguien dedica toda la clase a presentar un resumen traducido de tres párrafos de la lectura que nos han repartido. Me gustaría estar aprendiendo algo aquí, pero creo que desde 2006 ha ocurrido de todo menos eso. Claro que en las aulas japonesas me he afianzado en el dibujo, si hemos de verle el lado positivo al asunto.
Me es imposible poner atención si no hay nada a lo cual poner atención. Poner atención al silencio, a las fastidiosas voces nasales que parecen estar diciendo algo pero en realidad solo farfullan fonemas vacíos. A mi lado alguien duerme.
QUÉ HAGO AQUÍ.
QUÉ HAGO AQUÍ.
QUÉ HAGO AQUÍ.
En momentos como este es fácil llegar a desear la muerte solo porque ello aseguraría que uno nunca más tendría que tumbarse sobre un retorcijón de metal y madera pelada a practicar la meditación forzada durante 1.25 horas.
Esto no es sino una sala de espera en la que no dejan leer revistas. Paciencia kafkiana.
[ A Bar in Amsterdam — Katzenjammer ]
Hoy vi el anochecer en Alemania. Nunca he estado en Alemania y lo más probable es que pase mucho tiempo antes de que ponga pie en cualquier esquina de Europa, pero lo vi. El azul celeste se tornó azul cobalto se tornó negro.
Mientras observaba, mi cuerpo adquirió un aura índigo que rápidamente se fue tiñendo de ámbar. Podría haberme quedado quieta un rato y jugar a ser un mosquito de hace millones de años que observa las noches anacrónicas desde su coraza de resina.
Había pasado la noche en vela, o el día en vigilia. Suceden ambos al tiempo. A veces tengo la sensación de estar en todas partes.
[ Indigo — Moloko ]
Mientras observaba, mi cuerpo adquirió un aura índigo que rápidamente se fue tiñendo de ámbar. Podría haberme quedado quieta un rato y jugar a ser un mosquito de hace millones de años que observa las noches anacrónicas desde su coraza de resina.
Había pasado la noche en vela, o el día en vigilia. Suceden ambos al tiempo. A veces tengo la sensación de estar en todas partes.
[ Indigo — Moloko ]
Etiquetas: alemania, kunstmacher, maquinaciones nocturnas
The Food of Love
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy martes, septiembre 15, 2009 a las 9:45 a. m..
Aunque no lo crean, se puede ver música en cualquier parte. No videos musicales, no; música.
Arhuaco ve música en los números de una conjetura sin resolver.
Este señor ve música en los pájaros que se posan en los cables de la electricidad.
No siempre nos damos cuenta pero todo, todo es susceptible de llevarnos a una melodía. Todo nos arrastra hacia aquellos instantes en los que el aire danza como las briznas de susuki hasta tocar nuestros tímpanos y agarrarnos el corazón como una mano incrustada en nuestro pecho. Lo mejor es que, inconformes con la brevedad de aquel dolor, lo repetimos una y otra vez.
La música está en todas partes, pero solo por si acaso, yo siempre la llevo en mi cabeza.
[ 幻想の花 — BUCK-TICK ]
Arhuaco ve música en los números de una conjetura sin resolver.
Este señor ve música en los pájaros que se posan en los cables de la electricidad.
No siempre nos damos cuenta pero todo, todo es susceptible de llevarnos a una melodía. Todo nos arrastra hacia aquellos instantes en los que el aire danza como las briznas de susuki hasta tocar nuestros tímpanos y agarrarnos el corazón como una mano incrustada en nuestro pecho. Lo mejor es que, inconformes con la brevedad de aquel dolor, lo repetimos una y otra vez.
La música está en todas partes, pero solo por si acaso, yo siempre la llevo en mi cabeza.
[ 幻想の花 — BUCK-TICK ]
The Hardest Thing About Flying Is Takeoff
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy domingo, septiembre 13, 2009 a las 3:15 p. m..
