Doblepensar

El blog favorito de la mamá de Olavia Kite.


2009

El año que empezó emprendiendo la retirada de Vietnam se acaba soleado y sosegado en mi apartamento. Tiene pinta de haber sido el año más emocionante de mi vida hasta ahora. Creo que es porque ha sido el año en que finalmente he abierto los ojos para reconocerme completa, viva, corpórea.

Pasaron tantas cosas, tantos lugares, tantas personas. Sonreí y quise y reviré y dije adiós. Desperté. Me liberé de las cadenas que me tenían dando vueltas en la cama, obsesionada hasta la furia con un rompecabezas de más de dos mil piezas de un cuadro de Mucha. Podé las partes de mi vida que me molestaban, saboreé el silencio y por primera vez no me supo amargo.

Del año quedan detalles esparcidos, trozos brillantes de espejos reflejando miles de colores. Una miga de tartaleta en el brazo del boticario. Mis pies al fondo del tibio mar de esmeralda en Waikiki. Un ave alzando vuelo desde la cúpula de la bomba atómica en Hiroshima. La voz de Ovidio susurrando mi nombre. Las luces extáticas iluminando entre rugidos a Alex Kapranos. El radiotelescopio al atardecer. El hallazgo a tientas de una moneda de Arhuaco. La fría oscuridad de la inconsciencia en el baño de mi apartamento. La mirada cansada de Minori. El cielo imposiblemente azul bajo el que abrí los ojos para hallar a Cavorite a mi lado.

Tintinean los fragmentos con el viento que los arrastra para dar paso a recuerdos nuevos. Ahora miro a través de la ventana: amanece. Los rayos anaranjados se explayan sobre un edificio en la distancia y me encandilan; es una mañana más de las que quisiera que él viera conmigo. Ya vendrá el momento.

Y ahora, 2010.


[ Close Your Eyes— Basement Jaxx ]

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Les yeux clos

Me gusta la sensación de estar yendo a ninguna parte. Coger la bicicleta tras una diligencia menor e ignorar que hay una ruta corta y segura hacia el hogar, la mirada fija en una trocha minúscula llena de matorrales secos. Extraviarme entre los senderos del barrio como si no los hubiera recorrido ya cientos de veces —los bosques de bambú, los portones antiguos, las ancianas encorvadas—, para emerger en la inmensidad de los campos desnudos gobernados por el radiotelescopio que araña el cielo de acianos sublimados. Pasar al lado de aquel aparato gigantesco, detallarlo, saber que jamás ascenderé por los escalones que se pierden en su parábola y aún así amarlo.

Seguir. El radiotelescopio se convierte en una silueta recortada contra el horizonte encandilado. Recorro un camino sinuoso que nunca había visto antes, me pregunto si me perderé. No tengo miedo. Tal vez deseo perderme. Me muero por ver algo nuevo. Siempre tengo que estar viajando, adonde sea. Desaparezco en el ocre infinito de Ibaraki. Soy una versión abrigada de la cantante de MIA. en el bucólico video de "Uhlala", pero el paisaje se transforma abruptamente; se hace demasiado familiar, como uno de esos absurdos cambios de escenario que ocurren a menudo en mis sueños. No acabo de bordear una vieja pared de piedra tras la que me miran las ramas de un pino hecho escultura y ya estoy en una de las avenidas principales del pueblo.

Entonces me entero de que mi tienda de muebles favorita está a punto de cerrar. La recesión, me imagino. Wendy's también se va. Aprovecho la liquidación para comprar el juego de cortinas que me hacía falta (mi apartamento tiene más ventanas de lo normal), paso por el supermercado en busca de una bandeja de huevas de pescado y regreso a casa a ver cómo se encienden en coral los edificios aledaños y las escasas nubes para luego apagarse, sumidos en el frío monocromo.

Al parecer no hay mucha diferencia entre lo que veo con los ojos abiertos y cerrados. Tal vez por eso este es mi cuadro favorito de toda la vida.


[ Si — Gigliola Cinquetti ]

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Hi! You Like Me Just the Way I Am

¿Al fin a Bridget Jones la quería Mark Darcy por ser como era o pese a ello? Después de estudiar el primer libro (sí, estudiar) tuve la sensación de que era lo segundo, pero ahora empiezo a dudar. Tal vez el problema no radica en realidad en lo que pueda pensar Mark sobre ella, sino en lo que ella piensa de sí misma. El hecho de que Bridget no necesite cambiar para conseguir pareja no es suficiente para hacer de ella una heroína del post-feminismo —cómo detesto ese término y la idea de que el feminismo es un capítulo cerrado—, ya que en el fondo la historia se trata de cómo conseguir un hombre para darle algo de sentido a la vida (porque ser soltera claramente no es una opción), y aún esa anhelada redención a lo cuento de hadas no es suficiente para reparar la autoestima destruida.