La primera noche duermen abrazados. Después el fastidio del calor corporal puede más que lo que sea que une a dos personas que comparten la cama voluntariamente. Esto se aprecia particularmente después de la media noche, cuando uno de los dos no puede conciliar el sueño por una u otra razón y el otro está completamente ido. El insomne reclama atención pero es inútil: a su lado ya no yace un ser humano sino una roca blanda. A eso sumémosle el agravante del robo de cobijas, que a veces no es tan terrible pues el ladrón suele tener la gentileza de dejarle a la víctima una mísera sábana. Y vaya usted a saber cómo hacérselo saber al culpable sin dejarle el corazón retumbándole en los oídos. Son delicados, los durmientes.
No obstante, hacia las cinco de la mañana las partes involucradas recobran parcialmente la conciencia y el fastidio del calor corporal vuelve a perder importancia frente a lo que sea que une a dos personas que comparten la cama voluntariamente. Pronto abrirán los ojos y sonreirán al descubrirse tan cerca. Esa parte es bonita.
[ She's Got a Way — Billy Joel ]
No obstante, hacia las cinco de la mañana las partes involucradas recobran parcialmente la conciencia y el fastidio del calor corporal vuelve a perder importancia frente a lo que sea que une a dos personas que comparten la cama voluntariamente. Pronto abrirán los ojos y sonreirán al descubrirse tan cerca. Esa parte es bonita.
[ She's Got a Way — Billy Joel ]
Etiquetas: observaciones, reminiscencias
La última vez que soñé con mi propia muerte fue en 2007. Me iban a ejecutar. Por esa época la idea de morirme de verdad no me era del todo esquiva (gracias, Ichinoya, dormitorio del demonio), pero la vívida certeza del fin derritió de golpe el hielo que se venía cristalizando dentro de mi corazón y que amenazaba con darme la suficiente sangre fría para asestarme una estocada mortal tarde o temprano. Se puede decir entonces que el sueño me salvó la vida, en cierto modo.
Existen tres o cuatro instancias anteriores a esta en las que soñé que moriría, siendo la más emocionante una en la que yo era una insurgente que luchaba contra un gobierno opresivo en un país que bien podría ser Grecia. Después de una persecución espectacular por callejones y trastiendas me aprehendían y llevaban en helicóptero a una isla-cárcel en medio de un lago. Al aterrizar yo salía corriendo, abriéndome paso desesperadamente entre un pastizal, pero una guardia me disparaba en la base de la espalda. Boca abajo la sentía aproximarse mientras el calor de la bala se extendía por mi carne. Cuando se disponía a darme el tiro de gracia en la nuca, desperté.
También soñé una vez que una babosa gigante me aprisionaba en el suelo y poco a poco aplastaba mis costillas, asfixiándome. Es angustiante saber que se perecerá a manos de una viscosa mole viviente y no hay nada que se pueda hacer al respecto. Esa vez el despertar fue paulatino: entender que no se está boca abajo sino boca arriba, no bajo un monstruo sino sobre una cama, que queda al menos otro día para andar por ahí.
No he vuelto a soñar que voy a morir, pero los sueños siguen gobernando mi vida. Así ha sido siempre: el universo de mis quimeras tiene directa influencia sobre los senderos de mi vigilia. Es por eso que he decidido consignar estas maquinaciones nocturnas a ver qué se traen entre manos. Vaya anotando, señor Jung.
[ Como cada noche — Camilo Sesto ]
Existen tres o cuatro instancias anteriores a esta en las que soñé que moriría, siendo la más emocionante una en la que yo era una insurgente que luchaba contra un gobierno opresivo en un país que bien podría ser Grecia. Después de una persecución espectacular por callejones y trastiendas me aprehendían y llevaban en helicóptero a una isla-cárcel en medio de un lago. Al aterrizar yo salía corriendo, abriéndome paso desesperadamente entre un pastizal, pero una guardia me disparaba en la base de la espalda. Boca abajo la sentía aproximarse mientras el calor de la bala se extendía por mi carne. Cuando se disponía a darme el tiro de gracia en la nuca, desperté.
También soñé una vez que una babosa gigante me aprisionaba en el suelo y poco a poco aplastaba mis costillas, asfixiándome. Es angustiante saber que se perecerá a manos de una viscosa mole viviente y no hay nada que se pueda hacer al respecto. Esa vez el despertar fue paulatino: entender que no se está boca abajo sino boca arriba, no bajo un monstruo sino sobre una cama, que queda al menos otro día para andar por ahí.
No he vuelto a soñar que voy a morir, pero los sueños siguen gobernando mi vida. Así ha sido siempre: el universo de mis quimeras tiene directa influencia sobre los senderos de mi vigilia. Es por eso que he decidido consignar estas maquinaciones nocturnas a ver qué se traen entre manos. Vaya anotando, señor Jung.
[ Como cada noche — Camilo Sesto ]
Etiquetas: maquinaciones nocturnas
暗闇、モン・アムール
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy jueves, septiembre 10, 2009 a las 10:09 p. m..
Volver a casa entre gris y negro, una mano en el manubrio y la otra ocupada en una paleta de mikan. La falda al vuelo ondeando en la brisa de otoño.
Cruzar un bosque—el mismo que ayer por sus bordes dejara entrever a un estudiante colgando su ropa en el balcón, uno solo como tantos solos en sus cajitas. Nadie existe ahora; todos se han convertido en parches de luz ahogada sobre las fachadas indistinguibles.
Seguir el cauce de estos tétricos ríos de sumi desprovistos de piedras bajo la luna que se diluye en el silencio como una pastilla efervescente. Alguna vez sentí terror en medio de este paisaje de Calisto. Hoy, sin embargo, este produce en mí una inexplicable sensación de completud, la más pura de las dichas.
[ Heart Condition — Let's Go Sailing ]
Cruzar un bosque—el mismo que ayer por sus bordes dejara entrever a un estudiante colgando su ropa en el balcón, uno solo como tantos solos en sus cajitas. Nadie existe ahora; todos se han convertido en parches de luz ahogada sobre las fachadas indistinguibles.
Seguir el cauce de estos tétricos ríos de sumi desprovistos de piedras bajo la luna que se diluye en el silencio como una pastilla efervescente. Alguna vez sentí terror en medio de este paisaje de Calisto. Hoy, sin embargo, este produce en mí una inexplicable sensación de completud, la más pura de las dichas.
[ Heart Condition — Let's Go Sailing ]
1DK和室7畳
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy miércoles, septiembre 09, 2009 a las 4:08 p. m..
No hace falta más espacio cuando se sabe que nunca habrá nadie a quién hacerle lugar.
Ojalá mi corazón fuera así de pequeño.
[ ニンギョヒメ — 田中理恵 ]
Ojalá mi corazón fuera así de pequeño.
[ ニンギョヒメ — 田中理恵 ]
Etiquetas: diatriba, love or lack thereof, solitude, tsukuba
Playera, remera, polera
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy lunes, septiembre 07, 2009 a las 3:30 p. m..
Esa noche ambos llevábamos camiseta bajo la chaqueta. La de él tenía una fórmula cuya importancia nos reveló entre cucharadas de sopa. La mía, una cita de Maria Callas: "I don't need the money, dear. I work for art."
How apropos, n'est-ce pas?
No sé por qué de repente me acordé de esto. Creo que es porque hoy tengo puesta una camiseta del Institute of Materials Structure Science del KEK. De repente me siento slightly out of character.
[ How Now — The Jealous Girlfriends ]
How apropos, n'est-ce pas?
No sé por qué de repente me acordé de esto. Creo que es porque hoy tengo puesta una camiseta del Institute of Materials Structure Science del KEK. De repente me siento slightly out of character.
[ How Now — The Jealous Girlfriends ]
Etiquetas: ovidio, reminiscencias
Photon Factory
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy domingo, septiembre 06, 2009 a las 7:50 p. m..
Hoy fui con Azuma a conocer el KEK, haciendo realidad un sueño que tenía desde... desde que me enteré de que había dos aceleradores de partículas en el pueblito arrocero que es mi hogar. Como consta en el recuento de mi primer encuentro con este instituto, el lugar me intrigaba no solo por ser una de esas monstruosidades tecnológicas que uno no esperaría ver jamás en la vida, sino también por lo sonoro de los nombres de sus dependencias—en especial una llamada Photon Factory. Pues bien, hoy estuve dentro de la dichosa fábrica de fotones. Y fue genial.