No obstante, en cierto modo entiendo si Bridget cree que la aman pese a todo, puesto que en algún momento he llegado a pensar igual. Me he examinado con ese odioso ojo crítico y me he hallado frívola y respondona y completamente poseída por el terror a los balones y los teléfonos y la gente a la que hay que preguntarle direcciones y precios, pensando en ello como si me hiciera menos merecedora de la admiración de alguien más. Y sé que no debo ser la única en sentirse así. No es raro resultar ignorando la mirada brillante del ser amado por hacerle caso a estándares que ni al caso vienen (Naomi Wolf mal parafraseada). Tal vez esto no haga de mí un modelo a seguir en el feminismo moderno, pero supongo que si hago el intento de entenderme y entender lo que me rodea podré saber qué puedo hacer al respecto. Por lo pronto podría dejar de darme tanto palo.

(Esto es lo que me pasa por haber pasado la tarde revisitando The Beauty Myth y por esta nueva tendencia en mi vida de mandar mails románticos con bibliografía.)


[ I Feel It All — Feist ]

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Le verbe vouloir

Quiero un gelato gigante, ya sea de Asakusa o de Little Italy. No puedo querer un gelato de ningún lugar de Italia porque nunca he ido a Italia.
Quiero teletransportarme. No a Italia.
Podría coger la bici, irme hasta el KEK y pedirles a los científicos que dejen de hacerse los locos y me teletransporten ya mismo al CERN.
Sí, buen intento.

Quiero crear cosas de la nada y no de los recuerdos.
Quiero crear cosas de los recuerdos.
Quiero completar ese poema inconcluso que me encontré en un recibo en el piso de mi cuarto el otro día.
Me habría gustado haberlo terminado en su momento, pero todos sabemos que del afán nunca ha salido nada bueno, y mucho menos poemas.
En la primera página de un libro, donde ahora reposa ese mismo poema pero sin tachones y con tinta anaranjada, debería estar escrito "Es posible esquivar la nata del chocolate sin sacarla del pocillo", o "Nunca olvides que Jairo Florián y Jacqueline Henríquez componían el elenco de Chispazos", pero no ese remedo de poema. Bueno, qué le hacemos. No es tan malo; solo quedó a medio hacer. Por lo pronto no figura en ninguna parte más que en esa olvidada película de celulosa.

Quiero escribir más.
Quiero que Gazapos me haga levantar las rodillas hasta el mentón y me vea pasar corriendo a toda y grite "go go go go!" y mire su cronómetro y frunza los labios y sacuda la cabeza en desaprobación pero me prohíba rendirme. Así debe ser escribir con ella.
Si fuera escritora, Gazapos sería mi correctora de estilo.

Quiero no pensar en japonés cuando hablo francés.
Quiero no pensar en francés cuando hablo portugués.
Quiero seguir traduciendo para la Alcaldía de Tsukuba.
Quiero yogur de nueces.


[ Boble — Hanne Hukkelberg ]

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別れ路

Penduo Nong emerge en el paisaje por ahí una vez al año. En su apretadísima agenda, rayada con ese trazo desenfrenado que hace de cada nombre un autógrafo, reserva una tarde para encontrarse conmigo y rendir blandas cuentas de lo que ha sido nuestra vida en ausencia del otro. Bajo la pulcra seda de nuestro trato cordial se esconde un par de dagas ensangrentadas.

Almorzamos en Roppongi. Él parece una versión asiática de Don Johnson en Miami Vice y yo llevo los labios brillantes de escarlata bajo la pava de ala infinita. Me pregunta si he engordado y me recuerda aquella única vez que pronuncié mal la palabra "façade", como si de un gran trofeo anecdótico se tratara. Yo frunzo los labios saboreando el triunfo de no haberle dejado nada más que reprocharme salvo aquella tarde que me encontró con el enjuto y peludo contador de la empresa en el asiento de atrás de su Corniche, pero finjo que es el sabor del Gewürztraminer. Él jamás sería capaz de mencionar ese episodio —la insuperable vergüenza lo haría atragantar—; por eso tanta insistencia en la traición urdida entre mi paladar y mi lengua.

Me pregunta por mi nuevo amante, y yo arrojo la cabeza a un lado con una mueca semejante a una sonrisa mientras le hablo con excesivo detalle de las tardes en Santorini y de todo lo que Jean-Jacques sí me ofrece que él nunca pudo. Penduo sabe que Jean-Jacques no es su verdadero nombre, pero también sabe que bien podría ser el jardinero de la casa en Niza —para mayor humillación—, así que permanece callado.