Ahora, no pregunten qué hacían una talabartera y una tejedora de nudos marineros en un centro de investigación de altas energías. Algunos dirán que lo que a mí me interesa no es la ciencia sino los científicos, pero esa es una discusión que no viene al caso. Conocer un acelerador de partículas es una experiencia de esas que uno no sabe si tuvo o no porque quién sabe en qué momento es que uno resulta con un casco en la cabeza siguiendo una circunferencia gigante de tubos y cables y mandos de todos los colores mientras un señor explica cosas que uno no entiende en un idioma chistoso. Eso, por lo general, solo ocurre en fase MOR.
Lamentablemente la mañana voló y después de tomar un par de fotos en escenarios alucinantes tuve que regresar a mi vida normal para que me pagaran por escuchar a un Tesoro Nacional de por ahí ciento ochenta años de edad cantar unas canciones alemanas que le habían enseñado en el bachillerato.
Siguiente destino: la JAXA.
[ Across the Universe — The Beatles ]
Ahora, no pregunten qué hacían una talabartera y una tejedora de nudos marineros en un centro de investigación de altas energías. Algunos dirán que lo que a mí me interesa no es la ciencia sino los científicos, pero esa es una discusión que no viene al caso. Conocer un acelerador de partículas es una experiencia de esas que uno no sabe si tuvo o no porque quién sabe en qué momento es que uno resulta con un casco en la cabeza siguiendo una circunferencia gigante de tubos y cables y mandos de todos los colores mientras un señor explica cosas que uno no entiende en un idioma chistoso. Eso, por lo general, solo ocurre en fase MOR.
Lamentablemente la mañana voló y después de tomar un par de fotos en escenarios alucinantes tuve que regresar a mi vida normal para que me pagaran por escuchar a un Tesoro Nacional de por ahí ciento ochenta años de edad cantar unas canciones alemanas que le habían enseñado en el bachillerato.
Siguiente destino: la JAXA.
El último asentamiento humano se encuentra aún lejos.
Si consigues esquivar a los robots tal vez logres llegar allá con vida.
Si consigues esquivar a los robots tal vez logres llegar allá con vida.
[ Across the Universe — The Beatles ]
Parlez-moi
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy viernes, septiembre 04, 2009 a las 5:40 p. m..
He de aceptar que soy una persona bastante afortunada entre todas las que aterrizan en el desértico mundo de los pregrados en Tsukuba. Después de dos años y medio, la gente de mi facultad se ha acostumbrado a mi presencia, incluso la ha llegado a aceptar con cierto agrado. Ahora no es raro verlos levantar una mano para saludarme por los pasillos o sonreírme cuando me pasan hojas desde el pupitre de adelante. Nadie me ha vuelto a preguntar si vengo de intercambio o cuándo es que me largo de Japón al fin. Hoy, incluso, una desconocida se me acercó mientras le ponía candado a la bicicleta.
—¿Vas a clase de francés?—me preguntó en inglés. Sin miedo.
—Sí.
—Yo también. Vamos juntas.
(Tres hurras por mí que no recuerdo a mis propios compañeros de clase.)
Mientras esperábamos el ascensor se me ocurrió preguntarle qué tal estuvieron sus vacaciones, esperando a lo sumo un monosílabo y una cara de bochorno. Sin embargo...
—Bien. ¿Y las tuyas?
—Excelentes.
—¿Regresaste a tu país?
—Sí.
—¿Cuánto tiempo?
—Mes y medio.
—Oh, ¡casi todas las vacaciones!
Abordamos el ascensor. Yo aún mantenía la expectativa del silencio avergonzado. Pero entonces,...
—¿Cuánto tiempo tarda ir de aquí a... Colombia es que es?
Estupor.
—Sí. Colombia. Unas veinte horas.
Estaba convencida de que el intercambio llegaría hasta ahí. En serio, ya era demasiado. Pero no, no, la niña siguió mis pasos largos para sentarse al lado mío en clase. Esto era apoteósico. Y como si fuera poco—esto sigue y sigue—me propuso que hiciéramos un dúo para la presentación en francés que tenemos de tarea este trimestre (yo tenía planeado cantar sola). Al final quedé con sus datos de contacto y una sensación de qué-rayos-pasa-aquí, la cual podría haberse disipado rápido de no ser porque tras la clase una amiga de esas de saludar y despedirse decidió contarme detalles de su vida privada y me hizo consultorio sentimental. Una japonesa. A mí.
Tomo aire y hago un contraste entre el día de hoy y el miércoles, cuando vi a una estudiante de arte esconder la cabeza entre el hombro cual paloma perchada al oírme preguntarle algo para un ejercicio en grupo en mi primera clase de fotografía. Al otro lado de la mesa se encontraba sentada Azuma, lidiando con el mismo problema de fantasmagoría, tal como lo ha venido haciendo desde que nos enviaron a este lugar a mejorarnos de la pensadera. Ahí estábamos, reducidas a espejismos horríficos. Entonces me di cuenta de lo privilegiada que soy al pertenecer a Culturas Comparadas, y los sucesos de hoy me convencen aún más de ello. La facultad de arte es, indudablemente, un habitáculo para bloques de hielo.
[ Rien que nous au monde — La Grande Sophie ]
—¿Vas a clase de francés?—me preguntó en inglés. Sin miedo.
—Sí.
—Yo también. Vamos juntas.
(Tres hurras por mí que no recuerdo a mis propios compañeros de clase.)
Mientras esperábamos el ascensor se me ocurrió preguntarle qué tal estuvieron sus vacaciones, esperando a lo sumo un monosílabo y una cara de bochorno. Sin embargo...
—Bien. ¿Y las tuyas?
—Excelentes.
—¿Regresaste a tu país?
—Sí.
—¿Cuánto tiempo?
—Mes y medio.
—Oh, ¡casi todas las vacaciones!
Abordamos el ascensor. Yo aún mantenía la expectativa del silencio avergonzado. Pero entonces,...
—¿Cuánto tiempo tarda ir de aquí a... Colombia es que es?
Estupor.
—Sí. Colombia. Unas veinte horas.
Estaba convencida de que el intercambio llegaría hasta ahí. En serio, ya era demasiado. Pero no, no, la niña siguió mis pasos largos para sentarse al lado mío en clase. Esto era apoteósico. Y como si fuera poco—esto sigue y sigue—me propuso que hiciéramos un dúo para la presentación en francés que tenemos de tarea este trimestre (yo tenía planeado cantar sola). Al final quedé con sus datos de contacto y una sensación de qué-rayos-pasa-aquí, la cual podría haberse disipado rápido de no ser porque tras la clase una amiga de esas de saludar y despedirse decidió contarme detalles de su vida privada y me hizo consultorio sentimental. Una japonesa. A mí.
Tomo aire y hago un contraste entre el día de hoy y el miércoles, cuando vi a una estudiante de arte esconder la cabeza entre el hombro cual paloma perchada al oírme preguntarle algo para un ejercicio en grupo en mi primera clase de fotografía. Al otro lado de la mesa se encontraba sentada Azuma, lidiando con el mismo problema de fantasmagoría, tal como lo ha venido haciendo desde que nos enviaron a este lugar a mejorarnos de la pensadera. Ahí estábamos, reducidas a espejismos horríficos. Entonces me di cuenta de lo privilegiada que soy al pertenecer a Culturas Comparadas, y los sucesos de hoy me convencen aún más de ello. La facultad de arte es, indudablemente, un habitáculo para bloques de hielo.
[ Rien que nous au monde — La Grande Sophie ]
En algún vagón de la línea 1 del subway de Nueva York, Minori le pide a Olavia Kite material de lectura para el largo camino que les espera.
Olavia escarba en su cartera y saca The Feminine Mystique.
Minori abre los ojos desmesuradamente y devuelve el libro en el acto.
[ Field Below — Regina Spektor ]
Olavia escarba en su cartera y saca The Feminine Mystique.