Alguna vez fuimos felices. Por más que he querido ahogar el recuerdo en bilis, aún ahora debo aceptarlo. Éramos jóvenes y medíamos el dinero en términos de cuántas hamburguesas podríamos comer por cada hora de trabajo. Tomábamos gaseosa en la cama y nos peleábamos por las fresas deshidratadas del cereal que siempre servíamos en un solo bol. Penduo conducía un Honda CRX al que le habían robado la H del capot y nos íbamos de paseo a lugares de nombres graciosos. En la carretera, los árboles desnudos se alzaban como rastrillos que rasguñaban los témpanos del cielo mientras cantábamos canciones de John Lennon a dos voces. A través del vaho parecía como si bajo nuestros guantes rotos siempre estuviera próximo el fin de la primavera. Qué ilusos fuimos al no notar lo delgados que se hacían los calendarios.

La última vez que nos vimos se nos ocurrió ir a cine, por los viejos tiempos. Al oscurecerse la sala Penduo tomó mi mano. Me sorprendí un poco mas no opuse resistencia, rodeados como estábamos de tantas parejas con las sonrisas embobadas iluminadas tenuemente por la pantalla. Por un momento parecíamos una de ellas, y mis comisuras se alzaron también. Sin embargo, al poco rato se quedó dormido y empezó a roncar. En un instante mis dedos deshicieron el tierno nudo que nos unía e hinqué un codo en sus costillas con la vergüenza acumulada de toda una era. Era mi olécranon cobrándole de contado su impotencia, su barriga imperdonable, su cara de mapache rojo al emborracharse, su incapacidad absoluta de hacer la más ligera mención del episodio del Corniche. A quién le importa que yo haya dicho "fáqueid" en vez de "fasad" si él no es capaz de detener el tiempo por dos horas siquiera.

Penduo paga la factura y yo retiro la vista para no encontrarme con la carpeta de cuero cayendo estrepitosamente sobre la mesa. Siempre he odiado ese gesto suyo de displicencia para con el servicio. El compromiso anual se ha cumplido y ya podemos olvidarnos el uno del otro mientras empieza a refrescar y comienza de nuevo el ciclo de desaparición y reaparición de la piel en la calle. El otro año la cita podría ser en Nueva York o Ginebra. Da igual.

En la noche me reuniré con mis amigas para nadar en rusos blancos y les contaré lo envejecido que se ve Penduo mientras nuestras risotadas de cotorra hacen evidentes mis propias patas de gallo. En algún momento de brumosa lucidez les confesaré que no pienso dejar de verlo pese a lo mucho que nos odiamos: mientras podamos almorzar una vez al año y hacernos nimios favores, todo estará bien. No tengo nada que lamentar si pude quedarme con los niños y el galgo afgano.


[ Lucy — Hanne Hukkelberg ]

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Olavia Kite y los bautistas

Un domingo en mi trabajo de charla con ancianos, unas señoras me contaron que una vez se metieron a una iglesia mormona para practicar inglés. Cuando las pillaron y constataron que detrás de su participación en la congregación no había ningún interés religioso, las echaron. Me encantó la picardía que había en su risa entreverada con la anécdota. Me reí con ellas además porque yo también tenía una historia parecida que contar:

En hora y media me recogerá una van que me llevará a una iglesia bautista al otro lado de Tsukuba. Ya llevo un año o más yendo a las reuniones mensuales de esta comunidad, motivada al principio por la desesperación del silencio absoluto. La primera vez me invitó una compañera de clase pese a que ante su sorpresiva pregunta sobre mi vida religiosa yo le había dicho que era católica pero hace muchos años dejé de ir a misa porque no estaba aprendiendo nada. Supongo que lo interpretó como mi deseo de buscar la luz divina de otra manera, o no sé. El caso es que esa primera vez tuve miedo cuando me encontré rodeada de desconocidos en un carro con rumbo a ninguna parte. Temí que me hubiera dejado atrapar por una oscura secta que dispondría de mi cuerpo en algún terreno baldío, aunque si de sacrificios de vírgenes se trataba supongo que deberían haber investigado mejor.

Los bautistas ofrecen buena comida y me tratan bien. La verdad es que les he cogido cariño y solo por eso es que sigo yendo. No obstante, en la congregación no falta el intolerante, que para colmo es norteamericano. El pastor Canter —Kyantaa-sensei, porque a los pastores se les dice sensei también— ya se pilló que a la hora de las lecciones yo no hago ni el intento de entender la biblia en japonés, así que me obliga a leer su biblia electrónica en inglés. Peor aún: me vigila cuando se da cuenta de que no estoy haciendo clic para saltar de versículo en versículo y me dice en inglés con tono desaprobatorio lo que yo ya había entendido perfectamente en japonés ("¡Lucas 8:23!"). Yo lo único que digo es que todo sería mucho más divertido si hubiera un pastor alemán.