Minori abre los ojos desmesuradamente y devuelve el libro en el acto.
[ Field Below — Regina Spektor ]
A Farewell to Science
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy jueves, septiembre 03, 2009 a las 7:25 p. m..
Los que me conocen ven en mí un remedo de escritora sin obras con la cabeza perdida en Alpha Centauri y el ojo (miope) incrustado en el visor de una cámara de turista japonés. Sin embargo, no siempre fue así. Alguna vez fui una niña que programaba en QBASIC y jugaba Where in Space Is Carmen Sandiego? anhelando convertirse en astrónoma cuando fuera grande. Sí, señores, sé que es difícil visualizar algo así después de tenerme corrigiéndoles la ortografía en MSN cual profesora de primaria o hablándoles de la escena del huevo cocido en Ai no corrida, pero es verdad: alguna vez existió ese tipo de Olavia Kite. Competía en las Olimpíadas Matemáticas, actualizaba en la memoria el creciente número de satélites de cada planeta—13 en Júpiter según El Tesoro del Saber (1984), 16 según Geomundo (1987), al menos 63 según Wikipedia (2009)—y participaba atenta de los arreglos del computador de la casa para luego hacerlos yo.
Sin embargo un día, a los doce años, algo ocurrió. Tuve un sueño. En él, un atractivo niño de cabello rubio cenizo y cicatrices por todas partes lloraba la imposibilidad de considerarse humano por haber sido construido con partes de diferentes cuerpos. Yo le decía que su llanto era prueba de su humanidad, y el niño me besaba. Fue un sueño tan inquietante que al despertar sentí la imperiosa necesidad de contarlo. Así pues, tomé un cuaderno y un esfero, ubiqué a mi hermanita a mi lado en la cama, y ante sus ojos dibujé todo lo que había visto en mi cabeza mientras lo narraba. Mi hermana supo entonces el destino de aquel muchachito más allá de nuestra conversación onírica, y yo descubrí un deseo febril de compartir delirios.
Se diría que ese sueño marcó una ruptura en los intereses de Olavia Kite. Las palabras empezaron a imponerse sobre los números, las posibilidades imposibles sobre los hechos. Los cuadernos se fueron poblando de personajes y frases sueltas. A los catorce años terminé de perder todo contacto con mis coetáneos gracias a la novedad de Internet y dos cuadernos Mead rayados que en dos años se convirtieron en una novela de ciencia ficción (la cual dudo que salga de la estantería de mi alcoba en Bogotá). Las Olimpíadas Matemáticas le dieron paso al Concurso de Ortografía. Dejé de hacer tareas y empecé a pasar de cualquier manera las materias que requerían tiempo para resolver problemas. Necesitaba ese tiempo para escribir.
En el último grado de bachillerato, convencida de que mi divorcio del mundo de las ciencias acarreaba consigo una irreversible amnesia, volví a participar en las Olimpíadas Matemáticas empujada por mi profesora de cálculo. Para mi gran sorpresa, saqué el mejor puntaje del colegio. Pero ya no había vuelta atrás: el daño estaba hecho y anquilosado en el alma, y yo no participaría en la siguiente ronda. Había dejado de soñar con las luces del firmamento cuando en mis pupilas mi imaginación sintió el retumbo de un nuevo big bang.
(O en otras palabras, la joven promesa de la ciencia que alguna vez se vislumbrara en Olavia Kite se había ido para siempre, dejando en su lugar un amasijo de inquietudes gramaticales con la cabeza perdida más allá de Alpha Centauri.)
[ New Resolution — Azure Ray ]
Sin embargo un día, a los doce años, algo ocurrió. Tuve un sueño. En él, un atractivo niño de cabello rubio cenizo y cicatrices por todas partes lloraba la imposibilidad de considerarse humano por haber sido construido con partes de diferentes cuerpos. Yo le decía que su llanto era prueba de su humanidad, y el niño me besaba. Fue un sueño tan inquietante que al despertar sentí la imperiosa necesidad de contarlo. Así pues, tomé un cuaderno y un esfero, ubiqué a mi hermanita a mi lado en la cama, y ante sus ojos dibujé todo lo que había visto en mi cabeza mientras lo narraba. Mi hermana supo entonces el destino de aquel muchachito más allá de nuestra conversación onírica, y yo descubrí un deseo febril de compartir delirios.