No sé por qué me siguen invitando si a principios de este año le dije a la esposa del pastor gringo que la religión es una construcción cultural y que no podemos esperar que todo el mundo crea en algo si ese algo no tiene nada que ver con el contexto de cada pueblo. Esa tarde soleada en la sala de la casa-iglesia, mientras yo saboreaba mi helado, ella me miró con cara de querer exclamar "¡engendro de Satán!" y me dijo que yo debería ir a la iglesia. Acto seguido salió corriendo.

Si se les ocurre advertirme que Dios me va a castigar, les recuerdo que ya lo hizo: la última vez que no recibí a Cristo en mi corazón caí fulminada por un síncope en el mismísimo baño de mi casa.


[ アイズ — 大塚愛 ]

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卒業論文

Hoy radiqué el formulario de propuesta de tesis en la decanatura de mi facultad. Se siente extraño empezar a pensar en una tesis, pues significa que por fin se aproxima el final de una etapa larguísima. He pasado por tres universidades en tres países (cuatro contando el curso de japonés en Tokio), y solo hasta ahora vislumbro la posibilidad de salir un día de algún auditorio con un diploma en la mano.

Lo interesante de algo en apariencia tan sencillo es que solo hasta ahora tengo la sensación de que estoy haciendo algo que realmente me interesa. Cuando estudiaba en Los Andes estaba segura de que a la hora de la tesis escribiría cualquier cosa para salir del paso, terminaría con esa bendita carrera de una vez por todas y me dedicaría a alguna otra cosa. Al fin y al cabo, la frustración del sueño de escribir me había dejado sin nada más en qué pensar. Estuve a punto de cambiarme a Lenguajes y estudios socioculturales, convencida de que lo mío eran los estudios asiáticos, la traducción y la erradicación del manga y el anime como foco de las relaciones culturales Colombia-Japón. Pero entonces llegué acá y ¡c-c-c-crac-purrum-pum-pac-paPUM (es un derrumbe grande con crujidos)!

Cómo cambia todo, cómo cambia uno, ¡cómo es posible que haya tenido que recorrer medio planeta para encontrar exactamente lo que me interesa y darme cuenta de que no tiene nada que ver con nada que hubiera siquiera imaginado mientras vivía en Bogotá! He pasado por todo tipo de dudas. He querido huir a la fotografía, a la ilustración, a Honolulu. He enloquecido y pasado días enteros mirando cómo cambia el azul del cielo, la mente en blanco y el camino brumoso. Y de repente... todo está ahí, brillante y hermoso, esperándome.

No será fácil. Mis profesores dicen que dada la magnitud de mi idea, puede ser hasta prometedora—si es que logro desarrollarla. Tengo un año a partir de ahora para convertir las lágrimas en ámbar... o en vinagre para ensalada, al menos.


[ Sleep — Anja Garbarek ]

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Cosas que hice mientras mi computador anduvo de paseo

  • Aprendí a teclear rápido en el iPhone
  • Retomé varios libros abandonados
  • Salí a la 1am a tomar una foto entre la niebla
  • Escribí muchos pedazos de un cuento
    • Espero no dejarlo abandonado como casi todos los otros cuentos
  • Empecé a hacer mi propia bisutería
    • Un pasatiempo adictivo, reemplazo inofensivo del arreglo del computador para calmar la fiebre de molestar piezas metálicas con pinzas
      • No he hecho sino chicanear mi primera obra, un gancho para el pelo con hojitas verdes y metálicas
  • Salí a comer con niñas interesantes
  • Dilapidé mi dinero
    • Guantes de invierno, transportador para la guitarra, diferentes variedades de müsli alemán, útiles de papelería, disco duro de 1TB, insumos para bisutería
  • Hablé por teléfono con Cavorite
    • Se sintió raro las primeras veces, hasta risita nerviosa me dio
  • Volví a hablar por teléfono con Cavorite
    • Y la risita seguía ahí
  • Me convertí en una estudiante en proceso de escribir su tesis
    • Me puse la soga al cuello
    • Mis supervisores se notan entusiasmados
      • Pobres
  • Probé el Vegemite
    • Con miel va muy bien
  • Aprendí a tocar una canción cursi
  • Abusé de la hospitalidad de Azuma
  • Entregué tareas a tiempo
    • De ver y no creer
  • Fui a la tienda Yamaha a comprar un ukulele para aprender a tocar
    • Y desistí porque el que estaba en promoción era un made in China maluco
    • Y porque el que atendía nos trató mal y nos dijo que no tocáramos los ukuleles
      • ¿Y cómo voy a saber cuál comprar si no puedo tocarlo?

[ Montagues and Capulets — Sergei Prokofiev ]

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