Se diría que ese sueño marcó una ruptura en los intereses de Olavia Kite. Las palabras empezaron a imponerse sobre los números, las posibilidades imposibles sobre los hechos. Los cuadernos se fueron poblando de personajes y frases sueltas. A los catorce años terminé de perder todo contacto con mis coetáneos gracias a la novedad de Internet y dos cuadernos Mead rayados que en dos años se convirtieron en una novela de ciencia ficción (la cual dudo que salga de la estantería de mi alcoba en Bogotá). Las Olimpíadas Matemáticas le dieron paso al Concurso de Ortografía. Dejé de hacer tareas y empecé a pasar de cualquier manera las materias que requerían tiempo para resolver problemas. Necesitaba ese tiempo para escribir.
En el último grado de bachillerato, convencida de que mi divorcio del mundo de las ciencias acarreaba consigo una irreversible amnesia, volví a participar en las Olimpíadas Matemáticas empujada por mi profesora de cálculo. Para mi gran sorpresa, saqué el mejor puntaje del colegio. Pero ya no había vuelta atrás: el daño estaba hecho y anquilosado en el alma, y yo no participaría en la siguiente ronda. Había dejado de soñar con las luces del firmamento cuando en mis pupilas mi imaginación sintió el retumbo de un nuevo big bang.
(O en otras palabras, la joven promesa de la ciencia que alguna vez se vislumbrara en Olavia Kite se había ido para siempre, dejando en su lugar un amasijo de inquietudes gramaticales con la cabeza perdida más allá de Alpha Centauri.)
[ New Resolution — Azure Ray ]
Etiquetas: maquinaciones nocturnas, reminiscencias
暴れだす!
0 comentarios Otro delirio de Olavia Kite, hoy miércoles, septiembre 02, 2009 a las 5:22 p. m..
Ayer, con diecisiete horas seguidas de sueño, terminaron mis vacaciones. Me despertó "I Loves You, Porgy" de Nina Simone, que primero quiso asociarse con lo que venía soñando, pero luego me hizo percatar con horror de la oscuridad del recinto donde me había perdido. Tenía planeado hacer un trabajo de teoría literaria y la traducción del mes, pero nada fue porque ese día desapareció del calendario.
El calendario, por cierto, cayó estrepitosamente junto a mí y la silla en la que me apoyaba el otro día cuando intentaba cambiar la página de julio a agosto. La caída fue transmitida en vivo vía Skype a Arhuaco, un amigo al cual no sabría si catalogar como viejo o nuevo. Al parecer fue bastante aparatosa, porque a) él no se rió y b) tengo ahora un raspón en el hombro y la planta del pie aún me duele al caminar.
Supongo que le estoy dando largas al asunto de resumir este verano. La verdad es que no sé cómo hacerlo. Pasaron tantas, tantas cosas, que mi madre dice que viví en dos meses lo que no había vivido en diez. Creo que tiene razón. Veamos ahora qué pasa en los próximos diez meses, o qué se acumula para los dos meses que les sigan.
[ I've Been Everywhere — Johnny Cash]
El calendario, por cierto, cayó estrepitosamente junto a mí y la silla en la que me apoyaba el otro día cuando intentaba cambiar la página de julio a agosto. La caída fue transmitida en vivo vía Skype a Arhuaco, un amigo al cual no sabría si catalogar como viejo o nuevo. Al parecer fue bastante aparatosa, porque a) él no se rió y b) tengo ahora un raspón en el hombro y la planta del pie aún me duele al caminar.
Supongo que le estoy dando largas al asunto de resumir este verano. La verdad es que no sé cómo hacerlo. Pasaron tantas, tantas cosas, que mi madre dice que viví en dos meses lo que no había vivido en diez. Creo que tiene razón. Veamos ahora qué pasa en los próximos diez meses, o qué se acumula para los dos meses que les sigan.
[ I've Been Everywhere — Johnny Cash]